Capitulo 14: El Silencio de la Nieve**
*Nikolai*
La nieve caía con un silencio sepulcral sobre Moscú, cubriendo los callejones con una blancura traicionera que absorbía cada sonido.
Desde su despacho en la vieja mansión Volchya, Nikolai observaba la ciudad a través del cristal empañado.
Su copa de vodka se había quedado intacta en el escritorio, olvidada desde que Igor le entregó el informe.
—Está confirmado —había dicho Igor, dejando el expediente con gesto grave—Arkadi planea mover piezas en silencio. Hay nombres... y uno de ellos es Irina Romanova.
Nikolai no había dicho nada al principio. S9olo el leve crujido de su mandíbula delataba la tensión bajo su calma habitual.
Abrió el expediente con cuidado, y a medida que leía, sus ojos se oscurecían más.
—¿Está seguro? —preguntó finalmente.
Igor asintió. —Interceptamos a un contacto de los Krov. Estaba vendiendo información.
Cantó rápido cuando vio el cuchillo.
Nikolai giró la copa entre sus dedos, su rostro de piedra.
Arkadi no solo quería eliminar a una pieza valiosa... quería borrar a Irina del tablero. Y lo hacía con la frialdad de quien elimina a una herramienta rota.
La misma frialdad que a él le había enseñado a usar.
Irina.
Su nombre había aparecido en su piel como una condena, y ahora también en un documento de muerte.
Lo perturbador no era el conflicto... sino la sensación primitiva de querer evitarlo.
—Quiero que vigiles a los Krov, especialmente a Arkadi. Discretamente. Si algo se mueve... lo sabremos primero.
Igor frunció el ceño.
Nikolai no respondió de inmediato. Dio un trago corto al vodka, como si buscara claridad.
Luego dejó la copa sobre el vidrio con un golpe seco.
—Si Arkadi se deshace de ella, lo próximo que hará será mover contra nosotros. Es una cuestión de estrategia. Nada más.
Pero incluso él notó el tono vacío de sus palabras.
No era sólo estrategia.
Era esa sensación ardiente en el estómago desde que la tocó.
Desde que la marca apareció y sus ojos ámbar lo atravesaron como navajas.
Recordaba su mirada de furia, su desprecio, y cómo aún así no había retrocedido ante él.
Su odio sabía a deseo contenido.
Y eso, para un hombre como él, era tan peligroso como un arma cargada.
Cerró el expediente, se levantó del sillón de cuero y se acercó a la ventana.
La nieve seguía cayendo, más espesa ahora, ocultando el mundo bajo un manto blanco. Afuera, la ciudad podía parecer tranquila, pero la sangre hervía bajo la superficie.
Irina estaba caminando sola hacia una emboscada, y él lo sabía.
El pensamiento lo carcomía. O hacía algo... o se convertía en un espectador de su muerte.
Y Nikolai Volkov no era un maldito espectador.
Sacó su teléfono, marcó un número encriptado y habló:
—Encuentra a Romanova. No le digas nada. Solo síguela. Si algo raro pasa, intervienes. Si alguien le apunta... lo matas primero.
Colgó y volvió a mirar la nieve.
—Maldita seas, Irina...—murmuró, con una mezcla de frustración y deseo que quemaba más que el vodka.
En el silencio helado de Moscú, comenzaba a moverse la siguiente jugada.
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Editado: 26.06.2025