Capítulo 17: Filo de Alianzas
Desde el punto de vista de irina
[Flashback - Dos noches antes]
La nieve caía silenciosa sobre los restos de una cabaña incendiada.
Las brasas aún parpadeaban como ojos abiertos en la oscuridad. Igor bajó el arma, su respiración formando nubes de vapor frente al rostro, mientras el traidor caía a sus pies con la garganta rajada.
—Eso fue todo lo que dijo —masculló, limpiándose la sangre en el abrigo—. “Ella está marcada. Y el orden vino desde arriba”.
Nikolai observaba los documentos hallados entre los restos: mapas, fotos de Irina, rutas. Un nombre tachado a medias.
Arkadi.
Sus ojos se entornaron. No dijo nada. Solo guardó los papeles y miró hacia el horizonte helado, donde la tormenta se formaba como un presagio.
[Presente - Irina]
El almacén abandonado crujía bajo el peso de la ventisca.
El frío se filtraba entre las grietas, pero Irina no se movía. Sentada sobre una mesa cubierta de polvo, sostenía un cigarro sin encender, sólo por el hábito de tener algo entre los dedos.
Las paredes estaban forradas con fotos y esquemas improvisados con hilos rojos. Viktor ya estaba muerto. Pero su silencio forzado había dejado más preguntas que respuestas.
“Arkadi me entregó... No fue un error. Fue una orden.”
El recuerdo de esas palabras reverberaba en su mente como un tambor de guerra. Había confiado ciegamente. Había cumplido. Y ahora...
Un crujido la sacó de su trance. No era el edificio. Era alguien afuera. Irina apagó las luces con un solo movimiento. Se deslizó entre las sombras, aferrando la pistola con silenciador.
Un desconocido irrumpió por la ventana trasera. Ella no disparó. Lo dejó entrar. Lo observó desde el techo metálico, oculta. Cuando el hombre se giró para cerrar la entrada, saltó. Lo derribó con una llave precisa, desarmándolo y apuntándole al rostro en menos de cinco segundos.
—¿Quién te envió?
El hombre se resistió. Ella presionó el cañón contra su mandíbula.
—No tengo paciencia hoy —susurró con una voz gélida.
Tras unos minutos y un corte limpio en la pierna, el intruso habló. No mucho. Sólo una palabra.
—Arkadi...
Irina se levantó, con el pulso frío.
Estaba sola. No podía confiar en nadie. No aún.
Pero había una idea que volvía a ella con fuerza. Un rostro. Un nombre.
Nikolai Volkov.
Aquel al que debería matar.
Aquel que quizás... era su única salida.
El intruso quedó tendido, inconsciente, con un vendaje improvisado que no detendría la hemorragia por mucho tiempo.
Irina lo ignoró. Había escuchado lo que necesitaba. No más. No menos.
Volvió a la mesa y encendió una pequeña lámpara de escritorio.
La luz amarillenta caía sobre los papeles manchados, las fotos de sus enemigos... y las de Nikolai.
“¿Por qué no me mató cuando pudo?”
“¿Por qué siento que sus palabras en la azotea eran más que amenazas?”
“¿Y por qué, maldita sea, me duele pensar en eso?”
Apoyó los codos sobre la mesa, con las manos entrelazadas bajo la barbilla. Su mirada iba de un punto a otro en el mapa.
Si Arkadi había ordenado su muerte, entonces no quedaban zonas grises. Solo aliados... o amenazas.
Y Nikolai, por más peligroso que fuera, tenía algo que los demás no.
Interés. Duda. Vínculo.
Tal vez una alianza momentánea. Tensa. Condicionada. Pero útil.
Y, si era necesario, temporaria. Letalmente temporaria.
El viento volvió a aullar. Pero esta vez algo era diferente.
Un clic metálico, apenas audible, rompió el murmullo del exterior.
Irina se giró bruscamente. En el reflejo de un vidrio roto, vio una figura oscura moviéndose entre los vehículos abandonados del patio.
Uno.
No.
Dos.
Formación de asalto. Movimiento silencioso. Profesionales.
Ella apagó la luz. En menos de diez segundos, había recogido su mochila, cargado el arma y se apostaba tras una columna, escuchando.
—Entren rápido. La queremos viva —susurró una voz en ruso, distorsionada por un comunicador.
Irina sintió que la sangre le corría más fría que la nieve del techo.
“Me quieren viva. Eso solo confirma una cosa...”
Arkadi no había terminado con ella. Solo estaba empezando.
El primer hombre entró por la ventana rota. Un segundo por la puerta lateral.
Irina disparó dos veces. Preciso. Letal. Pero había más.
Uno, dos, tres cuerpos más rodeando el almacén.
Corrió entre las sombras, dejando trampas improvisadas con botellas rotas y clavos oxidados. Escuchó un grito. Luego una explosión seca.
Uno menos.
Irrumpió por la salida trasera, rodando entre los restos de una camioneta oxidada. Balas silbaron sobre su cabeza.
Casi sonríe.
—¿Así es como quieren jugar? —murmuró—. Juguemos.
Su mente ya estaba en marcha, creando rutas, proyectando movimientos. Pero en el fondo, una idea latía fuerte como un tambor de guerra:
Necesitaba aliados. Y rápido.
Quizás era hora de hacer esa llamada que tanto había evitado.
La llamada a él.
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Editado: 26.06.2025