Sombras Del Destino

Capitulo 30— El Eco Bajo Tierra

Capítulo 30 – El eco bajo tierra
Punto de vista: Nikolai

La sangre aún le latía en los oídos mientras caminaba por el pasillo subterráneo, cada paso resonando como un eco de disparos pasados. El aire olía a piedra húmeda y a tiempo estancado. No había dicho adiós a Irina. No había hecho falta. Lo que los unía ahora no necesitaba palabras. Solo vigilancia.

Encontró el lugar casi por inercia. El mensaje había sido simple: "Catacumbas Volchya. Nivel 3. Solo."
Nadie usaba ese sitio desde los días más oscuros de la guerra entre familias. Las puertas herrumbrosas no estaban custodiadas. Solo selladas por el olvido.

Bajó los peldaños como quien desciende a una cripta. El silencio era espeso. Las lámparas colgantes, oxidadas, temblaban con la mínima corriente. Había símbolos grabados en las paredes: antiguos escudos, números romanos, nombres borrados por el moho.

Y entonces lo vio. Un banco de piedra. Una figura sentada.

—Pensé que no vendrías —dijo Leonid Reznikov, sin levantar la cabeza.

Nikolai no se sorprendió. Reznikov tenía la habilidad de aparecer donde no lo llamaban, pero siempre con una razón.

—Estás cavando en tierra maldita, Nikolai. ¿Seguro que sabes lo que buscas?

—Solo quiero entender por qué medio mundo parece girar alrededor de Irina Romanova —replicó Nikolai.

Reznikov sonrió. Una línea apenas visible.

—Porque no gira alrededor de ella. Ella es el eje. Y ni siquiera lo sabe.

Nikolai se cruzó de brazos. Había aprendido a no dejarse provocar por ese tono neutro y venenoso.

—¿Y Vera? ¿Qué papel juega?

—El que le enseñaron a jugar. —Reznikov alzó la mirada, sus ojos grises como acero bajo ceniza—. Pero tú no estás aquí por Vera. Estás aquí porque viste algo en Irina que ni ella acepta. Porque te da miedo que ese algo te consuma también.

—No la conozco —espetó Nikolai.

—Y sin embargo ya estás dispuesto a morir por ella. Interesante.

Un silencio tenso cayó entre ambos. Desde el fondo del pasillo, el agua goteaba en intervalos exactos. Como un reloj oxidado.

Reznikov se levantó y caminó hacia una estantería carcomida. Sacó una caja plana, envuelta en una tela oscura. Se la ofreció.

—Esto lo dejó Kairos. Para ti. Dijo que sabrías cuándo abrirlo.

Nikolai dudó. Pero tomó la caja. La tela olía a incienso y tierra.

—¿Qué es Kairos? —preguntó, sin abrirla.

Reznikov entrecerró los ojos.

—No es un “qué”. Es un cuándo. Un momento exacto en el que todo puede cambiar. Para bien… o para ruina.

Nikolai no respondió. Abrió la caja.

Adentro, había solo una fotografía. Vieja. En blanco y negro. Dos niñas, arrodilladas en lo que parecía un campo nevado. Una de ellas era claramente Irina, mucho más joven. La otra…

Se le heló la sangre.

—Esto no es posible —murmuró.

—Y sin embargo, ahí está —dijo Reznikov, ya de espaldas, perdiéndose entre sombras—. Hay más raíces bajo esta guerra de las que tú puedes imaginar. Y algunas… son tuyas también.

Cuando Nikolai volvió a levantar la vista, estaba solo.

El eco bajo tierra no cesaba. Y esta vez, no era su respiración lo que lo acompañaba… sino algo más.

Algo que acababa de despertarse.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.