Sombras Del Destino

Capítulo 32— El Precio Del Silencio

Capítulo 32 – El precio del silencio
Punto de vista: Nikolai

La noche había caído sobre la ciudad con un peso denso, empapado por una llovizna persistente que parecía querer borrar los rastros de sangre y secretos de las últimas semanas.

Nikolai caminaba en silencio, la gabardina empapada pegada al cuerpo, mientras sus pasos lo llevaban hacia el borde del distrito industrial, donde lo esperaba algo más que respuestas.

Pocas horas antes, Nikolai había recibido una señal cifrada a través de uno de los canales más antiguos que aún mantenía con vida: un código reservado exclusivamente para emergencias entre altos mandos.

El emisor era Leonid Reznikov. Consejero personal de Arkadi. Traidor potencial. Y, en otro tiempo, un aliado ambiguo.

Tras el atentado fallido contra Irina, Nikolai había comenzado a seguir un rastro oculto que lo llevó a sospechar de múltiples fracturas internas dentro de las filas de su familia.

Entre ellas, la desaparición repentina de Leonid destacaba como un misterio demasiado conveniente.

Rumores apuntaban a que había sido eliminado. Otros lo consideraban un topo. Nikolai, sin embargo, intuía algo más complicado: que Leonid había empezado a moverse por cuenta propia, quizá incluso ayudándolo sin que lo supiera.

El punto de encuentro que indicaba el mensaje era un viejo almacén abandonado entre las ruinas del distrito industrial.

Aquello apestaba a trampa, pero también a desesperación. Leonid no era hombre de actos impulsivos. Si había convocado a Nikolai, debía ser porque el tiempo se agotaba.

Nikolai empujó la puerta metálica, oxidada, y entró con cautela. El aire era denso, cargado de polvo y humedad. Solo el eco de sus propios pasos rompía el silencio.

Entre las sombras, lo encontró.

Leonid estaba en el suelo, apoyado contra una columna, cubierto por una manta sucia.

Su rostro parecía diez años más viejo; la piel pálida, los ojos hundidos. Sangre seca le manchaba la camisa y el costado derecho estaba cubierto con un vendaje improvisado. Había luchado. Y había perdido.

—Leonid —murmuró Nikolai, agachándose de inmediato—. ¿Quién te hizo esto?

Leonid alzó la mirada lentamente. Le costaba respirar.

—Pensé que no vendrías…

—Dame un motivo para no pegarte un tiro por desaparecer —espetó Nikolai con rabia contenida. Pero su tono no era del todo hostil. Había preocupación debajo.

Leonid tosió, dejando escapar sangre oscura. Sonrió apenas, una mueca torcida de ironía.

—Están limpiando... todo lo que saben. Aquellos que vieron demasiado, que tocaron las piezas equivocadas. Yo... fui una de ellas.

—¿Quiénes, Leonid? ¿Quién mueve los hilos?

Los ojos del anciano se cerraron por un segundo, como si debiera reunir fuerzas para cada palabra. Luego habló, con voz temblorosa:

—No es uno… son muchos. Pero hay uno... el más antiguo. No aparece en tus informes, porque está en las sombras... detrás de todos los nombres. Kai—

Su voz se quebró. Una arcada de sangre lo sacudió. Nikolai apretó los dientes.

—¿Kairos? ¿Eso ibas a decir? ¿Está vivo? ¿Está detrás de esto?

Pero Leonid negó con la cabeza, apenas.

—No… no confíes en los nombres… a veces son disfraces. No mires lo evidente —susurró—. Cuando creas que todo está perdido… recuerda esto: la llave que no abre ninguna puerta aún puede ser la más valiosa.

Y con eso, exhaló su último aliento.

El silencio que siguió fue sepulcral.

Nikolai se quedó allí varios minutos, el rostro endurecido, la mirada fija en el cadáver de quien había sido uno de los hombres más astutos que conocía. Las palabras de Leonid le daban vueltas en la cabeza, confusas, amenazantes.

¿Kairos era un nombre real? ¿Una pista? ¿Un juego más del viejo zorro?

Pero había algo en el tono de Leonid, en su agonía, que no podía ignorar. Había querido decir más. Había intentado advertirlo…

Nikolai se incorporó, con la determinación endurecida por la pérdida y la sospecha. Cerró los ojos de Leonid y cubrió el cuerpo con su abrigo.

El precio del silencio había sido cobrado. Y la partida, como temía, era mucho más grande de lo que imaginaba.

Pero ahora… sabía dónde mirar.




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