Sombras Del Destino

Capítulo 35— Sombral En El Umbral

Capítulo 35 – Sombras en el Umbral
Punto de vista: Irina y Nikolai (alternado)

El amanecer se filtraba entre las grietas del techo derrumbado, iluminando con una luz pálida y fría las paredes agrietadas del convento. Irina despertó de golpe, respirando con dificultad, con los dedos aferrados al relicario.

A su lado, el calor de otro cuerpo seguía allí. Nikolai dormía con el ceño levemente fruncido, como si incluso en sueños llevara el peso del mundo. Su brazo la rodeaba con suavidad, su mano reposando sobre su cintura, en un gesto que, aunque inconsciente, le erizó la piel.

La cercanía era inesperada. Íntima. Casi irreal. Podía sentir el ritmo pausado de su respiración contra su espalda. Durante un instante, quiso quedarse así. Solo un poco más. Solo un segundo más antes de volver a ser la sombra que siempre fue.

Había soñado con una habitación blanca. Las paredes eran tan lisas que dolían a la vista. Gritos lejanos. Un zumbido metálico. Y unos ojos—azul claro, casi grises, como el hielo—la miraban desde el otro lado de un vidrio empañado.

Fríos. Suplicantes. Reconocibles. Una niña, con el cabello trenzado como los suyos alguna vez lo estuvieron, murmuraba entre sollozos: "No te vayas... no me dejes aquí..."

El sueño se difuminó con un estremecimiento. Había algo inquietante en la forma en que su mente tejía esas imágenes. No eran recuerdos nítidos. Eran ecos. Fragmentos que no encajaban del todo. ¿Y si su pasado no era como siempre creyó?

Irina se removió suavemente, intentando no despertar a Nikolai. Pero su brazo la sostuvo con más firmeza, aún dormido, como si temiera perderla incluso en sueños. Él la abrazaba por completo, su cuerpo cálido y firme envolviéndola como un escudo silencioso.

El mentón descansaba contra su cabeza, y por primera vez en mucho tiempo, no sintió la necesidad de huir. No aún.

Poco después, él murmuró algo en voz baja, apenas un susurro ronco, y abrió los ojos. No se apartó. Solo la miró, con ese modo serio y cansado que parecía verlo todo. Sin juicio. Sin máscaras. Su mano aún descansaba sobre ella, y sus dedos la acariciaron con un gesto lento y distraído, como si en sueños aún supiera que estaba ahí.

—¿Otra vez el sueño? —preguntó.

Ella asintió.

—Sí… pero esta vez fue distinto. Había una niña. Y algo… más antiguo que yo misma.

Nikolai alzó una ceja, sin soltarla.

—Entonces es hora de mirar más allá del recuerdo.

Ella suspiró. Luego se incorporó con cuidado, él la soltó sin protestar. Abrió el relicario de nuevo, instintivamente, como si esperara encontrar algo distinto. Esta vez, notó un doble fondo. Tiró con cuidado, y un pequeño papel doblado cayó en su palma.

Era antiguo, marcado con símbolos circulares y líneas cruzadas. Reconoció uno: el mismo que había visto tatuado en la nuca de Mikhail, y también en la espiral invertida.

Las palabras estaban escritas en una lengua que reconocía pero no dominaba. Entre líneas ilegibles, había dos frases que sí entendía:

"Donde la sangre fue sellada, será desatada."
"La noche del Despertar marcará el juicio de las Sombras."

No entendía todo, pero sí una cosa: la verdad no estaba en ese convento. Era apenas el umbral. El principio de algo mucho más antiguo.

Nikolai se levantó poco después, arrojándose una chaqueta encima. Había insistido en quedarse con ella, incluso cuando ella protestó.

No por estrategia, ni siquiera por lealtad. Fue una decisión visceral. Cuando la vio tambalearse con el relicario entre las manos, algo en él se quebró.

No había querido dormir solo. No esa noche.

Y por eso se acostó a su lado, sin palabras, abrazándola con una naturalidad que ni él mismo comprendía. Durante la noche, la había sostenido entre sus brazos, el mentón apoyado suavemente sobre su cabeza. Dormía como si esa cercanía también fuera una forma de defensa, de consuelo mutuo.

Caminó entre la nieve con pasos firmes pero silenciosos. El silencio era demasiado perfecto. Había aprendido a temer ese tipo de calma.

Bordeó los escombros del antiguo muro oeste. Allí, bajo el peso de la nieve fresca, descubrió algo inquietante: huellas. Pequeñas, pero recientes. No eran de ellos. No eran de animales.

Volvió la mirada al bosque. Un crujido seco. Algo lo observaba.

Pensó en Leonid. En su advertencia antes de morir: *"No sigas la línea... rómpela."*
Quizá había más de una línea que debía romper: no solo el camino que le trazaron, sino el silencio entre él e Irina. La historia que los envolvía ya no era sólo de sangre y traición. Había algo más profundo creciendo, como raíces que se niegan a morir.

Apuró el paso hacia el interior del convento.

Irina alzó la vista al sentir los pasos. Nikolai entró con el rostro tenso, la chaqueta cubierta de nieve.

—Tenemos compañía —murmuró.

Ella se incorporó con rapidez, el papel ya guardado en el relicario. Iban a marcharse. Lo sabía. Lo deseaba. Pero justo entonces, una figura apareció en el umbral.

Irina solo pudo ver sus ojos. Un azul helado, penetrante, cargado de una calma antinatural. El resto del rostro estaba oculto bajo una capucha oscura. La figura no se movía, pero su sola presencia pareció oscurecer la estancia.

La voz que habló fue femenina, suave y firme como una daga cubierta en terciopelo:

—Volverán por ti, Irina. Esta vez no te encadenarán… Te van a romper.

Nikolai ya tenía el arma en la mano, pero no disparó. Parpadeó, y la figura ya no estaba. Solo el eco de sus palabras permanecía flotando entre las piedras.

Irina retrocedió un paso, sin darse cuenta. Miraba el espacio vacío como si aún estuviera ahí.

—¿La viste? —preguntó en voz baja.

Nikolai asintió. Su voz fue más suave de lo que esperaba:

—¿Quién era?

Irina no respondió. Solo susurró:

—Los ojos… eran como los míos. Como los de ella.

—Será mejor que nos vayamos —dijo Nikolai, sin quitar la vista del umbral vacío.




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