Sombras Del Destino

Capítulo 36— Hasta Que El Mundo Arda

Capítulo 36: Hasta que el mundo arda

Punto de vista: Irina

La habitación estaba en silencio, salvo por el crujido de la madera vieja bajo las botas de Irina. El aire olía a humedad y a furia contenida. Sobre la mesa, el mapa se desplegó como un campo de guerra. Sus dedos, aún con rastros de vendajes, marcaron un punto con la hoja de su cuchillo.

—Aquí. Esta finca. Arkadi mueve algo allí. Lo he oído nombrar ese lugar más de una vez. Si hay respuestas, están ahí.

Nikolai, apoyado en la pared con los brazos cruzados, la observaba con esa mirada suya que parecía diseccionarlo todo. No dijo nada al principio. Luego habló, con voz baja y seca.

—¿Y cuál es tu brillante plan, Romanova? ¿Entrar gritando tu nombre y salir bañada en sangre, esperando que alguien te aplauda por tu coraje?

Irina levantó la vista. Sus ojos eran hielo hirviendo.

—No todos nos escondemos detrás de trajes caros y frases de manual. Algunos peleamos por sobrevivir. Otros solo juegan a ser dioses.

Nikolai se empujó hacia adelante, alejándose de la pared. Su sonrisa era una grieta torcida.

—Y algunos confunden desesperación con valentía. No sé qué es peor: que creas que eso es liderazgo o que lo hayas heredado de los Krov como si fuera una maldita bendición.

—Ten cuidado, Volkov —escupió ella, acercándose—. No estás hablando con una subordinada. Puedes ser jefe en tu mundo, pero aquí no me arrodillo ante nadie. Ni siquiera ante ti.

Él no se movió. Ni un paso atrás. Su voz, cuando habló, era más fría que la nieve de afuera.

—Y yo no doy órdenes a cadáveres en potencia. Si haces esto a lo idiota, te matarán. Y Arkadi seguirá respirando.

Irina tensó la mandíbula. Se miraron como cuchillas. El odio viejo entre sus familias se colaba en cada palabra, en cada silencio. Pero también algo más. Algo más peligroso.

—No vine a pedirte permiso —dijo ella al fin—. Solo te estoy mostrando el camino. Si no quieres ensuciarte las manos, quédate aquí jugando al estratega. Yo iré por las respuestas.

—Y acabarás muerta, o peor: usada —replicó Nikolai con dureza—. ¿Sabes cuántas veces he visto eso? Mujeres valientes. Impulsivas. Degolladas por no esperar cinco segundos más.

—¿Y tú qué harías? —dijo ella, dándole una palmada seca al mapa—. ¿Negociar? ¿Hablarle suave a Arkadi para que confiese? ¿Mandar a un sicario y fingir que no te afecta?

Nikolai bajó la mirada al mapa. Sus ojos siguieron la línea que Irina había marcado. Durante unos segundos no respondió. Luego, sonrió. No fue una sonrisa amable. Fue algo que helaba la sangre.

—No. Haría que su gente sangrara por dentro antes de gritar. Haría que se destruyeran entre ellos sin saber de dónde vino el cuchillo.

Ella parpadeó. Lo había dicho sin rabia. Sin emoción. Como una certeza.

—Eres más sádico de lo que pensaba —murmuró.

—Y tú no eres tan irracional como creí —admitió él.

Irina se quedó en silencio. Luego, con voz baja:

—Entonces, infiltrarse.

—Sí. Y rápido. Pero con inteligencia. Esa finca tiene rutas subterráneas, por lo que sé. Viejas, pero útiles. Podemos entrar por ahí. Silenciosos. Letales.

—Y si hay alguien adentro con información, lo saco —dijo Irina—. A los golpes, si hace falta.

—O con un cuchillo en la tráquea —añadió él.

—No me quites la diversión.

—Hay algo más. Tengo contactos que aún responden si saben cómo preguntarles. Un traficante de información que trabajó con Arkadi hace años. Si logramos capturarlo primero, podemos confirmar si esa finca es más que un simple escondite.

—¿Dónde está?

—En Riga. Está protegido. Pero puedo mover un par de hilos. Mientras tú entras, yo lo saco. Lo haré hablar, aunque tenga que romperle cada hueso.

—Entonces tenemos una estrategia —concluyó Irina.

—Una que podría funcionar... si no la arruinas con impulsos suicidas —dijo Nikolai.

Irina bufó.

—Haz tu parte y yo haré la mía.

Entonces Nikolai dio un paso más, cruzando la distancia entre ellos. Su mano se alzó y, sin pedir permiso, retiró un mechón de cabello que se había soltado sobre el rostro de Irina. Sus dedos rozaron su mejilla, apenas un segundo. Pero fue suficiente.

Ella no se movió. No retrocedió. Su respiración se tensó, pero sus ojos no parpadearon.

—Tienes sangre seca aquí —dijo él en voz baja, casi un susurro.

—Y tú tienes demasiada confianza —replicó ella, girando apenas el rostro, pero sin apartarse.

Él sonrió, esa sonrisa ladeada que no mostraba dientes, pero sí peligro.

—Solo quiero asegurarme de que no te maten antes de que yo decida si vale la pena hacerlo.

Irina soltó una risa breve. Seca.

—¿Y si soy yo la que decida matarte primero?

—Entonces hazlo bien —dijo él, inclinándose apenas—. Pero mírame a los ojos cuando lo hagas.

Por un segundo, el tiempo se estiró como un cable tenso entre ambos.

Después, Nikolai retrocedió un paso. El aire volvió a circular.

—Empezaremos a planear esta noche. Te daré dos hombres. Pero si haces una estupidez, se encargarán de detenerte. Con o sin mi orden.

—Agradezco tu hospitalidad, Volkov. Qué caballeroso.

—No es cortesía, Irina. Es estrategia. Si mueres ahora, Arkadi gana.

Ella asintió, afilada.

—Entonces vivamos. Solo un poco más. Hasta que el mundo arda.

Y él respondió con una sonrisa que no era del todo humana.

—Eso puedo prometértelo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.