Sombras Del Destino

Capítulo 39— Las Raíces Del Silencio

Capítulo 39:Las Raíces del Silencio
Punto de vista: Irina / ?

La verja oxidada cedió con un gemido apenas audible, como si la finca se quejara de ser violada después de tantos años de encierro.

Irina no se detuvo.

La luna estaba cubierta por nubes densas, y la linterna que llevaba no era más que un susurro de luz en medio de la maleza.

Avanzaba entre los árboles como una sombra entrenada, sus botas apenas tocaban el suelo húmedo.

Cada paso era medido, contenido, como si el terreno pudiera delatarla con solo sentir su peso.

La finca no parecía abandonada. No del todo.

Los ventanales altos seguían intactos, cubiertos de polvo, pero había huellas recientes en el barro del sendero lateral.

No de botas. De neumáticos. Alguien había estado ahí. O seguía estando.

No importaba.

Irina conocía otra entrada. Una que no figuraba en ningún plano, pero que su memoria había conservado con una precisión inquietante.

La misma que años atrás Vera le había dicho que nunca debía buscar.

—Cuando un lugar se entierra, Irina… es por algo —le había dicho con voz afilada.

Pero esa noche, Irina cavaba. En el barro. En la memoria. En su sangre.

Apenas apartó la piedra cubierta de musgo, la abertura se reveló como una herida vieja: un túnel estrecho que descendía bajo la finca.

Olor a tierra estancada. A cosas que nunca debieron despertar.

Encendió la linterna. Inspiró hondo.

Y descendió, sin mirar atrás.

El silencio era distinto en la finca. No como el de los refugios abandonados o los bosques dormidos.

Este tenía un peso. Como si algo, o alguien, contuviera la respiración desde hacía años.

Irina avanzó por el pasaje oculto que Mikhail le había descrito una vez, entre dientes y cicatrices. La entrada estaba cubierta de maleza, piedras apiladas y ramas muertas, como si la naturaleza intentara olvidar que ahí existía algo.

La linterna temblaba ligeramente en su mano. No por miedo, sino por el eco.

El eco de esa frase.

—Custodia Sanguinis.

El aire se volvió más denso a medida que descendía. Las raíces colgaban del techo como venas viejas. Al fondo, una puerta de hierro oxidado bloqueaba el paso. No tenía manijas, solo un círculo en relieve, con símbolos grabados alrededor.

Ella no entendía ninguno… hasta que uno brilló tenuemente al contacto con su palma.

El relicario en su cuello vibró. No como una máquina, sino como si algo dentro respondiera.

Lo retiró con cuidado, y al acercarlo al centro del círculo, una línea roja se encendió, dibujando lentamente una frase:

Tres nacieron del mismo origen.

Tres custodios. Tres llaves.

Solo unidos podrán romper lo sellado.

Irina retrocedió un paso.

¿Tres?

El hierro crujió. La puerta se abrió sola, como si la hubiera reconocido.

La sala estaba enterrada bajo la finca. Fría. Seca. Y viva.

No por respiración o movimiento, sino por memoria.

Carpetas apiladas. Archivadores rotos. Estanterías corroídas por la humedad.

Avanzó con cautela, iluminando nombres escritos a mano:

Iniciadas de Fase I:

Sujeto Femenino – Tipo S,

Grupo Restringido: R3.

Muchos tachados. Otros deshechos por el moho.

Una caja de madera más nueva que el resto captó su atención. Estaba marcada con un símbolo extraño: una serpiente de tres cabezas.

Dentro, carpetas y fotos plastificadas. Una con su rostro. Otra con el de Dasha.

Y una tercera… con una figura infantil. Rostro tachado. Solo un nombre medio visible:

Aleksei.

Un nudo se le hizo en el estómago. Nunca había escuchado ese nombre.

Pero algo dentro de ella vibró. Un eco, como si su sangre reconociera el sonido antes que su mente.

Debajo, un dibujo infantil: tres figuras tomadas de la mano. Dos niñas, un niño.

Al reverso, una palabra escrita con torpeza:
“Hermana.”

El peso en su pecho la obligó a sentarse. Quiso negar. Quiso quemarlo todo. Pero la verdad no retrocede cuando se enciende la llama. Solo se revela.

Estaba guardando los papeles cuando lo sintió.
Un crujido. Una presencia.

Giró con rapidez. El arma lista.

Una mujer encapuchada, vieja, encorvada, la observaba desde el umbral. Sus ojos eran lechosos, como nublados por el tiempo.

—Tú no debías volver —dijo, con voz frágil, como si hablara desde otro siglo—. Él te está esperando. Siempre te ha esperado.

—¿Quién? —preguntó Irina, firme.

La mujer ladeó la cabeza, como si eso no importara.

—Tres nacieron. Dos escaparon. Uno fue dejado. Para guardar. Para recordar.

Avanzó un paso. Luego otro.

—No somos ángeles ni errores. Somos lo que ellos hicieron de nosotros.

De su manga sacó un papel doblado y lo dejó caer frente a Irina.

Ella lo recogió con cautela.

Era una nota infantil.

“Me llamo Aleksei. No los olvides.”

Al alzar la vista, la mujer ya estaba en el suelo.

No hubo disparo. No hubo grito. Solo una caída serena, como si al entregar la nota, hubiera entregado también su último aliento.

Irina la miró durante un largo minuto. Luego volvió a mirar el papel.

¿Un hermano perdido? ¿Alguien aún vivo? ¿O solo otro nombre más en el juego de Kairós?....

???....

El tic tak de un reloj hizo eco en el oscuro lugar.

Las tres pantallas parpadearon al mismo tiempo.
Tres puntos rojos titilaban sobre un viejo mapa digitalizado.

La figura oscura se levantó de la silla con calma. El biombo proyectaba su sombra alargada sobre la pared.

—Sombra.
—Filo.
—Herida.

Sus dedos tocaron el relicario guardado en terciopelo. No era igual al de Irina, pero vibraba al unísono.

—La sangre empieza a recordar —susurró.

Caminó hasta un espejo cubierto. Retiró el paño con lentitud.




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