Capítulo 40— El Peso del Pasado
Narrado multiple
La oscuridad era densa como aceite. La humedad del túnel le calaba los huesos, pero Irina apenas la sentía. Tenía el pulso en la garganta y la respiración contenida como un disparo no ejecutado.
Salía de la cripta con la nota de Aleksei apretada entre los dedos ensangrentados cuando los sintió.
No uno. No dos.
Una legión.
Pasos suaves. Coordinados.
Ruidos de equipo táctico, susurros en ruso, la tensión de alguien al borde de matar.
Veinte, tal vez treinta hombres. Mercenarios… no. Cazadores.
Irina retrocedió lentamente, pero ya era tarde. Una ráfaga de silenciadores rompió el aire, y tuvo que lanzarse detrás de un pilar de piedra para no caer.
—Aquí Sombra Uno. Contacto visual. Objetivo localizado. Preparando cierre.
“Cierre”.
Quieren encerrarme.
Ella maldijo entre dientes, giró sobre la espalda, sacó la pistola y disparó hacia la voz. No la alcanzó, pero lo obligó a cubrirse. Luego echó a correr.
La persecución fue inmediata.
Como si supieran cada túnel.
Como si ella fuera la presa desde el principio.
Una explosión cercana la empujó contra una columna. Sangre le cubría el rostro, no sabía de quién. Cuando logró arrastrarse hacia una esquina, un enemigo ya estaba sobre ella. Peleó cuerpo a cuerpo. Rápida. Viscosa. Le rompió la tráquea con la culata del arma y robó su fusil.
Tres cazadores más entraron por el pasillo lateral. Disparó. Falló dos veces. Acertó en el ojo a uno. Los otros dos retrocedieron. Irina giró el cuerpo justo a tiempo para esquivar una daga lanzada. Le rozó la mejilla.
Las luces de emergencia parpadearon como si hasta la finca supiera que estaba por morir.
Y entonces… el rugido.
Un estruendo de metal, fuego y gritos.
Nikolai.
Entró como una furia liberada, a través de la compuerta del túnel trasero, con un lanzagranadas improvisado y dos rifles cruzados en la espalda. Disparaba como si fuera la encarnación de la muerte.
—¡Irina! ¡Cúbrete!
Ella se lanzó de bruces mientras la tormenta se desataba. Nikolai entró como una tormenta negra, derribando enemigos con precisión quirúrgica. El primer cuerpo voló por el aire. El segundo cayó antes de entender de dónde venía el disparo.
—¿Cuántos quedan? —gritó él, agachándose junto a ella.
—Los suficientes para matarnos —jadeó Irina—. ¿Te molesta?
—No. Me gusta el reto.
Y comenzó la masacre.
No era una batalla limpia. Era barro, gritos, sangre y acero.
Irina lanzó una bomba de fragmentación por un túnel lateral. El estallido hizo volar tres cuerpos. Nikolai avanzó en línea recta, sin cobertura, disparando sin pausa y lanzando cuchillos con precisión quirúrgica.
Uno de los cazadores alcanzó a embestirlo por detrás. Irina le disparó en la cabeza. Otro casi apuñala a Irina. Nikolai lo sujetó por el cuello y lo estampó contra la pared.
Caían uno a uno.
Pero los cazadores seguían viniendo. Coordinados. Infatigables. Como si no fueran humanos.
Pelearon durante minutos que parecían siglos.
El suelo se volvió un lago de sangre.
Las paredes, una galería de cadáveres.
Las armas, extensiones de sus brazos.
Hasta que solo quedaron ellos dos.
Cubiertos de sangre. Temblando por el esfuerzo. Respirando como si cada aliento costara parte del alma.
Irina dejó caer el cuchillo.
Nikolai bajó su arma, jadeando.
—¿Eso fue todo? —preguntó él.
—No —dijo Irina, mirando alrededor—. Ahora viene el fuego.
Sin esperar más, colocaron las cargas incendiarias.
La finca, que había ocultado tantos secretos, empezó a arder con un rugido infernal. El humo se elevaba como una ofrenda profana al cielo.
La masacre estaba completa.
Pero no el peso.
Las llamas rugían detrás de ellos como bestias liberadas. Las estructuras crujían, se desplomaban, convertidas en esqueletos incandescentes. El humo teñía el cielo de un rojo sucio.
Irina observó el incendio con los labios apretados. Cada chispa era una memoria carbonizada.
—No queda nada aquí —dijo, sin emoción.
Nikolai lanzó una última mirada a los cuerpos amontonados entre las sombras.
—Ni nadie que nos detenga.
Un helicóptero lejano cortó el aire con su zumbido. Irina giró la cabeza, alerta. Nikolai la sujetó del brazo, suave pero firme.
—Debemos irnos. Ahora.
Ella no discutió.
Corrieron entre los árboles, desapareciendo en la negrura, como dos sombras que la noche misma rehusaba tragar...
El refugio estaba aislado entre árboles muertos y silencio. Un lugar olvidado por todos excepto por quienes ya no tenían hogar. La puerta chirrió al cerrarse, arrastrando consigo el eco del fuego aún rugiente.
Irina entró primero. Sangre seca en la frente. Respiración aún agitada.
Nikolai la seguía, con las manos manchadas, el ceño fruncido y los ojos encendidos de algo más que rabia.
Tiró el rifle contra una silla y cruzó la estancia como una tormenta.
—¿Qué mierda te pasa, Irina? —soltó de golpe.
Ella no respondió. Se quitó la chaqueta empapada y revisó su herida del brazo. Superficial. Nada que no pudiera aguantar.
—¿Vas a quedarte callada ahora? ¿Después de lanzarte sola contra treinta hijos de puta armados como un pelotón?
—Tenía que entrar. No iba a esperar a que me dieras permiso —dijo, sin mirarlo.
—¡No es sobre permiso! —golpeó la mesa con fuerza, haciendo temblar una lámpara oxidada—. ¡Te lo dije! ¡Te dije que no hicieras nada suicida!
—Y tú llegaste, ¿no? Como siempre. Justo a tiempo para criticar.
—¡Joder, Irina! ¡Te pudieron matar!
Ella lo miró por fin, con los ojos encendidos.
—¿Y qué? ¿Te importaría?
Silencio.
Nikolai apretó los puños. Su rabia se quebraba. Pero no respondió.
—Estoy acostumbrada a sobrevivir sola. No necesito que me cuides como a una niña —continuó ella.
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Editado: 30.12.2025