Capítulo 41 — Cenizas y Herencias
Narración múltiple
La sangre ya estaba seca en sus ropas, pero el silencio del refugio aún olía a pólvora.
Irina estaba sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, limpiando lentamente su cuchillo con una tela ennegrecida.
No por necesidad, sino por costumbre. La repetición la mantenía en equilibrio.
Frente a ella, Nikolai terminaba de vendarse el antebrazo, donde una astilla de metralla le había abierto la carne.
Pasaron varios minutos sin hablar.
Solo respiraciones y miradas breves, como si aún no fueran capaces de regresar del todo a sí mismos.
Finalmente, fue Irina quien rompió el silencio.
—La anciana del convento… me dijo que tenía un hermano.
Nikolai alzó la mirada.
—¿Lo crees?
—No lo creía. Hasta que vi su letra en esa nota. —Se llevó la mano al bolsillo interior del abrigo y sacó el papel que había apretado contra su pecho desde que lo encontró. Lo desplegó—. "Custodia Sanguinis" era más que una clave. Era un legado. Una trampa. Una puerta.
—¿Cómo se llama?
—Aleksei. —Su voz bajó al decirlo, como si la palabra aún le doliera en la lengua—. Ella lo ocultó para protegerlo, creo. Pero ahora… creo que él me está buscando.
—¿Tú lo recuerdas?
Irina negó lentamente.
—Solo destellos. Un olor. Una voz que me decía "no te duermas". Imágenes sueltas. Puedo haberlo inventado… pero algo dentro de mí se quebró cuando escuché su nombre.
Nikolai no dijo nada al principio. Solo la observaba con ese silencio pesado que parecía guardar todas las palabras del mundo, sin soltar ninguna.
Finalmente habló:
—Yo tengo una hermana. Menor. Pequeña. Inteligente. Mucho más que yo. —Soltó una risa amarga—. Y una madre que se convirtió en estatua después de que mi padre murió. Volchya hasta la médula. Orgullosa. Incapaz de decir "te quiero", pero muy capaz de enseñarte a matar sin temblar.
Irina lo miró.
—¿Y la sigues viendo?
—De vez en cuando. Solo cuando es inevitable. No hay afecto, pero hay… rencores en común. Como con mi hermana. Ella me reprocha ser como soy, pero también me llama cuando necesita que algo desaparezca. —Se encogió de hombros—. Supongo que todos heredamos algo podrido.
—Yo heredé el silencio —dijo Irina, más para sí misma que para él—. Y una lista de nombres que me enseñaron a temer.
—¿Y ahora qué vas a hacer con Aleksei?
—Encontrarlo. Saber si todo esto… valió la pena. Si lo que quemamos allá atrás —miró hacia la pared, como si pudiera ver las ruinas aún humeantes de la finca— fue solo venganza, o parte de algo más grande.
Nikolai asintió, lento.
—Hay otra cosa —dijo, sacando un cilindro metálico del bolsillo. Lo lanzó hacia ella. Irina lo atrapó al vuelo y lo abrió. Dentro, había una pequeña nota enrollada con una coordenada. Y dos palabras:
Aleksei. Vivo.
Ella sintió cómo el aire salía de sus pulmones sin permiso.
Su garganta se apretó.
Sus dedos temblaron un segundo antes de volver a tensarse.
—¿Dónde conseguiste esto?
—Uno de los cazadores la tenía. Estaba escondida en una bolsa plástica cosida dentro del abrigo. No quería dártela hasta estar seguro. Pero ahora lo estás, ¿verdad?
—Estoy lista —dijo sin levantar la vista.
Guardó la nota en el bolsillo interior… y luego se quedó en silencio.
Nikolai la observó con atención. Percibía que había más, algo que ella aún no decía. Y no se equivocaba.
Irina vaciló. Luego, sin decir nada, sacó un objeto del mismo bolsillo: una bolsa plástica opaca, gastada por el tiempo.
Se la pasó a Nikolai.
Él la abrió con cuidado. Era una foto vieja. Gastada. El papel amarillento y los bordes curvados. Pero aún nítida.
Dos niñas. Una con expresión severa, casi desafiante. La otra más pequeña, sonriendo apenas, con el cabello en trenzas y los ojos muy parecidos.
—¿Eres tú? —preguntó él, mirando a la mayor.
—Sí. Pero no recuerdo cuándo la tomaron. Ni por qué. Estaba escondida en una caja en la celda donde crecí. Reconocí el símbolo grabado en la tapa. No sé quién la guardó… pero alguien la protegió.
—¿Y la otra?
—Dasha.
Dijo el nombre con un susurro que rozaba la súplica.
—No tengo pruebas. No sé nada más. Solo este rostro, esta foto… y una sensación que me quema desde niña. Como si me hubieran arrancado algo.
Nikolai la observó unos segundos en silencio. Luego le devolvió la foto con cuidado, como si sostuviera algo sagrado.
—Entonces la vamos a encontrar también.
—Primero Aleksei —murmuró ella, apretando la foto contra el pecho—. Pero si ella está viva… no voy a dejar que nadie más la borre de mi historia.
—Tú estuviste sola todo este tiempo, Irina —dijo Nikolai, acercándose—. Sin saber si alguien te esperaba. Yo… al menos tuve una red, aunque fuera de cuchillos y mentiras. Pero tú… hiciste todo esto sin nadie.
—No quiero compasión.
—No es compasión. Es respeto. No todos los que matan lo hacen para sobrevivir. Algunos lo hacemos porque no tenemos opción. Tú... tú peleaste incluso cuando no sabías si había algo que encontrar.
—¿Y ahora… sí lo hay?
—Ahora vamos a comprobarlo.
Ambos se pusieron de pie al mismo tiempo.
La noche afuera era densa, pero más limpia que la anterior.
Caminaron hacia la puerta sin decir más.
Cada uno llevando sus cicatrices, sus nombres, sus decisiones.
La cacería seguía.
Pero esta vez, no corrían.
Avanzaban.
#9339 en Novela romántica
#2098 en Thriller
posesivo dominante y celoso, secretos amor y mentiras, mafia amor odio
Editado: 30.12.2025