Sombras del Dreamcatcher

Capítulo 1

El aire fresco de la mañana le azotaba el rostro mientras pedaleaba por las calles desiertas del pequeño pueblo. Las ruedas de su bicicleta crujían contra la gravilla del camino, resonando como el único sonido en aquel tranquilo rincón rodeado por bosques. Katie adoraba las primeras horas del día, cuando el mundo aún parecía suspendido entre el sueño y la vigilia, pero esa mañana había algo que no encajaba. Un escalofrío leve pero persistente le recorría la espalda sin motivo aparente.

Doblando la esquina de la calle principal, paso frente a la vieja cafetería y la tienda general. Las ventanas de ambos lugares estaban aún cerradas, pero los empleados empezaban a levantarlas. Su mente estaba fija en llegar al punto de encuentro que había acordado con sus amigos, querían ir al campamento de verano junto, prometiéndose a sí misma aventuras y una distracción necesaria de los recuerdos que aún le pesaban. Fue entonces, cuando lo vio.

Estaba allí, junto al borde del camino que bordeaba el bosque, un pequeño y desgastado peluche, con un moño y una galera morados, aunque la tela del osito parecía cobrar los años, pues era de un amarillo apagado. La castaña detuvo su bicicleta de golpe, el chirrido de los frenos rompió el silencio. Se quedó allí, inmóvil, con el corazón palpitando en sus oídos mientras miraba al oso. Por alguna razón se le hacía muy familiar y el peluche parecía como si la estuviera esperado por mucho tiempo.
Con curiosidad, ella bajo de su transporte y se acercó. A medida que sus dedos rozaban la tela áspera y sucia, sintió un torrente de emociones que eran inexplicables para ella. Pero entonces, notó algo extraño abajo del moño, levanto con cuidado el corbatín del osito y observo una pequeña nota doblada entre la tela. Titubeando, Katie, agarro la hoja descuidada y la desdoblo con cautela. Leyó las palabras escritas con una caligrafía irregular: “Suerte en el campamento, Spooky”.

Por un instante el mundo pareció detenerse. El viento dejó de soplar, y el bosque, que siempre susurraba con vida, quedo en un inquietante silencio. Ella sintió que alguien la observaba desde la línea de árboles, pero cuando levantó la mirada, no había nada más que sombras entre los troncos altos. Con un nudo en la garganta, guardo la nota en el bolsillo de su overol, puso el peluche en la canasta de su bicicleta y se volvió a subir. No podía quedarse allí.

Mientras pedaleaba por los senderos de tierra del bosque, con las manos sudorosas y el corazón acelerado, una sensación la acompañaba: no estaba sola. Pero ella no sabía que había cometido un grave error. El sol que comenzaba a filtrarse con fuerza entre los árboles, bañando el sendero forestal con una luz dorada y creaba sombras alargadas en el suelo cubierto de hojas. Katie llegó a una rotonda que dividía cuatro caminos, con el corazón latiendo rápidamente, aunque no sabía si por el esfuerzo de pedalear o por el escalofrío y esa sensación de que la seguían. Ella bajo de su bicicleta y dejo que esta cayera en el suelo, con un golpe seco.
Sus amigos estaban allí. El primero en notarla fue Ciro, su novio, quien se apartó de su biciclo y se acercó a ella con una sonrisa ladeada, esa que siempre hacía que su corazón latiera un poco más rápido. Su cabello oscuro, siempre desordenado, brillaba bajo el sol, con algunos mechones cayendo sobre su frente. Era alto, con la piel clara que resaltaba aún más bajo la luz del día. Sus ojos marrones, oscuros como la tierra húmeda después de la lluvia, la observaron con una calidez silenciosa, reflejando la luz en pequeños destellos ámbar, como brasas a punto de avivarse. Vestía un buzo blanco liso que contrastaba con su máscara característica: una de un conejo morado, con algunos detalles pintados con acrílicos, haciendo que pareciera desgastada, como si ocultara historias tras cada pincelada desvanecida.

—Pensé que te habías echado atrás —dijo Ciro con una sonrisa suave, inclinándose para ayudarla a levantar su bicicleta. Sus dedos rozaron los de Katie por un instante, y él no se apartó de inmediato.

—Katie bajó la mirada, sintiendo el calor subirle al rostro.

—No, solo… —vaciló por un momento, sus ojos desviándose hacia la canasta de su bicicleta, donde descansaban el peluche y la nota. Su pecho se apretó, pero decidió guardarlo para después. Miró a Ciro nuevamente y sonrió con timidez—. Me retrasé un poco.

Cerca de ellos, Jade ajustaba su máscara, una de un conejo celeste, con detalles rojos a los lados de la nariz que le daban un aire travieso, como si siempre estuviera sonriendo. Era baja, con el cabello corto y rizado que enmarcaba su rostro con pequeños bucles desordenados. Como de costumbre, llevaba ropa llamativa, y esa mañana no fue la excepción: su sudadera rosa flúor resaltaba como un destello entre la multitud. Al notar a su amiga, simplemente le hizo un gesto de despreocupación, como si nada en el mundo pudiera alterarla.

—Creí que me tocaría ir sola con estos dos aburridos —Jade sonrío mientras se apoyaba contra su monopatín.

A su lado, Patrick ajustaba su máscara de oso: una pieza negra con círculos rojos en las mejillas que se acoplaba perfectamente a su rostro. Era el más alto del cuarteto, con una complexión atlética y una tez morena salpicada de pecas que resaltaban sus ojos amables y su sonrisa fácil. Su presencia era tranquila pero reconfortante, como un refugio en el que siempre se podía confiar.

Notando el ligero nerviosismo en el rostro de Katie, Patrick frunció levemente el ceño antes de alzar una ceja.

—¿Estás bien?

Katie soltó un suspiro, pasándose una mano por el cabello antes de mirarlo.

—Sí… es solo que tuve una mañana extraña.
Él no respondió de inmediato, pero la estudió con esa mirada analítica que solo él tenía, la misma con la que siempre parecía leerla sin que ella dijera una palabra. Luego, con un movimiento casual, sacó algo de su mochila y se lo tendió.

—Olvidaste esto en nuestra pijamada con Arthur.




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