Sombras del Dreamcatcher

Capítulo 3

La comisaría de Sunrise Ville estaba iluminada por luces frías que lanzaban un resplandor blanco sobre las paredes grises. El murmullo de las conversaciones telefónicas, el golpeteo de teclados y el zumbido de un ventilador viejo llenaban el aire. A pesar de ser un lugar seguro, esa noche tenía un aire denso, casi sofocante. El aire dentro de la comisaría era sofocante. No porque hiciera calor, sino porque la tensión era un peso invisible que se sentía en cada respiración. El sonido del reloj en la pared marcaba los segundos con un ritmo cruel, lento, como si el tiempo mismo se burlara de ellos.

Katie, Ciro y Jade estaban sentados en sillas de metal frente a un escritorio. La sangre seca en la ropa de Katie y su expresión vacía llamaban la atención de todos. Jade mantenía los brazos cruzados y el rostro endurecido, aunque el temblor en sus piernas la delataba. Ciro, con la mirada fija en el suelo, parecía preparado para explotar en cualquier momento. Aunque el oficial que los recibió les ofreció toallas húmedas para limpiarse, ninguno las había aceptado. Las manchas parecían haberse impregnado en su piel, como si no importara cuánto frotaran, nunca podrían quitársela de encima.

La puerta de la sala se abrió con un rechinido. Dos oficiales entraron: uno de mediana edad, con una expresión pétrea y cansada, y otro más joven, con el ceño fruncido como si ya hubiera tomado una decisión sobre ellos antes de que abrieran la boca.

—Katie Smith, Ciro Miller y Jade Vera —murmuró el mayor, hojeando unas notas en su libreta—. Supongo que ya saben por qué están aquí.

Silencio.

El oficial más joven entrecerró los ojos.

—Este no es el momento de quedarse callados —advirtió—. Un chico está muerto y ustedes tres fueron los últimos en verlo con vida.

Katie apretó las manos sobre su regazo. Sentía que si hablaba, si intentaba explicarlo todo de golpe, se ahogaría con sus propias palabras. Ciro, en cambio, apretó los dientes, intentando mantener la calma.

—Ya les dijimos lo que pasó —dijo en voz baja—. Encontramos la casa abandonada en el bosque. Patrick bajó al sótano. Lo seguimos cuando escuchamos un ruido y…

Su voz se quebró por un instante.

—Ya estaba…

No pudo terminar la frase.

Jade, que hasta ahora había permanecido en silencio con los brazos cruzados y la mirada clavada en el suelo, chasqueó la lengua con frustración.

—¿Qué más quieren que digamos? ¡No fuimos nosotros!

El oficial mayor la miró con severidad.

—No estamos acusándolos —dijo con un tono tranquilo, pero había una frialdad calculada en su voz—. Pero entiendan nuestra posición. Tienen que admitir que esto es sospechoso.

El joven oficial tomó la libreta y la golpeó ligeramente contra la mesa.

—Dicen que encontraron el cuerpo de su amigo, pero no llamaron a la policía desde la casa. En su lugar, regresaron al pueblo. ¿Por qué?

Katie alzó la vista, con los ojos aún enrojecidos por el llanto.

—Intentamos llamar, pero no había señal… —susurró.

El hombre joven soltó una risa seca, incrédula.

—¿En serio? ¿Todos sus teléfonos fallaron al mismo tiempo?

—No estamos mintiendo —dijo Ciro con firmeza—. No había señal en la casa.

—¿Y qué hay de Patrick? —interrumpió el mayor—. Lo dejaron ahí. ¿Por qué no intentaron cargarlo y traerlo con ustedes?

Katie sintió una punzada de culpa perforarle el pecho.

—Estábamos en shock… —murmuró, con la voz rota—. No… no sabíamos qué hacer…

El oficial más joven soltó un suspiro pesado.

—Esto no tiene sentido. Un chico fue asesinado y ustedes simplemente huyeron. Eso no es un comportamiento normal.

Jade se inclinó hacia adelante, golpeando la mesa con ambas manos.

—¿¡Nos están diciendo que lo matamos!?

—¡Jade! —Ciro le sujetó el brazo, tratando de calmarla.

El oficial mayor le lanzó una mirada de advertencia a la chica antes de volver a hablar.

—No hemos dicho eso. Pero, entiéndannos, en este momento ustedes son las únicas personas involucradas. Y hasta que encontremos pruebas de lo contrario, necesitamos respuestas.

Katie sintió que la sala se encogía a su alrededor.

—No fue… no fue humano… —susurró sin darse cuenta.

Los oficiales se quedaron en silencio por un momento.

—¿Perdón? —preguntó el mayor, frunciendo el ceño.

Ciro y Jade la miraron con nerviosismo.

Katie tragó saliva. No podía decirlo. No podía explicar lo que había sentido en ese sótano, la sensación de que no estaban solos, el escalofrío en su piel antes de encontrar a Patrick… la certeza de que algo los había seguido hasta el pueblo. Pero el oficial joven se inclinó hacia ella, con los ojos brillando con sospecha.

—¿Qué estás tratando de decir, Smith?

Ella negó con la cabeza rápidamente, sin querer profundizar en ello. El mayor suspiró, pasándose una mano por la frente.

—Miren, chicos… —Su voz sonó un poco más suave, como si intentara adoptar un tono más comprensivo—. Sabemos que están asustados. Pero si saben algo más, lo que sea, ahora es el momento de decirlo.

Ciro apretó los puños sobre la mesa.

—Ya dijimos todo lo que sabemos.

El oficial joven lo miró con desconfianza, pero el mayor asintió lentamente.

—Está bien… Por ahora.

Se puso de pie y cerró la libreta.

—No pueden irse de la ciudad. Habrá más preguntas.

Katie sintió un escalofrío, Ciro asintió en silencio. Jade bufó, pero no dijo nada. Los oficiales los dejaron en la sala, solos otra vez.

Por un instante, nadie habló.

Hasta que Jade murmuró en voz baja:

—No van a hacer nada…

Katie miró el suelo, sabía que Jade tenía razón y eso significaba que estaban solos. Completamente solos.

Y lo peor de todo…

La sensación de ser observados aún no se había ido.

La puerta se cerró con un clic sordo, dejando a Katie, Ciro y Jade en un silencio aún más denso que antes. El aire seguía sintiéndose pesado, casi irrespirable. Ninguno se atrevía a hablar al principio, como si las paredes de la sala de interrogatorios todavía pudieran escuchar.




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