El silencio se había apoderado de la casa. La señora Wells se quedó sentada en el suelo del porche, abrazando la mochila de su hijo como si al hacerlo Patrick pudiera regresar.
Katie permanecía a su lado, con la mirada baja y el oso amarillo apretado contra su pecho. Sus dedos temblaban. Ciro se mantuvo de pie, con la cabeza agachada, dándole espacio.
Tras un largo momento, la mujer se incorporó lentamente, limpiándose las lágrimas del rostro.
—Katie… Ciro… —su voz sonaba débil, pero intentaba mantenerse firme—. Pasen, por favor. Deben estar agotados.
Katie levantó la mirada, sorprendida.
—Pero…
—No quiero estar sola ahora mismo - interrumpió la mujer con un intento de sonrisa triste—. Y ustedes… necesito que me cuenten exactamente qué pasó.
Katie dudó un momento, pero terminó asintiendo.
—Está bien.
Ciro le tocó suavemente el hombro.
—Vamos.
Entraron en la casa. Todo estaba igual que siempre: el olor a madera y vainilla, el marco de fotos de Patrick, Arthur y Katie en una pijamada años atrás, y el reloj de pared marcando con su tic-tac un ritmo que parecía ajeno al dolor que se respiraba.
La señora Wells los condujo a la sala.
—Pueden dejar sus cosas aquí —murmuró, señalando el sofá—. Les haré algo de té.
Katie dejó la mochila de Patrick en el suelo junto al sofá, pero no soltó el peluche.
Ciro se sentó a su lado, observándola con preocupación.
—¿Estás segura de que estás bien?
Katie asintió con la cabeza, aunque su expresión decía lo contrario. Cuando la mujer regresó con una bandeja y tres tazas humeantes, se sentó frente a ellos, con las manos entrelazadas.
—Ahora… por favor… —su voz se quebró por un momento—. Díganme qué sucedió realmente.
Katie miró a Ciro, quien le devolvió una leve inclinación de cabeza. Tomó aire y comenzó a hablar.
—Todo comenzó cuando encontramos un peluche en el camino… - susurró, bajando la mirada al oso amarillo en sus brazos—. Tenía una nota. Una que decía “Suerte en el campamento, Spooky”.
La señora Wells frunció el ceño, confundida.
—¿Spooky…?
Katie tragó saliva.
—Es un apodo que… solo mis padres usaban.
Ciro observó cómo la mujer se tensaba ligeramente, pero ella no dijo nada.
—Después… fuimos al bosque y encontramos esa casa… Patrick… él bajó al sótano. Cuando escuchamos su grito… —su voz se rompió, y Ciro colocó una mano reconfortante sobre su hombro.
—Fue demasiado rápido —añadió él, completando la historia -. No vimos a nadie. Solo… sangre.
La señora Wells se cubrió la boca, luchando por contener el llanto. Finalmente, asintió con la cabeza.
—Gracias por contarme. Patrick… él siempre hablaba de ustedes.
Katie soltó un sollozo ahogado.
—Lo siento… no pudimos salvarlo.
La mujer negó con la cabeza.
—No fue su culpa.
La habitación quedó en silencio, solo interrumpido por el leve sonido del viento fuera de la casa.
La sala de la casa de los Grayson estaba iluminada por una tenue luz amarilla. Los muebles de madera oscura y los retratos familiares en la pared le daban al lugar un aire acogedor, pero esa noche, la atmósfera se sentía cargada, tensa.
Ferdinand estaba de pie junto a la ventana, observando la calle vacía. Su máscara de zorro marrón descansaba sobre la mesa, mientras que su mirada permanecía fija en el exterior, como si esperara ver algo moverse en la penumbra. A su lado, Matthew, con su máscara de la luna colocada sobre la cabeza, se mantenía en silencio. Sus ojos azules se posaban de vez en cuando en el grupo reunido en la sala.
—¿Seguros que aquí estamos a salvo? —preguntó Sally, sentándose en el borde del sofá, con los brazos cruzados.
—Es lo más seguro que tenemos —respondió Ferdinand sin apartar la mirada de la ventana—. Esta casa tiene historia. El circo de los Smith… los rumores… Siempre pensé que había algo más.
—¿Y qué tiene que ver el circo? —preguntó Jade, inquieta.
Ferdinand se volvió hacia ellos, con una expresión sombría.
—Todo.
Oliver se levantó de la silla, frustrado.
—¿Qué quieres decir con todo? Patrick está muerto, Ferdinand. ¿De qué nos sirve hablar del circo?
Matthew finalmente intervino, su voz tranquila, aunque tensa.
—¿No lo sientes, Oliver? —preguntó—. La misma energía que había cuando Patrick... —se detuvo, como si pronunciar el nombre le doliera—. Algo nos está observando.
Kenneth miró a Matthew, frunciendo el ceño.
—¿Qué demonios estás diciendo?
Ferdinand caminó hasta la mesa donde descansaba su máscara de zorro y la tomó con ambas manos.
—Hace años, cuando el Dreamcatcher pasó por aquí, algo se quedó. Algo que no debía.
El grupo se quedó en silencio, escuchando.
—Mi mamá nunca lo dice, pero yo lo sé. Desde que Katie y sus hermanos vinieron a vivir aquí, algo cambió. Hay secretos que el circo dejó atrás. Y creo que Patrick… —hizo una pausa, su voz se volvió más baja—. Patrick fue solo el comienzo.
Sally se levantó de golpe.
—¿El comienzo? ¿De qué hablas?
Matthew bajó la mirada.
—De lo que sea que se oculta en el bosque. Y de lo que esta noche no ha terminado.
Oliver estaba a punto de responder, cuando un golpe seco retumbó desde la puerta trasera de la casa.
Todos se quedaron inmóviles.
Ferdinand se colocó la máscara de zorro marrón con un movimiento rápido.
—Quédense aquí.
—¡Ni loco te dejamos ir solo! —exclamó Kenneth, poniéndose de pie.
Pero antes de que pudieran moverse, otro golpe sonó, esta vez más fuerte.
Y luego, un susurro.
Muy bajo.
—Spooky…
Katie, el apodo que solo sus padres usaban. El grupo se quedó helado.
Matthew se giró hacia Ferdinand, sus ojos azules llenos de confusión y miedo.
—¿Eso… eso fue lo que escuché?
Ferdinand asintió lentamente, su voz grave y decidida.
—Tenemos que prepararnos.
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hay amor, hay muchas muertes y tristesas, hay mucho misterio y suspenso
Editado: 15.03.2025