Sombras del Dreamcatcher

Capítulo 6

Las ruedas de las bicicletas crujían contra la grava del camino. El aire nocturno era frío, y cada pedaleada parecía resonar más fuerte de lo normal. Katie mantenía la vista baja, observando con fijeza los objetos en la canasta: el oso amarillo, la mochila de Patrick y la máscara rota que había pertenecido a su amigo.

Por más que lo intentaba, no podía ignorar la sensación de incomodidad que se apoderaba de su pecho. Era como si un par de ojos invisibles se clavaran en su espalda. Cada cierto tiempo, giraba la cabeza con rapidez para observar el camino detrás de ellos. Nada. Solo el sendero desierto iluminado tenuemente por la luna.

Apretó los dedos alrededor del manillar. Su respiración era cada vez más inestable.

—Nadie nos está siguiendo, no te preocupes… —la voz de Ciro rompió el silencio, intentando tranquilizarla.

Katie se sobresaltó un poco.

—Supongo… —susurró, aunque su tono seguía tembloroso—. Es que… aún lo siento.

Ciro la miró de reojo.

—¿Lo sientes?

Katie asintió, suspirando profundamente.

—Esa sensación… desde que regresamos, no se ha ido. Como si algo nos siguiera.

Ciro forzó una sonrisa para calmarla.

—Quizás solo necesitas descansar, ha sido un día largo.

Ella lo miró, esbozando una pequeña sonrisa avergonzada.

—Creo que tienes razón… —hizo una pausa y, bajando un poco la mirada, murmuró—. Por cierto… gracias por estar a mi lado todo este tiempo.

Ciro sonrió, girando la cabeza hacia ella.

—Dije que no te dejaría sola, ¿no?

Katie le devolvió la sonrisa, sintiendo cómo, por un momento, el ambiente se volvía menos tenso. El frío parecía menos cortante, y la presión en su pecho se alivió, aunque solo por unos instantes. Porque, en cuanto doblaron la esquina que daba a la calle de los Grayson, la sensación regresó.

Allí, a unos metros de la entrada de la casa, Ferdinand, Matthew y Oliver esperaban, con sus bicicletas apoyadas a un lado. El aire alrededor de ellos parecía más denso, casi eléctrico. Ferdinand, de pie, con la máscara de zorro marrón cubriéndole parcialmente el rostro, mantenía la mirada fija en el camino, como si hubiera sabido que ellos aparecerían en ese momento.

Matthew, con su máscara de luna colgando del cuello, alzó la mano en cuanto los vio.

—¡Katie! ¡Ciro!

Oliver, junto a ellos, cruzó los brazos, pero su rostro estaba cargado de nerviosismo. Katie frenó su bicicleta. El aire le pareció repentinamente más frío. Notó cómo Ferdinand la observaba, pero no a ella, sino al peluche amarillo que aún sostenía en la canasta.

Los pasos de Ferdinand fueron lentos al acercarse. Sus ojos oscuros se clavaron en el peluche. Matthew y Oliver se miraron entre sí, confundidos por el cambio repentino en su expresión.

—¿Ferdinand? —preguntó Ciro, frunciendo el ceño.

Ferdinand se detuvo frente a Katie, bajando lentamente la máscara de su rostro. Su semblante, normalmente sereno, estaba ahora pálido. Su mano tembló levemente al señalar el peluche.

—¿De dónde…? —su voz se quebró ligeramente, algo inusual en él—. ¿De dónde sacaste eso?

Katie parpadeó, desconcertada.

—¿Esto? —preguntó, tomando el peluche amarillo con el lazo morado—. Lo encontré en el camino, de camino al campamento…

Ferdinand se quedó inmóvil. No apartaba la vista del peluche. Su respiración se aceleró, pero intentó ocultarlo.

Oliver, observando la escena, frunció el ceño.

—¿Qué pasa con ese peluche?

Ferdinand no respondió de inmediato. Sus ojos recorrieron cada costura del juguete, cada mancha en la tela. Lo recordaba. Lo recordaba perfectamente. Ese peluche…

Era de ella, de cuando vivían en el circo.

Había visto a Katie abrazarlo incontables veces cuando eran pequeños. Pero eso fue antes del accidente. Antes de que todo cambiara. Pero lo peor de todo era que Katie no parecía recordarlo.

—¿Katie…? —la voz de Ferdinand fue un susurro apenas audible—. ¿De verdad no recuerdas este peluche?

Katie lo miró, confundida.

—¿Recordarlo? No… yo…

Se quedó en silencio, bajando la vista al peluche. Una extraña incomodidad se formó en su pecho. Lo había estado abrazando todo este tiempo, pero ahora… ahora sentía como si sostuviera algo frío. Extraño.

Matthew rompió el silencio con voz tensa:

—Ferdinand, ¿qué está pasando?

Antes de que Ferdinand pudiera responder, Oliver se adelantó y, de repente, su expresión se transformó.

—¡¿Esa es…?! —sus ojos se abrieron con incredulidad al ver la máscara rota en la canasta—. ¡Es la máscara de Patrick!

El ambiente se volvió aún más denso. Oliver dio un paso atrás, como si al ver la máscara hubiera recibido un golpe.

—¿Por qué… por qué la tienes tú?

Katie apretó los labios, sujetando con fuerza la máscara.




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