El grupo seguía sumido en la rutina de investigación en la biblioteca del pueblo. Los últimos días habían sido pesados, con la mayoría de ellos enterrando sus cabezas entre libros polvorientos y libretas llenas de anotaciones, buscando respuestas sobre el circo Dreamcatcher.
Sin embargo, no todos se habían dejado consumir por la investigación. Los hermanos Carter y Sally se habían encargado de aliviar la tensión en el grupo, trayendo comida o proponiendo actividades en casa. Nadie debía quedarse solo, lo último que necesitaban era más distancias o silencios incómodos. Aun así, para algunos, el peso de la pérdida era demasiado difícil de ignorar.
Esa tarde, cuando el sol comenzaba a ocultarse tras las colinas, un aire de cansancio se apoderó de la biblioteca. Matthew, Katie y Arthur eran los últimos que quedaban. Una mesa repleta de libretas, periódicos antiguos y recortes de archivo estaba desordenada frente a ellos.
Katie repasaba en silencio un esquema donde intentaba organizar las pistas que habían conseguido hasta el momento. Sus dedos jugaban distraídamente con una esquina del álbum de fotos de Patrick. Cada página del álbum dolía. Cada sonrisa en las fotografías era un recordatorio de lo que habían perdido.
Mientras tanto, Arthur y Matthew discutían sobre un artículo del circo.
—No hay nada concreto —decía Arthur, con un suspiro frustrado -. Todo son rumores, historias incompletas.
Matthew sonrió, apoyándose en la silla con un aire despreocupado.
—Hey, ¿qué tal si dejamos esto por hoy? —propuso con su tono alegre habitual—. Mis padres están de viaje. Pensé que podríamos pasar el rato juntos en mi casa. Ustedes… necesitan un respiro.
Katie levantó la mirada, parpadeando. Después de semanas de tensión y dolor, la idea de algo normal sonaba bien.
—Me parece una buena idea —dijo con una pequeña sonrisa.
Arthur, aunque más reservado, terminó asintiendo.
—Solo para no dejarte sola —bromeó, intentando sonar despreocupado.
Matthew sonrió satisfecho.
—¡Entonces vamos!
Rápidamente, guardaron las libretas que consideraron importantes en sus mochilas y salieron de la biblioteca, dejando atrás el olor a papel viejo y el ambiente cargado de incertidumbre.
La casa de Matthew estaba a unas cuadras. Su estructura moderna contrastaba con el resto del pueblo. Estaba hecha de concreto, con ventanales amplios y un pequeño rosal adornando la entrada. La luz cálida del interior se filtraba por las cortinas, creando un ambiente acogedor.
Matthew sacó sus llaves y abrió la puerta de madera.
El interior estaba impecablemente ordenado. En el salón principal, un sofá grande descansaba frente a una televisión colgada en la pared. Una mesa de café con algunos libros dispersos completaba el ambiente.
—Dejen sus zapatos ahí —indicó Matthew, señalando un rincón.
Katie y Arthur obedecieron y se instalaron en el sofá. Aunque la chica, como si no pudiera desprenderse de la sensación de pérdida, sacó el álbum de fotos de Patrick. Las páginas del álbum se abrieron lentamente. Cada fotografía traía consigo una avalancha de recuerdos.
—¿Recuerdan esta? —preguntó Matthew, señalando una foto donde Patrick hacía una mueca ridícula—. Siempre decía que si se quitaba la máscara, al menos tenía que hacer una cara divertida.
Katie sonrió débilmente, abrazando el álbum contra su pecho.
—Él siempre sabía cómo hacernos reír.
Arthur asintió, su expresión seria pero menos sombría.
—Era bueno en eso.
Matthew los miró con ternura, su sonrisa suave, casi nostálgica.
—Por eso quise que vinieran. Sé que… él significaba mucho para ustedes. Y aunque nada vuelva a ser igual, quiero que sepan que también tienen a alguien que se preocupa.
Katie levantó la vista, esbozando una sonrisa más sincera.
—Gracias, Matthew.
Arthur se limitó a asentir, aunque en sus ojos se percibía un leve brillo.
La noche transcurrió entre risas apagadas, películas y juegos improvisados. Por primera vez en semanas, Katie sintió que el aire no pesaba tanto. Cuando el cansancio finalmente los venció, decidieron armar un fuerte en la sala. Colchones, almohadas y mantas formaban un refugio improvisado.
Arthur, antes de acostarse, encendió una pequeña lámpara a pila.
—¿En serio traes eso a todas partes? —preguntó Matthew con una sonrisa divertida.
Arthur, visiblemente avergonzado, se encogió de hombros.
—Ehm… sí. Le tengo miedo a la oscuridad.
Katie y Matthew se miraron por un momento y rompieron a reír suavemente. Arthur, rojo de la vergüenza, les lanzó una almohada a cada uno.
—¡Oh, vamos!
—¡Está bien! —rió su amiga, atrapando la almohada—. ¡Todos tenemos miedos!
—Sí —añadió Matthew, sonriendo—. Pero esta noche, estamos juntos. Nada malo va a pasar.
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hay amor, hay muchas muertes y tristesas, hay mucho misterio y suspenso
Editado: 10.10.2025