Ambos amigos pasaron la noche en vela, sumidos en la urgencia de planear la escapatoria. Sally desplegó un mapa del pueblo, señalando el camino que Katie debía seguir para llegar a la casa de los Wells. El trayecto, según él, era el más seguro, rodeando el pueblo por la ruta del lago. Katie no estaba del todo convencida de que ese fuera el camino ideal, pero el rubio la tranquilizó asegurándole que, si algo salía mal, Oliver y Kenneth la estarían esperando. Ellos, después de todo, irían a investigar un almacén abandonado cerca de la casa donde Patrick había muerto.
Cuando los primeros rayos del alba comenzaron a filtrarse por la ventana, Sally se preparó para irse. Sabía que no podía quedarse mucho más tiempo.
—Vendré a verte de nuevo esta noche, espero no te moleste —susurró mientras comenzaba a abrir la ventana, listo para saltar al árbol que estaba justo enfrente.
—Solo no te lastimes —susurró Katie con una sonrisa fatigada, pero sincera—. Y diles que les mando un saludo a todos.
Sally asintió levemente, su rostro iluminado por la luz tenue de la mañana. Con un último vistazo, desapareció entre las sombras, saltando ágilmente al árbol. Katie cerró la ventana con cuidado, asegurándose de no hacer ruido, y bajó las persianas con un suspiro. Justo en ese momento, escuchó un golpe en la puerta seguido de la voz de su primo, anunciando que el desayuno ya estaba listo.
Katie se quedó quieta unos segundos, respirando hondo, antes de dirigirse al baño para prepararse. Sabía que la siguiente parte de su vida comenzaba esa misma noche, pero por ahora, tendría que jugar el papel de la niña tranquila y obediente.
Cuando terminó de arreglarse y bajó al comedor, Katie se encontró con una escena que la hizo sonreír de inmediato: sus dos hermanitos tenían la cara llena de comida mientras hacían muecas y se molestaban entre sí. No pudo evitar soltar una risa, lo que llamó la atención de los niños, quienes, al verla, también sonrieron.
—¿Por qué están tan sucios? —preguntó la castaña con una sonrisa divertida.
—¡Anthony empezó! Se puso a jugar con la comida e hizo un desastre —acusó Michael entre risas.
—¡Mentira! —protestó el menor, dándole un leve golpe en el brazo a su hermano—. ¡Tú fuiste el que empezó!
—No peleen —intervino Katie, negando con la cabeza—. Mejor vayan a lavarse la cara antes de que alguien los regañe.
Los dos niños obedecieron de inmediato y salieron corriendo hacia el baño, todavía discutiendo entre risas. Katie los observó alejarse con una mezcla de ternura y diversión, sin notar que Ferdinand se había acercado hasta que escuchó su voz.
—Tienes ojeras, Katie —comentó él con tono serio—. ¿Te desvelaste?
La sonrisa de la castaña se desvaneció apenas un segundo, pero rápidamente recuperó la compostura. Tenía que ser cuidadosa. Ella le sostuvo la mirada de Ferdinand por un momento, intentando aparentar tranquilidad. Se encogió de hombros con fingida indiferencia antes de responder.
—No mucho, solo me costó un poco dormir —dijo, sirviéndose un poco de jugo para evitar que su primo notara cualquier expresión sospechosa en su rostro.
Ferdinand no parecía del todo convencido, pero no insistió. En su lugar, se sentó frente a ella y empezó a comer en silencio. Katie sintió la tensión en el aire, su primo rara vez la presionaba con preguntas, pero la forma en que la observaba le indicaba que estaba más atento de lo habitual.
“Debo ser más cuidadosa”, pensó, enfocándose en su desayuno. Cualquier error y todo el plan de escapar se vendría abajo.
Después del desayuno, Ferdinand salió un momento a hacer unas compras, pero no sin antes recordarle que no debía salir de la casa. Katie reprimió el impulso de rodar los ojos y asintió con la cabeza, despidiéndolo con una sonrisa forzada.
Tan pronto como estuvo sola, subió a su habitación y cerró la puerta con cuidado. Su corazón latía rápido, pero no por miedo, sino por la emoción de lo que estaba a punto de hacer. Se acercó al escritorio y sacó un pequeño bolso donde había estado guardando algunas cosas esenciales: un poco de dinero que logró esconder, ropa extra y un par de galletas que tomó del desayuno. No era mucho, pero tendría que bastar hasta que llegara a casa de la señora Wells.
El tiempo pasó lento mientras esperaba a que cayera la noche. Cada vez que escuchaba pasos en el pasillo, contenía la respiración, temiendo que Ferdinand sospechara algo. Sus hermanos entraban y salían de su habitación, jugando y preguntándole cosas sin importancia, lo que la ayudaba a distraerse por momentos, pero la ansiedad seguía ahí, latente.
Las noches siguientes se convirtieron en el único momento del día que Katie aguardaba con ansias. Sally mantenía su promesa, regresando cada madrugada, deslizándose por la ventana con su sonrisa ladina y los bolsillos llenos de novedades del mundo exterior. Algunas veces venía solo, otras traía consigo a algún miembro del grupo, siempre asegurándose de que la castaña no se sintiera tan aislada.
La primera vez fue Arthur quien apareció junto a Sally, con su semblante serio pero con un brillo de alivio en los ojos al verla. Katie casi no pudo contener el impulso de abrazarlo, pero se limitó a sonreír y a sentarse junto a él en la alfombra, mientras Sally montaba guardia en la ventana.
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hay amor, hay muchas muertes y tristesas, hay mucho misterio y suspenso
Editado: 10.10.2025