La mañana se anunció con el crepúsculo asomándose por las ventanas. Katie estaba sentada en el sofá de la sala de los Wells, con la cabeza apoyada en sus manos. El miedo a que el asesino la encontrara se mezclaba con la preocupación por sus hermanitos y el temor a que su tía llegara con Ferdinand y la descubrieran. Su mente estaba enredada en un torbellino de arrepentimiento y dudas.
Sus pensamientos se interrumpieron cuando Sally apareció en la sala, con el teléfono en la mano. Se lo extendió sin decir una palabra, sus ojos reflejaban urgencia. Katie, con el ceño fruncido, tomó el teléfono y se lo llevó a la oreja.
—¿Hola? —preguntó con voz temblorosa.
Al principio, solo se escucharon ruidos de fondo, como si alguien estuviera moviendo cosas. Luego, una voz familiar resonó en el auricular.
—¡Kats! —gritó con alegría Kenneth. Parecía energético, como antes, como si el horror de los últimos días no hubiera existido—. ¡Al fin logro hablar contigo!
Katie sintió un nudo en la garganta. La calidez de la voz de Kenneth le trajo una sensación de alivio, pero también de tristeza. No sabía qué decir.
—Ken… —susurró—. ¿Cómo… cómo están todos?
Hubo un breve silencio del otro lado antes de que Kenneth respondiera.
—Preocupados. Oliver está intentando contactar a Sally, pero no tiene respuesta. Ferdinand… bueno, ya sabes cómo es. Está convencido de que alguien nos está mintiendo sobre todo esto.
Katie sintió un escalofrío recorrer su espalda. No le sorprendía la actitud de Ferdinand; siempre había sido el más determinado del grupo. Pero ahora, su determinación podía ser peligrosa.
—No puedo volver, Kenneth —dijo con un hilo de voz—. Es muy peligroso.
—Lo sé… pero tampoco puedes quedarte escondida para siempre —su voz bajó un poco el tono, tornándose seria—. Katie, encontramos algo.
El corazón de la chica se aceleró.
—¿Qué cosa?
—Unas notas —respondió—. Como las que hemos encontrado antes. Pero esta vez… tienen nombres.
Katie sintió que la sangre le helaba las venas. Su agarre en el teléfono se tensó.
—¿Qué nombres? —preguntó en un susurro.
Kenneth tomó aire antes de responder.
—El tuyo… y el de tu madre.
El silencio se extendió entre ambos. Katie sintió que la habitación se hacía más pequeña, que el aire se volvía pesado. Su pecho se oprimió, y la imagen de su madre, Eleanor Tremblay, apareció en su mente.
—Tenemos que vernos —susurró Kenneth—. No ahora, no en el pueblo… pero en un lugar seguro. Hay cosas que debes saber.
Katie no respondió de inmediato. Miró a Sally, quien la observaba con el ceño fruncido, como si intentara leer sus pensamientos.
—Déjame pensarlo —dijo finalmente.
Kenneth suspiró al otro lado de la línea.
—No tenemos mucho tiempo, Kats.
La llamada terminó, y Katie sintió que el mundo a su alrededor se tambaleaba. Miró a Sally con una mezcla de confusión y miedo.
—Tenemos que hablar con la señora Wells —dijo al fin, con la voz firme.
Sally asintió.
El desayuno en la casa de los Wells se desarrolló en un silencio incómodo al inicio. La señora Wells había preparado café y tostadas, pero sus ojos estaban hinchados por el llanto de la noche anterior. Katie tomó aire y, con cuidado, explicó que quería salir un momento con Sally para visitar a los Carter. No mencionó las notas ni el encuentro con Kenneth.
—Solo queremos ponernos al día —dijo con un tono tranquilo—. No nos alejaremos demasiado.
La mujer los observó con una mezcla de preocupación y resignación. Sabía que Katie no se quedaría encerrada para siempre.
—Está bien… pero vuelvan antes del anochecer —dijo finalmente, con un suspiro pesado.
Katie asintió con una sonrisa débil, terminando su café antes de salir con Sally.
La casa de los Carter era acogedora, con un porche amplio y decoraciones rústicas. Kenneth y Oliver ya las esperaban en la sala, con un sobre de papeles en la mesa de centro.
—Cuando Oliver y yo volvimos a la casa abandonada… encontramos esto —dijo Kenneth, sacando varias notas y desplegándolas frente a ellas.
Su amiga las tomó con cuidado. Eran hojas viejas, algunas con tinta corrida, pero las palabras aún eran legibles. Se trataban de poemas y frases escritas con una caligrafía irregular. Lo inquietante eran las comparaciones.
—Eleanor…—susurró Katie, al ver el nombre de su madre repetido en varias notas. Su piel se erizó al notar algo más.
Algunas frases hablaban de ella.
“Eleanor tenía la misma mirada profunda.”
“El tiempo no cambia la belleza, solo la oculta bajo la piel de la juventud.”
“No importa cuánto pase, siempre volverás a mí.”
Katie sintió un escalofrío.
—¿Quién… escribió esto? —preguntó en voz baja, sintiendo el peso de la verdad acercándose peligrosamente.
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hay amor, hay muchas muertes y tristesas, hay mucho misterio y suspenso
Editado: 10.10.2025