Sombras del Dreamcatcher

Capítulo 11

El sol comenzaba a descender en el horizonte cuando Oliver y Kenneth caminaron junto a su madre hacia el mercado. El bullicio de los compradores llenaba el aire, mezclándose con el aroma a pan recién horneado y frutas frescas. Parecía una tarde normal, pero en la mente de Oliver, la tranquilidad era solo una ilusión.

—Hace días que no vemos a Katie —comentó Kenneth, metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta—. Tal vez podríamos pasar por la casa de los Wells después de esto.

Oliver no respondió de inmediato. Su mirada estaba fija en el suelo, pero su mente seguía atrapada en la nota que había encontrado la noche anterior. "Sé que intentas protegerla, pero ya te estás entrometiendo demasiado". Las palabras ardían en su cabeza como un mal presentimiento.

—Ken —dijo de pronto, su voz más grave de lo usual.

Kenneth lo miró con curiosidad.

—¿Qué pasa?

Oliver respiró hondo, sintiendo un peso en el pecho. Algo dentro de él le gritaba que tenía que decirlo, aunque no entendiera del todo por qué.

—No dejes sola a Katie —pidió en un tono bajo, pero urgente.

Kenneth frunció el ceño.

—¿Por qué dices eso? ¿Pasó algo?

Oliver tragó saliva. No podía contarle sobre la nota. No podía ponerlo en peligro también.

—Solo prométemelo —insistió, mirándolo fijamente—. Pase lo que pase, quédate con ella. No la dejes sola.

Kenneth parpadeó, confundido por la intensidad en la voz de su hermano.

—Ollie, ¿qué te pasa? Me estás asustando.

Oliver intentó sonreír, pero le costó.

—Nada… Solo dime que lo harás.

Kenneth lo observó por un momento antes de suspirar y asentir.

—Está bien, está bien. Lo prometo. Pero en serio, dime qué ocurre.

Oliver abrió la boca para responder, pero en ese momento, su madre llamó a Kenneth desde un puesto de frutas.

—Ken, ven a ayudarme con estas cajas —pidió, haciendo un gesto con la mano.

Kenneth vaciló, todavía esperando una respuesta de su hermano, pero finalmente se alejó hacia su madre. Oliver lo vio marcharse, sintiendo un extraño nudo en el estómago. Algo en su interior le decía que algo iba mal. Que algo iba a pasar.

Sacudió la cabeza, tratando de apartar la sensación. Se apoyó contra el mostrador de un pequeño puesto de víveres y dejó escapar un suspiro, frotándose la sien. Tal vez solo estaba paranoico. Tal vez…

—Buenas tardes, joven —una voz desconocida interrumpió sus pensamientos.

Oliver levantó la vista. Un hombre con una gorra baja y una bufanda cubriéndole la parte inferior del rostro le extendía un billete.

—Quisiera comprar uno de esos —dijo, señalando un paquete de pan.

Oliver sintió un leve escalofrío, pero no hizo preguntas. Tomó el billete y se giró para alcanzar la bolsa de pan del estante detrás de él.

Ese fue su error.

El disparo resonó como un trueno.

Todo el mercado quedó en un silencio atroz, seguido de un caos de gritos y pisadas apresuradas. Oliver no tuvo oportunidad de entender lo que estaba pasando. No sintió dolor, solo un impacto repentino en la cabeza. Su visión se nubló, sus piernas cedieron y su cuerpo se desplomó pesadamente contra el suelo. El paquete de pan cayó junto a él, rodando sobre el charco escarlata que comenzaba a expandirse bajo su cabeza.

Kenneth giró bruscamente al escuchar el estruendo. Su corazón se detuvo por un segundo.

No…

Su mirada encontró la figura de su hermano en el suelo y el mundo a su alrededor pareció volverse irreal. No podía ser. No podía ser él. No podía estar viendo lo que estaba viendo.

—¡Oliver! —su grito desgarró el aire mientras corría hacia él, con el pánico destrozando cada fibra de su ser.

Se arrodilló junto al cuerpo de su hermano, sus manos temblaban cuando intentó moverlo.

—No, no, no, Ollie, háblame —su voz se quebró mientras lo zarandeaba levemente—. ¡Despierta! ¡Oliver, despierta!

Pero Oliver no respondió. Su rostro estaba tranquilo, como si simplemente estuviera dormido. Pero Kenneth vio la sangre, el líquido cálido que manchaba el suelo y sus propias manos.

La gente gritaba. Algunos huían. Otros se habían quedado paralizados en el sitio. Su madre, pálida como un fantasma, se llevó las manos al rostro, sus ojos llenándose de lágrimas mientras se acercaba tambaleante. Pero Kenneth no podía soltar a su hermano.

—No… —su voz era apenas un susurro ahora, su cuerpo temblando—. No puedes hacerme esto, Oliver…

Las sirenas de la ambulancia se escucharon en la distancia. Las luces rojas y azules destellaban en las fachadas de los edificios, reflejándose en los ojos vidriosos de Kenneth. Cuando los paramédicos llegaron, intentaron apartarlo para poder atender a Oliver, pero él se resistió.

—¡Déjenme ayudarlo! —gritó con desesperación, tratando de aferrarse a su hermano.

—Hijo, tienes que dejarnos hacer nuestro trabajo —dijo uno de los paramédicos con voz grave, mientras sujetaba a Kenneth con firmeza.




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