El crepúsculo comenzó a teñir el cielo con tonos suaves y anaranjados, proyectando sombras alargadas en la habitación. Katie seguía despierta. No había logrado volver a conciliar el sueño después de todo lo sucedido. La fatiga pesaba en sus párpados, pero su mente no le permitía descansar. Con sumo cuidado, se incorporó del colchón improvisado y se aseguró de no despertar a Kenneth, quien seguía profundamente dormido en el sofá. Su respiración era pausada, pero su expresión aún reflejaba el dolor que lo atormentaba incluso en sueños.
Se deslizó fuera de la sala y se dirigió a la habitación de invitados, donde había estado durmiendo desde que llegó a la casa de los Wells. Al abrir la puerta, la recibió la penumbra tranquila de la habitación. Sobre la cama, en un rincón ordenado, estaban sus peluches. Entre todos ellos, destacaba el oso amarillo. El mismo que había desencadenado tantos recuerdos y que, de alguna manera, aún la mantenía atada a su pasado. No se atrevía a deshacerse de él. Era absurdo, lo sabía, pero sentía que si lo hacía, perdería algo más que un simple objeto de su infancia.
Su mirada se dirigió a una repisa cercana. Allí, colocadas con precisión inquietante, estaban las máscaras de Patrick y Matthew. Parecían trofeos de una historia macabra, testigos silentes de todo lo que había sucedido. Al principio, las había puesto ahí con el temor de que se rompieran aún más, queriendo preservarlas como el último vestigio de sus amigos. Pero ahora, cada vez que las veía, solo le recordaban cuánto había cambiado todo, cuánto les habían arrebatado. Se cruzó de brazos y suspiró, sintiendo un peso en el pecho que no terminaba de desaparecer.
Desvió la mirada y abrió su mochila, sacando un buzo amarillo y unos jeans cortos. Ya no usaba el overol y la remera amarilla que solía llevar cuando estaba en la casa de los Grayson. Después de lo que vivió ahí, después de su encierro, cambiar su ropa fue una manera de marcar el fin de esa etapa, aunque en el fondo supiera que el pasado aún la alcanzaba.
Se cambió rápidamente, acomodó su cabello y salió de la habitación. Al bajar las escaleras, se detuvo a mitad del trayecto al notar una escena en la sala. La señora Wells estaba junto a Kenneth, inclinada sobre él mientras acomodaba con ternura la manta que lo cubría. Sus manos se movían con la delicadeza de una madre, y su mirada reflejaba una mezcla de nostalgia y tristeza.
Katie no necesitó preguntar la razón. Sabía que la señora Wells había visto la sudadera de Patrick que Kenneth llevaba puesta. Sabía que, en ese momento, ella no solo veía a un niño roto por la pérdida de su hermano, sino también a un recuerdo vivo de su propio hijo.
Katie sintió un nudo en la garganta. A veces, el pasado dolía más cuando se reflejaba en alguien más.
Linda suspiró con suavidad y, tras un último vistazo a Kenneth, se apartó lentamente. Al girarse, notó la presencia de Katie en la escalera. Durante unos segundos, ambas se miraron en silencio, hasta que la mujer le hizo una leve señal con la cabeza, invitándola a seguirla a la cocina.
Katie entendió el mensaje y descendió los últimos escalones con pasos sigilosos, asegurándose de no hacer ruido. Siguió a la señora Wells hasta la cocina, donde la luz tenue de la mañana comenzaba a filtrarse por la ventana. La mujer se sirvió una taza de café y, sin preámbulos, habló con un tono sereno pero cargado de preocupación.
—No hace falta que me lo digas… Kenneth no va a volver a casa pronto, ¿verdad?
Katie bajó la mirada, jugando con el borde de su manga. No tenía una respuesta clara, pero en el fondo, sabía que la señora Wells tenía razón.
—No creo que quiera volver todavía —admitió con voz baja—. No después de lo que pasó.
La mujer asintió con un suspiro, llevándose la taza a los labios antes de añadir con voz suave:
—Perder a un hermano… es un dolor que no se va tan fácil, Katie. Y quedarse aquí puede ayudarlo un poco, pero también le va a hacer enfrentarse a muchas cosas.
Katie se quedó en silencio. Sabía que Kenneth estaba destrozado, pero también sabía que no quería dejarlo solo. Y que, en cierto modo, él tampoco quería apartarse de ella.
—¿Crees que esté bien si se queda unos días más? —preguntó finalmente, con un leve atisbo de duda en su voz.
Linda la miró con ternura antes de asentir.
—Puede quedarse el tiempo que necesite. Pero quiero que ambos sepan que no están solos en esto. No voy a permitir que Kenneth enfrente este duelo sin apoyo… y tampoco tú deberías hacerlo.
Katie sintió un leve cosquilleo en el pecho ante aquellas palabras. Era raro escuchar algo así, raro sentir que alguien estaba cuidando de ella sin esperar nada a cambio. Se mordió el labio y asintió en silencio, aferrándose a la taza de café que la señora Wells le había alcanzado.
El aroma cálido del café impregnaba la cocina, pero no lograba disipar el peso de la realidad. Katie envolvió la taza entre sus manos, dejando que el calor le reconfortara los dedos, aunque no podía hacer lo mismo con la sensación de opresión en su pecho. Sus ojos se deslizaron hacia Linda Wells, quien, con una expresión serena pero preocupada, bebía su café en silencio. La mujer era el contraste absoluto de su tía.
La señora Grayson siempre esperaba obediencia de su parte y de sus hermanos. No había lugar para la fragilidad ni para los errores. Cada petición venía con una condición: limpiar, ayudar, demostrar que merecían cualquier favor que se les concediera. No importaba que fueran niños. "La vida es dura, y más vale que lo aprendan pronto", solía decir. Y ellos aprendieron. Aprendieron a callar, a no pedir más de lo necesario, a ganarse incluso las cosas más básicas con esfuerzo y sacrificio.
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hay amor, hay muchas muertes y tristesas, hay mucho misterio y suspenso
Editado: 10.10.2025