Sombras del Dreamcatcher

Capítulo 13

El silencio en la sala se volvió casi insoportable. Nadie quería ser el primero en hablar, pero la tensión flotaba en el aire como una amenaza invisible. Sally tamborileaba los dedos contra su rodilla, mientras Arthur miraba fijamente la mesa, como si la respuesta a todo estuviera grabada en la madera. Jade se había alejado un poco, de pie junto a la ventana, con los brazos cruzados, su postura rígida, como si contuviera algo dentro de sí.

Kenneth fue quien finalmente rompió el silencio.

—¿Cuánto les está costando aceptarlo? —preguntó, su voz sonaba más cansada que enojada, más quebrada que firme.

Los demás levantaron la vista, confundidos al principio.

—¿Aceptar qué? —preguntó Sally en voz baja.

Kenneth exhaló, pasó una mano por su rostro y los miró con seriedad.

—Que todo esto nos está destruyendo —dijo, su mirada recorriendo a cada uno de ellos—. ¡Que Oliver ya no está. Que Patrick murió porque lo presionaron. Que Matthew murió por intentar hacer que Arthur y Katie se sintieran mejor. Y que Ferdinand se convirtió en alguien que no era solo porque ya había visto suficiente muerte en nuestras vidas!

El impacto de sus palabras cayó sobre el grupo como una roca. Nadie respondió de inmediato. Sally tragó saliva con dificultad, su expresión reflejaba un dolor que intentaba contener. Arthur entrecerró los ojos y apretó los labios, mientras Jade se giraba lentamente para enfrentarlo.

—No digas eso —murmuró ella, pero no sonaba convencida.

Kenneth soltó una risa amarga.

—¿Por qué no? ¿Porque no queremos admitir que cada vez que intentamos seguir adelante, alguien más cae? —sus dedos se crisparon sobre sus propias rodillas—. ¡Patrick murió porque tú querías explorar la casa abandonada, Jade! Matthew murió porque intentó darnos un respiro de todo esto. Ferdinand ahora está irreconocible. Y Oliver… Oliver murió porque no quiso quedarse de brazos cruzados, porque quiso ayudarnos a encontrar respuestas.

—¡Basta! —explotó Arthur, poniéndose de pie de golpe. Su voz resonó en la habitación, su cuerpo tenso, su respiración agitada—. No puedes reducirlo todo así. ¡No puedes simplemente repartir la culpa como si eso lo hiciera más fácil!

—¿Y acaso no es así? —Kenneth lo desafió con la mirada, sus ojos llenos de una mezcla de rabia y dolor—. ¡Cada uno de nosotros ha hecho algo que nos llevó a este punto! ¡Y estamos aquí pretendiendo que podemos seguir como si nada cuando todo se está derrumbando!

Arthur lo fulminó con la mirada, sus puños apretados a los lados de su cuerpo. Parecía listo para responder, para gritar algo más… pero entonces, Sally habló.

—No es justo… —susurró, su voz temblorosa—. No es justo para Patrick, ni para Matthew, ni para Oliver… ni para nosotros. Pero es lo que tenemos.

Kenneth sintió que su pecho se encogía, que la realidad pesaba más que su furia.

—¿Y qué hacemos con eso? —preguntó, su voz apenas un hilo—. ¿Esperar a que seamos los siguientes?

Sally, quien siempre había sido el más impulsivo, el que nunca dudaba en saltar a la acción, bajó la mirada con impotencia. Desde que Katie lo había salvado a los trece años, había sentido que debía algo al grupo, que debía ser fuerte. Pero ahora… se sentía más indefenso que nunca.

Jade cruzó los brazos con más fuerza, sus uñas clavándose en la tela de su suéter. Ella había sido la que impulsó a Patrick a explorar la casa abandonada, la que había insistido en que lo hicieran. Y aunque nadie la culpaba directamente, esa carga la acompañaba desde el primer día. Nunca lo había dicho en voz alta, pero a veces se preguntaba si Patrick seguiría vivo si ella nunca hubiera hablado.

Arthur, que había sido uno de los primeros en formar este grupo con Katie y Patrick, sintió que su pecho ardía de furia contenida. Habían construido algo juntos, una amistad que los mantenía unidos, y ahora todo se estaba desmoronando. Primero Patrick, luego Matthew, Ferdinand… y ahora Oliver. Y aunque Kenneth tenía razón en algunas cosas, Arthur se negaba a aceptar que todo estuviera perdido.

Kenneth cerró los ojos por un segundo y respiró hondo, tratando de calmarse. Oliver había sido su hermano en todo incluso en sangre. Se unieron al grupo juntos, tras ser ignorados por otros en la excursión del campamento. Desde entonces, se habían apoyado el uno al otro, y ahora… ahora Kenneth estaba solo.

Jade fue la primera en romper el silencio, su voz baja pero firme.

—No podemos seguir así. No podemos perder más gente.

Sally soltó una risa irónica.

—¿Y cómo lo evitamos? —preguntó, su tono más agrio de lo normal—. Porque parece que cada vez que intentamos hacer algo, alguien más muere.

Kenneth miró a cada uno de ellos, su pecho subiendo y bajando con la intensidad de la discusión. No tenían respuestas, no tenían soluciones. Pero una cosa era clara: todos estaban al límite, y si no encontraban la forma de mantenerse unidos, se romperían.

Fue Jade quien, tras un largo suspiro, dejó caer una bomba.

—Tal vez… deberíamos alejarnos de Katie —dijo con cautela, sin mirar a nadie en particular.

El silencio que siguió fue casi ensordecedor. Sally la miró con los ojos entrecerrados, su mandíbula apretada. Arthur, por su parte, se tensó de inmediato, su respiración agitándose otra vez.




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