Sombras del Dreamcatcher

Capítulo 15

La tensión en la casa de los Wells no desapareció después de aquella discusión en la cocina. Si algo, se volvió más pesada, más opresiva. El grupo, consciente de la amenaza que los acechaba, decidió actuar. No podían permitir otro descuido. No después de perder a Oliver.

El plan fue sencillo en teoría, pero difícil de llevar a cabo: siempre habría alguien vigilando a Katie. No dejarían que estuviera sola ni un instante.

Se organizaron en turnos. Durante el día, Ciro se aseguraba de estar con ella tanto en la escuela como en cualquier lugar que visitara. Por las tardes, Arthur o Jade se turnaban para pasar tiempo con ella en casa de los Wells, asegurándose de que no estuviera desprotegida. Por la noche, Kenneth o Sally asumían la responsabilidad de vigilar la casa mientras Katie dormía. Nadie confiaba en dejar que se repitiera un ataque como los anteriores.

Aunque el sistema parecía funcionar, cada uno sentía el peso de la responsabilidad. Ciro, quien ya pasaba la mayor parte de su tiempo a su lado, comenzó a mostrarse más reservado y vigilante. Apenas hablaba con los demás, centrado casi exclusivamente en asegurarse de que Katie estuviera a salvo. Cuando no estaba con ella, sus pensamientos giraban en torno a los "¿y si?". ¿Y si no llegaban a tiempo la próxima vez? ¿Y si fallaban otra vez?

Arthur, siempre el más racional, se esforzaba por mantener la calma, pero la presión estaba haciendo mella en él. A menudo se quedaba en la cocina después de los turnos, repasando mentalmente cada detalle, buscando alguna pista que se les hubiera escapado. Se culpaba por no haber visto venir lo de Oliver. Por no haber sido más rápido, más inteligente.

Jade, en cambio, parecía llevar la carga de forma más silenciosa. Aunque se mantenía firme en sus turnos, sus nervios estaban al límite. Se preocupaba en silencio, preguntándose si sus miedos no se harían realidad una vez más. No podía sacarse de la cabeza la idea de que, a pesar de sus esfuerzos, el asesino siempre iba un paso adelante.

Kenneth era, quizá, el más afectado de todos. La muerte de su hermano lo perseguía en cada sombra, en cada silencio. Cada noche que pasaba junto a la ventana vigilando la casa, revivía el momento en el que vio caer a Oliver. Y con cada vigilia, su resolución se endurecía. No iba a permitir que Katie corriera el mismo destino.

Sally, aunque mantenía su fachada de despreocupación, también estaba al límite. La idea de perder a Katie lo aterrorizaba, aunque lo ocultaba con bromas y comentarios sarcásticos. En las noches que le tocaba vigilar, se aseguraba de revisar cada ventana, cada puerta, como si con su vigilancia pudiera ahuyentar el peligro.

Pero, a pesar de sus esfuerzos por mantener la fachada de normalidad, Linda Wells comenzó a notar las grietas en el comportamiento del grupo.

Al principio, lo atribuyó al trauma por la muerte de Oliver. Era lógico que los chicos estuvieran más atentos, más nerviosos. Pero pronto, las cosas no cuadraban. ¿Por qué siempre había alguien con Katie, incluso cuando no era necesario? ¿Por qué se turnaban para quedarse hasta tarde, incluso en noches en las que no tenía sentido?

Las preguntas se acumulaban en su mente. Las miradas que compartían los chicos cuando pensaban que ella no los veía. Los silencios incómodos cuando entraba en una habitación. Y luego estaban las veces en que encontraba a Kenneth o a Sally dormidos en el sillón, como si no se atrevieran a dejar sola a Katie por una noche.

Una tarde, mientras preparaba té en la cocina, no pudo evitar escuchar a Arthur y Jade susurrando en el pasillo. Sus voces eran apenas audibles, pero las palabras "más cuidado" y "no podemos fallar" le helaron la sangre.

Esa noche, cuando Ciro llegó para tomar su turno, Linda lo observó con más atención. El chico siempre había sido callado, pero ahora su silencio era casi impenetrable. Y cuando creyó que ella no estaba mirando, vio cómo sus ojos se desviaban hacia la ventana con una tensión palpable, como si esperara ver algo allí fuera.

Fue entonces cuando lo comprendió. No estaban solo preocupados. Estaban aterrorizados.

Algo estaba ocurriendo. Algo que no le estaban contando.

Cuando llegó la madrugada, Linda decidió que ya no podía quedarse al margen. Si el peligro era tan real como sospechaba, necesitaba respuestas. Porque, por mucho que confiara en los amigos de Katie, no iba a permitir que nada le pasara bajo su techo.

Y si alguien planeaba hacerle daño, tendría que pasar primero por ella.

En los días siguientes, Linda se volvió más atenta a los pequeños detalles. Observaba con cuidado los cambios en los turnos, la forma en que cada uno de los chicos actuaba cuando creían que no estaba mirando.

Notó cómo Ciro se quedaba más tiempo del necesario, incluso cuando su turno terminaba. Cómo Jade evitaba quedarse a solas con ella, como si temiera que le hiciera preguntas incómodas. Cómo Arthur revisaba cada cerradura antes de marcharse, y cómo Kenneth siempre parecía llevar una carga que no podía soltar.

Más de una vez, se despertó en mitad de la noche solo para encontrar a Sally sentado en el porche, una linterna en mano, vigilando la calle vacía como si esperara que algo surgiera de la oscuridad.

Finalmente, no pudo aguantar más.

Una noche, mientras Kenneth terminaba su turno en la sala, Linda entró con dos tazas de té. El chico, que parecía agotado, se sobresaltó ligeramente al verla.




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