Sombras del Dreamcatcher

Capítulo 16

La oportunidad llegó en la sexta noche de su cautiverio. El sonido familiar del cerrojo girando y el rechinar de la puerta al abrirse hicieron que Kenneth y Katie contuvieran el aliento. El asesino, como siempre, dejó una bandeja con pan y agua antes de lanzar una mirada calculadora a Katie, su expresión más suave que cuando observaba a Kenneth.

—Coman algo —ordenó con su tono frío pero contenido—. No quiero que enfermes, Katie. Es importante que estés fuerte… para cuando decidas volver a casa.

La mención de "volver a casa" envió un escalofrío por la columna de Katie. No respondió, apretando el osito amarillo contra su pecho mientras evitaba su mirada. Kenneth, por su parte, mantuvo su rabia a raya, conteniéndose de cualquier comentario que pudiera ponerla en peligro.

Cuando la puerta se cerró con un chasquido seco y escucharon el giro del cerrojo, Kenneth esperó. Diez minutos. Quince minutos. Hasta que el eco lejano de una puerta más distante confirmara que el asesino estaba en otra parte de la casa.

—Es ahora —susurró, sacando el tenedor doblado de su bolsillo.

Katie se quedó quieta, observándolo mientras se arrastraba hacia la cerradura. Su corazón palpitaba con fuerza, una mezcla de miedo y esperanza enredándose en su estómago.

—Por favor, funciona… —murmuró Kenneth mientras manipulaba la cerradura con manos firmes, aunque sudorosas.

Cada segundo parecía una eternidad. El sonido de metal raspando metal llenaba el silencio, y por un momento, Katie temió que no funcionara. Pero entonces, con un leve "clic", la cerradura cedió.

Kenneth dejó escapar un suspiro tembloroso de alivio y giró lentamente el pomo, abriendo la puerta con el máximo cuidado.

—Vamos —susurró, extendiéndole la mano.

Katie dudó un instante, pero tomó su mano con fuerza. El pasillo estaba oscuro, apenas iluminado por una tenue luz proveniente de una habitación lejana. Sus pasos eran ligeros, casi inaudibles, mientras se deslizaban fuera del cuarto.

El aire estaba cargado de tensión. Cada sombra parecía una amenaza, cada crujido del piso bajo sus pies hacía que sus corazones se aceleraran. Pero siguieron avanzando.

—Por aquí —indicó Kenneth en voz baja, guiándola hacia una escalera que descendía hacia lo que parecía ser un sótano o una salida trasera.

Cuando llegaron a la puerta, Kenneth la tanteó con el tenedor una vez más. Esta vez, la cerradura era más sencilla, y en menos de un minuto, se abrió.

—¡Lo logré! —exclamó en un susurro excitado, tirando de la puerta y permitiendo que una ráfaga de aire frío golpeara sus rostros.

El mundo exterior nunca había parecido tan vasto y tan liberador.

—¡Corre! —susurró Kenneth, empujándola suavemente hacia adelante.

Katie salió primero, sus piernas débiles por el encierro, pero la adrenalina la impulsaba a moverse más rápido. Kenneth iba detrás de ella, girándose una vez para asegurarse de que el asesino no los había visto.

Habían avanzado unos metros por el bosque oscuro cuando un ruido detrás de ellos hizo que Kenneth se detuviera bruscamente.

Un silbido. Y después, un ardor punzante en su costado.

—¡Ken! —gritó Katie en un susurro angustiado, girándose cuando lo vio tambalearse.

Kenneth apretó los dientes, llevándose una mano al costado. Cuando la retiró, estaba húmeda y pegajosa. Sangre.

—Estoy bien —jadeó, aunque cada paso le costaba más esfuerzo—. Sigue corriendo, Katie. ¡No te detengas!

Pero ella no lo dejó atrás. Con lágrimas nublándole la visión, pasó su brazo alrededor de la cintura de Kenneth, obligándolo a apoyarse en ella.

—No te voy a dejar —susurró con voz temblorosa—. Aguanta, por favor.

Kenneth intentó protestar, pero no tenía fuerzas. Cada paso que daban le costaba más mantenerse consciente. Sentía el peso de su propio cuerpo cayendo sobre Katie, pero ella no lo soltó.

Tropezaron más de una vez. Las raíces ocultas bajo la maleza y la oscuridad de la noche complicaban el camino. Katie jadeaba, su cuerpo magullado por las caídas, pero su única preocupación era mantener a Kenneth en pie.

—No te duermas —le rogó—. ¡Por favor, no te duermas!

—Es… está bien, Katie —murmuró Kenneth con voz débil, sus párpados pesados—. Si… si no puedo seguir, tienes que dejarme… Tienes que salvarte tú…

—¡Cállate! —gritó en un susurro desesperado—. No voy a dejarte…

Ya casi podían ver las luces distantes del límite del pueblo cuando todo se vino abajo.

Un crujido a sus espaldas. No tuvo tiempo de reaccionar.

El golpe fue seco, brutal. Algo pesado impactó en la parte trasera de la cabeza de Katie, haciendo que cayera de rodillas, soltando un gemido ahogado. El osito amarillo rodó de sus manos mientras el mundo giraba a su alrededor.

La última imagen que vio antes de que todo se oscureciera fue el rostro de Kenneth, pálido y borroso, sus labios moviéndose débilmente.

—Lo siento… —susurró él, antes de que sus ojos se cerraran por completo.




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