Seis meses después de su desaparición, Katie abrió los ojos en un lugar desconocido. El olor a medicina y las luces frías de hospital habían desaparecido. En su lugar, una tenue luz cálida iluminaba una carpa majestuosa con colores vibrantes que parecían sacados de un sueño. La sensación de vacío en su pecho era tan abrumadora como la confusión que nublaba su mente.
—Buenos días, Spooky —dijo una voz familiar.
Frente a ella estaba Victor, con una sonrisa afable y ojos que reflejaban una calidez calculada. Llevaba una chaqueta oscura adornada con detalles dorados, como si fuese el maestro de ceremonias de aquel mundo extraño.
—¿Dónde… estoy? —su voz sonó débil, extraña incluso para sus propios oídos.
—En casa —respondió él con suavidad, inclinándose hacia ella—. Has estado dormida mucho tiempo. Nueve años, para ser exactos, desde el accidente de tus padres. Pero ya no tienes que preocuparte. Estás a salvo aquí.
Katie frunció el ceño. Algo en sus palabras no encajaba, pero su mente estaba borrosa. Apenas podía recordar fragmentos difusos: una risa cálida, el sonido de pasos apresurados, voces que no lograba identificar. Todo se sentía distante, como si perteneciera a otra vida que ya no le correspondía.
Los días en el circo se convirtieron en una rutina extraña y fascinante. A cada paso, era recibida por artistas que parecían conocerla desde siempre. Payasos que la hacían reír con sus trucos torpes, acróbatas que desafiaban la gravedad con elegancia, y magos que la dejaban maravillada con ilusiones imposibles.
Pero quien más se acercó a ella fue Alex, el joven presentador del circo. De sonrisa cálida y energía inagotable, se convirtió en su guía y su amigo.
—Siempre supe que eras especial —le dijo una tarde mientras practicaban trucos de cartas en su carpa personal—. Aquí todos te hemos estado esperando.
Katie no entendía por qué, pero las palabras de Alex la reconfortaban. Había algo en su presencia que la hacía sentir menos perdida en medio del caos colorido del circo. A veces, se permitía creer que ese lugar era, de verdad, su hogar.
Victor, por otro lado, tejía con paciencia una historia en la que cada hilo la unía más a él y al circo.
—Tus padres, Eleanor Tremblay y Joseph Smith, construyeron este lugar con amor y sacrificio —le decía mientras le mostraba fotografías antiguas—. Todo esto es para ti, Spooky. Ellos querían que lo heredases y lo mantuvieras vivo.
En las fotos, una pareja sonriente la sostenía en brazos. La mujer tenía un cabello castaño recogido y el hombre una sonrisa amplia. Se veían felices. Pero por más que lo intentaba, Katie no lograba recordar esos rostros.
—¿De verdad… soy parte de esto? —preguntó un día con un hilo de voz.
—Siempre lo has sido —susurró Victor, colocando una mano en su hombro con una ternura calculada—. Solo necesitas tiempo para recordarlo todo.
Pero a pesar de sus esfuerzos por encajar, algo dentro de ella se resistía a aceptar por completo aquella historia. Por las noches, cuando las luces del circo se apagaban y el murmullo de la carpa desaparecía, un sentimiento de pérdida se instalaba en su pecho. Era como si algo importante, algo vital, estuviera fuera de su alcance.
Consciente de su necesidad de compañía, Alex la presentó a un grupo de jóvenes que formaban parte del espectáculo juvenil. Fueron amables desde el principio, acogiendo a Katie como si siempre hubiera pertenecido a ellos.
Reina y Mason, unos gemelos trapecistas, la recibieron con entusiasmo. Reina, con su energía chispeante, siempre encontraba una broma para aligerar el ambiente, mientras que Mason tenía una actitud protectora que le recordaba, de algún modo, a algo que no podía nombrar.
Stacy, la domadora de animales, junto a su compañera Madeleine, le enseñaron a cuidar de las criaturas que formaban parte del espectáculo, compartiendo con Katie su amor por los animales.
Luego esta Charlotte la gimnasta estrella del grupo, es alguien muy extrovertida y llena de alegría, tiene el pelo castaño oscuro y suele acompañar en los shows a Tyler el payaso del grupo de sonrisa amplia y humor sarcástico, tenía una forma de hablar y moverse que, aunque Katie no lo entendía del todo, despertaba una extraña sensación de nostalgia.
Alice, la animadora infantil, fue quizás la más cálida con ella. Desde el primer momento en que se conocieron, Alice le confesó que ya la conocía desde que era muy pequeña. Sus recuerdos parecían más sólidos que los propios de Katie.
El grupo lo completaban Liam, un mimo silencioso pero de mirada amable, y Helen, la segunda maestra de ceremonias, una gimnasta cuya destreza en el aire dejaba a todos boquiabiertos. Había algo reconfortante en su presencia, aunque Katie no lograba precisar por qué.
Alex, siempre atento, no tardó en integrarla por completo al grupo.
—Este es tu lugar —le dijo un día mientras observaban juntos a sus nuevos amigos ensayar—. Aquí puedes ser quien quieras ser. Y nunca estarás sola.
Aunque sus recuerdos seguían incompletos y el peso de lo desconocido no la abandonaba, estar con ellos traía una calidez que no podía explicar. Algo en su interior seguía luchando por emerger, una verdad que se escondía en las sombras de su mente.
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hay amor, hay muchas muertes y tristesas, hay mucho misterio y suspenso
Editado: 10.10.2025