Elina Ricci abrió los ojos envuelta en una quietud antinatural. El techo blanco del hospital parecía vibrar con la luz tenue. Su respiración era irregular, el aire le ardía en la garganta, y su cuerpo entero protestaba con punzadas intensas. No recordaba cómo había llegado ahí. Solo imágenes sueltas, como vidrios rotos esparcidos por su memoria: un grito, una explosión, el rugido del fuego, y la sensación de caer al vacío.
—¿Dónde estoy? —susurró, con voz áspera.
Una enfermera se acercó con pasos suaves. Sonreía, pero sus ojos evitaban mirarla por mucho tiempo.
—Tranquila, señorita Ricci. Está en el Hospital St. Francis. Ha tenido suerte de sobrevivir. Hubo un accidente automovilístico. Parece que su vehículo explotó al impactar contra una zanja en las afueras de la ciudad, disculpe, pero nosotros no tenemos los detalles, yo sólo le digo lo que me informaron. Milagrosamente, alguien la encontró antes de que el fuego la alcanzara por completo.—
Accidente...
Esa palabra rebotó en la mente de Elina como una campana rota. ¿Accidente? Algo no le cuadraba. ¿Y su familia? ¿Dónde estaba su padre? ¿Su hermano menor, Luca?
—¿Mi familia? —preguntó, forzando la voz—. ¿Están bien?
El silencio de la enfermera fue más cruel que cualquier respuesta.
—Lo siento mucho —dijo con cautela—. Nadie más fue encontrado con vida. Las autoridades ya han iniciado una investigación.
—¿Está usted diciendo que fue intencionado? — Elina ya no comprendía nada, su mente era una laguna, hace unos momentos le habían informado que murieron al impacto del auto contra una zanja, pero ahora... ¿Alguien lo provocó? ¿Qué quería decir aquella extraña?.
La enfermera abrió los ojos de par en par al darse cuenta de su imprudencia, Elina comenzaba a sospechar algo más, sabía que algo no iba bien, pero aún no sabía qué era.
La enfermera al ver la mirada de escrutinio y desesperación de Elina tratando de encontrar algún rastro de información de su familia la puso un tanto incómoda y salió huyendo de la habitación en la que se encontraba.
Elina cerró los ojos, un rugido sordo llenándole los oídos. Todo su mundo, todo lo que conocía, se había desmoronado en un instante. Pero más allá del dolor, algo se agitaba en su interior. Una inquietud inexplicable. Un presentimiento que la atravesaba como una sombra: parecía que aquello no había sido un simple accidente.
Pasaron días. Elina fue dada de alta sin mayores explicaciones, con un informe médico y la promesa de una investigación policial que no avanzaba. Regresó a su departamento, ahora vacío, con las persianas cerradas y una capa de polvo que no recordaba haber dejado. En la tranquilidad del lugar, el silencio se volvió insoportable. No podía dejar de preguntarse por qué había sobrevivido ella, y nadie más. ¿Cómo era posible? ¿Que había pasado realmente? ¿Una zanja podría provocar la muerte de 3 personas? Elina dudaba de los hechos contados por el personal médico y policiaco, si quería avanzar y saber lo que sucedió debía encontrar ella misma las pistas.
Pero... ¿Por dónde comenzaría?
Fue entonces cuando encontró la carta.
Estaba dentro del abrigo que llevaba el día del accidente. Una hoja arrugada, manchada con sangre seca y ceniza. Su nombre estaba escrito en el sobre con una caligrafía firme. Ella no recordaba haber recibido alguna carta ese día, alguien debió ponerla ahí cuando estuvo en el hospital.
Al abrirla, el mensaje era simple, pero suficiente para congelarle la sangre:
"Nada de esto fue un error. Tenías que morir con ellos. E.A."
E.A.
¿Quien se suponía que debía ser?
Realmente no conocía a muchas personas con esas iniciales, pero algo en su mente quería cuadrar con sus sospechas, no quería creerlo, pero debía confirmarlo, Elina no sabía cómo, pero creía conocer esas siglas, ya que sólo una persona era la que siempre firmaba con sus iniciales... Y ese era Evan Adler, sólo debía encontrar la forma y las pruebas para confirmarlo.
El nombre de Evan Adler daba vueltas en su cabeza, había decidido dejar de lado todo ese asunto del accidente por un momento para descansar y pensar en algo por la mañana, pero ya era pasada la madrugada y Elina seguía sin poder conciliar el sueño, el nombre volvía a su mente una y otra vez.
Evan Adler.
Un nombre del pasado, de una época olvidada. El socio de su padre durante años, antes de que todo se viniera abajo por un escándalo de fraude financiero. Lo recordaba vagamente, un hombre carismático, siempre presente en los cumpleaños, con una sonrisa que no llegaba a los ojos. Su padre lo había denunciado por corrupción, y luego, simplemente desapareció. Nunca supieron si lo atraparon o si se fugó. Hasta ahora.
La carta lo cambiaba todo.
A partir de ese momento, Elina dejó de ser una víctima. Decidió dejar el sueño de lado y se comenzó a investigar, a revolver documentos antiguos, llamadas sin respuesta, correos olvidados. Lo que encontró fue una cadena de inconsistencias en la versión oficial del accidente. Testigos que se desdijeron. Grabaciones perdidas. Pruebas inconclusas. Alguien lo había orquestado todo para que pareciera un hecho trágico y fortuito. Pero no lo era.
Cuando más lo necesitaba, algunas personas de su vida regresaron como faros en la tormenta. Mark Holton, su primer amor, ahora convertido en un incisivo investigador privado de una de las agencias de gobierno más grande apareció tras leer un fragmento filtrado del informe policial. Sus ojos seguían teniendo ese brillo desafiante, pero ahora había en él una tristeza madura, una sombra parecida a la suya.
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Editado: 04.06.2025