El camino hacia la mina fue silencioso. La revelación había calado hondo. Elina no dejaba de mirar la foto mientras Mark conducía por la carretera secundaria que los llevaba al norte del pueblo, donde la señal del GPS era solo un recuerdo y las montañas comenzaban a cerrar el paso como gigantes dormidos.
Según los archivos encontrados, Evan Adler había comprado una serie de terrenos mineros bajo el nombre de una corporación fantasma llamada Nerthus Industries, cerrada oficialmente en 2012. Pero según los planos y registros cruzados, uno de esos terrenos tenía un acceso oculto por la cara este de la montaña, donde se hallaba la entrada original a la mina.
Llegaron justo cuando el sol empezaba a esconderse.
—¿Lista? —preguntó Mark, con la linterna y la pistola en mano.
Elina asintió. —Lo que encontremos ahí abajo puede ser la clave de todo. Incluido quién era realmente mi madre. Dalia.
La entrada a la mina estaba semioculta por maleza y rocas desplazadas artificialmente. Tardaron casi una hora en retirar lo necesario para dejar libre el espacio justo para pasar agachados. El aire que salía del túnel era denso, húmedo, con un dejo metálico.
Descendieron.
Los primeros metros fueron tranquilos. Pasadizos reforzados con viejos listones de madera, oxidados rieles de vagonetas y telarañas espesas. Pero luego, tras doblar un túnel descendente, comenzaron a ver señales de actividad reciente: cables nuevos, sensores en las esquinas, incluso cámaras escondidas, aunque claramente desconectadas.
—Esto no fue abandonado. Fue reutilizado —murmuró Mark.
Al fondo, una puerta metálica, blindada, con un lector de tarjetas y un viejo teclado numérico.
Elina sacó el manojo de llaves que le había dado Amara cuando misteriosamente habían llegado a su oficina con una nota y el nombre de Dalia en el remitente antes de salir de la ciudad.
Una de ellas encajó en un pequeño panel lateral. Al girarla, un clic sonó en el interior, y la luz roja del lector cambió a verde.
—Tu madre debía tener acceso a esto —dijo Mark con asombro.
La puerta se abrió con un quejido profundo.
Lo que encontraron dentro no parecía una mina.
Era un laboratorio.
Abandonado, sí. Pero no destruido. Pantallas apagadas, camillas de acero, cajas con etiquetas: "material genético", "proyecto ECHO", "recombinación". En una pared, un mural cubierto con fotografías: algunas del rostro de Evan Adler, otras borrosas. Pero en el centro, un retrato grande, enmarcado con clavos, de una mujer con una bata médica.
Era Dalia Ricci.
—Aquí fue donde empezó todo —murmuró Elina—. Mi madre no fue solo víctima de Adler. Fue su socia. O algo peor.
—¿Crees que estaba con él voluntariamente?
—No lo sé —dijo ella, revisando documentos—. Pero esto... esto es una locura. Mira esto.
Era una carta sin firmar, en papel envejecido, pero escrita a máquina con tinta negra:
"Evan: has ido demasiado lejos. El experimento debía detenerse tras los primeros efectos secundarios. No puedo seguir justificando lo que haces, ni siquiera para salvarnos. Si decides seguir, será sin mí. Yo me llevo los archivos y los sellaré. No me busques. No me obligues a hacer algo que los destruya a todos."
Mark la leyó en silencio. —Ella quiso detenerlo.
—Pero él no la dejó. Y sidespués de nuestro encuentro no ha muerto... tal vez aún esté ahí afuera. Esperando.
—Creo que Evan no es el único que nos busca, también está Dalia ¿Quien sigue? —Preguntó Mark con extrañeza mientras revisaba el laboratorio.
Mark continuó ahora con un tono más intrigado e inseguro. —Pero también me intriga saber de qué lado está Dalia. No parece estar del lado de Evan, pero tampoco del nuestro. ¿Entonces de quién?.
Justo entonces, una alarma silenciosa se activó en el sistema de seguridad del laboratorio. Una pequeña luz roja comenzó a parpadear en una esquina del techo.
—Nos detectaron —dijo Mark, alzando el arma.
—¿Cómo? No tocamos ningún sensor...
Un sonido retumbó por los túneles. No era una explosión. Era algo más profundo. Como un portón cerrándose. Un sistema automático de seguridad comenzaba a aislar los sectores inferiores.
—¡Tenemos que salir de aquí!
Pero justo cuando se giraban, un panel oculto en la pared se deslizó hacia un lado. Y de la oscuridad, una figura delgada apareció. No armada, no agresiva. Vestía con ropas oscuras, como si estuviera dentro de una misión.
—No se vayan todavía —dijo, con voz suave y peligrosa—. Tu madre los estaba esperando.
—¿Dalia está aquí? —Elina se adelantó queriendo tomar el camino, pero Mark la detuvo.
Elina sintió que el mundo giraba bajo sus pies. Aquel rostro le era vagamente familiar. Los ojos... los tenía ella. Era como mirarse a sí misma desde otra vida.
—¿Quién eres? —preguntó, con voz temblorosa.
—Mi nombre es Lucía. Lucía Ricci. Y si quieres saber la verdad sobre Dalia, tendrás que seguir bajando. Hasta el fondo.
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Editado: 04.06.2025