El suelo crujía bajo sus botas mientras descendían por la antigua rampa de madera, reforzada con hierros oxidados que gemían con cada paso. El aire dentro de la mina era espeso, cargado de una humedad que se pegaba a la piel como una promesa maldita. Las linternas apenas iluminaban unos metros adelante, dejando que la oscuridad los tragara por detrás como si estuvieran cruzando un umbral sin retorno.
—¿Cuánto falta? —preguntó Elina, sujetando con fuerza su bolso que contenía los documentos sobre Dalia Ricci.
—Según el mapa, deberíamos llegar a una bifurcación... ahora —respondió Mark, deteniéndose frente a una intersección con dos túneles. Uno parecía natural, erosionado por el tiempo; el otro, reforzado y claramente excavado con maquinaria pesada.
Eligieron el segundo.
Elina no podía dejar de pensar en las palabras de una nota dentro del mismo sobre que contenía el nombre de la mina.
"Lo que buscas no está en la superficie. Dalia no fue una víctima. Fue la arquitecta."
Eso lo cambiaba todo.
Los pasos se detuvieron frente a una puerta metálica oculta tras una cortina de escombros. Mark apartó las piedras con esfuerzo. La puerta se abrió con un siseo mecánico. Dentro, una cámara subterránea —reforzada con concreto y acero— esperaba, iluminada por luces de emergencia aún encendidas.
Y en el centro, una figura.
—No disparen —dijo la mujer, levantando las manos. Tendría poco más de cincuenta o sesenta años, con el cabello blanco recogido y ojos oscuros que habían visto demasiado.
—¿Lucía Ricci? —preguntó Elina.
La mujer asintió.
—Gracias por seguir. No queda mucho tiempo. Evan no tarda en volver... y si los encuentra aquí, no solo morirán ustedes. Todo lo que intentamos detener morirá con ustedes.
Elina apretó los labios, incrédula.
—¿Qué es este lugar?
—Un laboratorio. O lo que queda de uno. Aquí se diseñó la red de control con la que Evan planea silenciar a medio mundo. Cuentas bancarias, archivos judiciales, registros médicos, identidades falsas. Todo puede ser manipulado desde esta red.
Lucía caminó hacia un panel cubierto de polvo y digitó una clave. Un monitor parpadeó, mostrando una red de nodos interconectados.
—Pero esto no empezó con Evan —continuó Lucía—. Empezó con Dalia. Con mi hermana.
Elina sintió que el suelo se movía bajo sus pies.
—¿Tu hermana?
Lucía asintió con pesar.
—Dalia Ricci fue mucho más que una activista. Fue una estratega brillante. Fundó la organización "Aurora" como pantalla para vigilar y contrarrestar a grupos extremistas infiltrados en gobiernos. Trabajaba con Evan... al principio.
Mark frunció el ceño.
—¿Al principio?
—Dalia creía en el equilibrio —dijo Lucía—. En infiltrar, en observar, no en destruir. Pero Evan... él vio el poder. Supo que con los algoritmos que ella había creado se podía controlar el mundo. Y entonces ocurrió lo inevitable. Dalia quiso retirarse. Evan lo impidió.
Elina tragó saliva. Todo el relato contradecía lo que creía saber.
—Entonces mi madre no murió, como nos hicieron creer. —Elina hablo más para sí misma como afirmación, pero Lucía se adelantó.
Lucía negó con la cabeza.
—No. Dalia... no murió. No como dicen los registros. Huyó. Fingió su muerte con mi ayuda. Pero pagó un precio. Se escondió durante años, hasta que supo que tú, Elina, habías encontrado las primeras piezas del rompecabezas.
Elina sintió un vacío en el pecho.
—¿Dónde está ahora? ¿Alguna vez se arrepintió de dejarnos a Luca y a mí?
Lucía la miró, con una mezcla de dolor y resignación.
—Muerta. Esta vez de verdad. La encontraron hace unas horas. Y no fue Evan. Fue alguien peor.
Pero Elina lo creía imposible, recién la había visto horas antes, ella misma le entregó información que la llevó hasta donde se encontraban ahora.
¿Dalia sabía que ya era su fin?
Un estruendo interrumpió sus pensamientos. Un retumbar lejano, pero creciente.
—¡Vienen! —gritó Lucía—. Tenemos que destruir el servidor. Si se llevan la red, ya nada podrá detenerlos.
Mark y Elina la siguieron hasta el fondo del laboratorio. Allí, en un núcleo alimentado por generadores de reserva, palpitaba un sistema central con tres discos principales.
—No basta con desconectarlo —explicó Lucía—. Tienen copias. Pero esta es la matriz. Si la rompemos, tardarán meses en recuperar el control. Puede que eso nos dé ventaja.
Mark sacó una carga explosiva improvisada. —La traje por si acaso. Nunca pensé que la usaríamos aquí abajo.
Lucía sonrió.
—Entonces llegó el momento.
Cuando colocaban las cargas, una figura apareció en la entrada del laboratorio. No era Evan. Era un hombre más joven, con traje negro y un auricular brillante en el oído.
Editado: 07.07.2025