En el corazón del búnker subterráneo, Raphael observaba la pantalla principal con una quietud casi inhumana. El núcleo había despertado. La energía en el acceso B-7 se disparaba en patrones erráticos, como si algo —o alguien— al otro lado de la puerta hubiera comenzado a pensar.
Un pitido suave anunció la llegada de alguien. No necesitó girarse. Ya sabía quién era.
—Llegas tarde, Evan.
La figura delgada y pulcra de Evan Adler cruzó el umbral. Llevaba un abrigo gris oscuro, guantes de cuero negro, y una expresión que mezclaba cansancio con expectativa. Sus ojos, fríos y calculadores, contrastaban con la sonrisa educada que ofreció a Raphael.
—El tráfico en las carreteras del infierno es más lento de lo que uno imagina —respondió Evan con tono ligero, y se acercó al escritorio—. ¿Ya entraron?
—Hace quince minutos. A tiempo, como planeamos —dijo Raphael, sin apartar la vista del monitor—. Elina está dentro del núcleo. El sistema la reconoció.
Evan entrecerró los ojos.
—¿Y respondió?
—Todavía no. Está procesando.
—Entonces aún hay tiempo.
Raphael se giró por fin. Su rostro era una máscara de control absoluto.
—No empieces con tus dudas ahora, Evan. Todo esto se construyó para ese momento. Para ella. Desde el principio.
Evan sonrió, pero fue una sonrisa sin calidez. Se acercó a otra pantalla, donde las señales vitales de los cuatro intrusos —Elina, Mark, Amara y Owen— se desplegaban en tiempo real.
—¿Recuerdas lo que dijiste cuando lo empezamos? —murmuró Evan—. "Ningún resultado es puro sin sacrificio". Creo que tú creías en eso. Yo no.
Raphael lo observó en silencio. Había una tensión subterránea entre ellos, como si compartieran un pasado plagado de decisiones discutidas en voz baja y horrores firmados con tinta invisible.
Evan sacó una pequeña carpeta de cuero de su chaqueta y la dejó sobre la mesa. Dentro, había una sola fotografía: un auto estrellado contra una "zanja", completamente destruido, y a lo lejos un camión pasando la misma dirección de donde venía el auto, se divisaba. La fecha en la esquina inferior: 6 de marzo, 2025. Un día que cambió la vida de Elina para siempre.
—¿Para qué traes eso ahora? —preguntó Raphael con la voz endurecida.
—Porque quiero dejar claro algo —dijo Evan, volviéndose hacia él—. Yo estuve de acuerdo con el accidente. Pero no lo hice por el Proyecto ILEX. Lo hice por ella.
Raphael frunció el ceño.
—¿Por ella?
—Elina era una variable descontrolada —explicó Evan—. Tenía la genética, por eso Dalia los dejó y se "declaró" muerta con ayuda de Lucía. Tenía la conexión emocional con Dalia, aunque no pasaron gran parte juntas. No tenía motivación. No tenía... hambre. Así que lo creamos.
Raphael lo miró con algo parecido al desprecio.
—Le quitamos a su familia, Evan.
—Y ahora está justo donde debe estar —replicó Evan con frialdad—. El trauma la rompió lo suficiente como para hacerla mirar más allá de la superficie. Para cuestionar todo. Incluso a ti.
—¿Y eso te hace sentir orgulloso?
Evan se encogió de hombros.
—No me interesa el orgullo. Me interesa el resultado.
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En el núcleo, Elina no podía dejar de mirar la esfera suspendida. Sentía una presión extraña en la cabeza, como si pensamientos que no eran suyos intentaran colarse en su mente. Voces sutiles, apenas susurros, emergían de lo profundo del domo metálico.
Mark la sostuvo del brazo.
—¿Estás bien?
—Escucho cosas —dijo Elina, sin apartar la vista—. No con los oídos. Con algo más.
—Esto es una base de datos cognitiva —explicó Owen—. Contiene patrones neuronales, recuerdos... como un enorme disco duro de conciencias humanas.
—No solo eso —interrumpió Amara, hojeando los registros—. Aquí hay menciones a "puentes sinápticos compartidos". Esto no es solo almacenamiento. Es... transferencia. Pueden usar las conciencias. Pueden moverlas.
—¿Como posesión? —preguntó Mark, horrorizado.
Owen asintió lentamente.
—Si alguien compatible entra en contacto directo con el núcleo, podría convertirse en un contenedor activo.
Elina dio un paso atrás. La esfera pulsó en respuesta.
—Elina Ricci —dijo la voz del núcleo nuevamente—. Tienes acceso completo. Procede con la integración.
—¿Qué pasa si digo que no?
—No se puede desactivar lo que ya ha comenzado.
Elina se volvió hacia los demás.
—Esto... esto fue lo que mi madre intentó detener. No eran solo recuerdos. Querían vivir. A través de mí. De cualquiera con su genética. ¿Para eso me buscaban? ¿Por eso siempre estuvieron un paso adelante de nosotros? ¿Porque ya sabían lo que sucedía me necesitaban?
Editado: 20.06.2025