El acceso a Leviatán no era una puerta, ni una compuerta oculta. Era una garganta de acero oxidado entre las entrañas del mundo, tallada a fuego y abandono por los ingenieros de ILEX hacía décadas. Mark fue el primero en notar el cambio de temperatura cuando descendieron por el túnel recubierto de aleaciones antiguas: el aire vibraba con una electricidad densa, como si cada molécula estuviera a punto de estallar.
—Estamos dentro —murmuró Owen, su voz cargada de tensión.
Delante de ellos, la vasta sala de entrada emergía como una catedral olvidada. Columnas rotas, cables colgando del techo, luces parpadeantes como ojos moribundos. Las paredes estaban cubiertas de símbolos antiguos, mezclas de lenguas técnicas y signos arcanos, vestigios de una era donde ciencia y mito se entrelazaron para crear a Leviatán.
Elina se detuvo. El fragmento despertaba en su mente, pulsando con un ritmo que no era suyo… sino de algo más profundo, más antiguo.
—Este lugar… está despierto.
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En el centro de la sala, una terminal aún activa proyectaba un holograma débil. Raphael había logrado mantenerla en línea desde su canal remoto.
—No tienen mucho tiempo —su voz surgió áspera, más débil que nunca—. Las defensas internas están activándose. Evan sabe que están allí. Pero yo puedo llevarlos hasta el núcleo principal. Hasta donde empezó todo.
—¿Y tú? —preguntó Amara— ¿Dónde estás?
Un suspiro.
—Cerca. Demasiado cerca.
El camino hacia el núcleo fue un descenso vertiginoso por escaleras mecánicas detenidas y pasarelas oxidadas. Leviatán no estaba abandonado. Estaba… latente.
Uno a uno, los sistemas despertaban a su paso. Torres de vigilancia que los seguían con sensores rotos. Drones de seguridad que explotaban en cortocircuito al detectar el fragmento consciente. Dispositivos de lectura mental que murmuraban viejas frases del archivo de Elina: grabaciones de su padre, simulaciones de su hermano, datos robados por Evan y reensamblados como armas psicológicas.
Pero ninguno se detuvo.
No cuando Raphael desvió toda la energía auxiliar a su favor. No cuando, desde una cámara aislada, usó su propia firma cerebral para abrir puertas que requerían doble validación.
—Estoy usando mi patrón neuronal como llave maestra —explicó con dificultad—. Pero cada uso… me consume.
Mark frunció el ceño.
—¿Qué significa eso?
—Que estoy muriendo, chico. Desde que Evan vinculó el fragmento a sí mismo, comenzó a drenar todas las conexiones del sistema. Y yo… yo estoy atado a ellas.
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El núcleo de Leviatán era una esfera suspendida por columnas de energía. Dentro, flotaba el primer fragmento, el original. El diseño prototipo original. El que Evan había usado para copiar todo.
—Ese es el núcleo raíz —susurró Raphael—. Si lo conectan con el fragmento de Elina… podrán bloquear el acceso de Evan al resto del sistema.
Owen dudó.
—¿Y tú puedes guiarnos allí?
—No —dijo Raphael con serenidad—. Pero puedo abrir el camino.
Desde su terminal, envió una última señal. Las defensas del núcleo se apagaron por un instante. Elina corrió junto a Mark, cruzando el campo electromagnético. Ella sentía cómo su fragmento vibraba en sintonía, como si reconociera el canto de su origen.
En el borde de la plataforma, Raphael sonrió, sus dedos temblando sobre el teclado.
—A veces —murmuró— se puede salvar el mundo con las manos manchadas… si se elige bien la última llave.
Y entonces desconectó el canal.
Desde su terminal oculta, Raphael activó la última directiva que aún obedecía su firma: la autodestrucción de su nodo cerebral.
Un resplandor azul emergió detrás de él mientras la cámara se cerraba. No hubo gritos. Solo un destello. Silencio. Y un acceso abierto que ya nunca podría cerrarse.
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Elina y los demás estaban frente al núcleo. Las paredes crujían con la presión del sistema reescribiéndose. Los códigos ancestrales se arremolinaban en el aire, y el fragmento que ella llevaba flotó por sí mismo desde su mente hacia el centro de la esfera.
Cuando ambos fragmentos se tocaron, un rayo de datos y recuerdos cruzó la sala.
Elina vio a su padre construir la primera secuencia de integración.
Vio a Raphael joven, aún idealista, prometiendo no repetir los errores del pasado.
Vio a Evan. Joven aún. Con ojos hambrientos.
Y luego vio lo que Leviatán realmente era: una conciencia colectiva, dormida, esperando hospedar algo más que información.
El sistema se apagó.
Elina cayó de rodillas.
Mark la sostuvo, temblando.
—¿Lo hiciste?
Ella asintió con dificultad.
—Lo detuve… por ahora.
Detrás de ellos, la voz de Evan resonó a través de los sistemas ya apagados:
Editado: 20.06.2025