El corredor parecía interminable, un túnel de acero y cristal resquebrajado por los años y el caos. Elina corría por los pasillos de Leviatán como si su vida dependiera de ello. Y en verdad, lo hacía. El sistema comenzaba a colapsar bajo la presión de Evan Adler, quien ya no era solo un hombre sino una presencia diseminada por cada nodo, cada circuito, cada sombra dentro del complejo. Detrás de ella, Mark, Amara y Owen trataban de seguir el ritmo mientras la estructura temblaba por dentro, como si Leviatán luchara contra una infección en su corazón.
—¡Vamos, falta poco! —gritó Elina sin mirar atrás.
Amara jadeaba, sus dedos sobre la consola móvil que había modificado para actuar como cortafuegos temporal.
—Evan está reescribiendo los accesos... Cada segundo que pasa tiene más control. Necesitamos llegar al archivo central antes de que se adueñe completamente del sistema.
Owen disparaba contra los drones que surgían desde el techo como enjambres biomecánicos. Los haces de luz cruzaban el aire, chispeando contra los muros.
—¡Cúbranse! —gritó mientras empujaba a Mark contra una columna.
Una explosión sacudió el pasillo, haciendo que el suelo vibrara. Gritos, humo, la alarma constante. Leviatán se convertía en una trampa viva.
—No se detiene —dijo Amara entre dientes, tecleando frenéticamente en el tablet portátil que sostenía contra su pecho—. Si no llegamos al núcleo general en los próximos minutos, no quedará nada por salvar.
—Entonces corran —exclamó Owen, mientras continuaba disparando a la par de Mark. — ¡Yo los cubro!
—No vas a quedarte atrás —gruñó Mark, ayudándolo a seguir corriendo—. Si esto termina, terminamos juntos.
Elina no respondió. En su mente, la voz de Evan resonaba como una corriente de fondo, un susurro que a veces se volvía grito:
—Estás resistiéndote a lo inevitable, Elina. Yo soy lo que queda cuando todo cae. La suma del sacrificio de tu padre, Dalia como la traición de tu sangre... y el final del miedo.
Ella apretó los dientes. Aceleró.
El acceso al archivo central estaba cerca.
Elina sintió que el fragmento dentro de ella se calentaba, como si reconociera el núcleo cercano. Su corazón se sincronizaba con una frecuencia invisible.
—Lo siento... se está activando —susurró.
Mark la tomó del brazo, con fuerza y ternura al mismo tiempo.
—Tú puedes con esto. Y no estás sola. Nunca lo estuviste.
Elina se giró hacia él. Sus labios se encontraron por un instante que pareció eterno. El caos, el miedo, las lágrimas... todo desapareció entre ellos. Luego, siguieron corriendo.
Cuando cruzaron el umbral, esperaban encontrar un santuario tecnológico.
Pero lo que encontraron fue un lugar desecho.
Las columnas de datos estaban colapsadas, muchas fracturadas, algunas escupiendo chispas y líquido de enfriamiento. En el centro, el núcleo, un obelisco de cristal brillante, parpadeaba como una estrella agonizante.
—No debería verse así... —susurró Amara.
—Evan ya está dentro. Lo está consumiendo todo —dijo Owen con voz sombría.
Elina avanzó sin titubear. Sus manos temblaban mientras las extendía hacia el panel.
—Tengo que enlazarme. Es la única manera de cortarlo de la red.
—Esto puede matarte —le advirtió Mark.
Ella lo miró. Sus ojos brillaban, pero ya no con miedo. Con resolución.
—Si no lo hago, todos morimos. Alguien tiene que detenerlo desde dentro.— Elina no apartó la vista de Mark, su mirada reflejaba algo nuevo: convicción. —Si lo que Evan dice es cierto... entonces mi vida ya fue sacrificada hace tiempo. O bien, desde que nací. Solo quiero que la de ustedes no lo sea también.
Mark la tomó de la mano, la acercó a él. Y nuevamente, la besó. Por un segundo, en medio del apocalipsis digital, sintieron miedo de perderse nuevamente.
—Vas a volver. Porque no te dejaré ir sola —. Mark se quedó a su lado mientras ella reaccionaba rápidamente.
Elina conectó su fragmento al núcleo.
La energía la atravesó como una aguja de fuego. Cayó de rodillas, jadeando. El sistema de seguridad la reconoció de inmediato:
Acceso autorizado: Linaje Ricci-Adler.
El código genético activó rutas selladas. Comenzó la transferencia.
Pero también, Evan lo sintió.
—No... no puedes hacer esto. Tú eres yo.
Elina fue arrastrada hacia dentro de la red por última vez.
Apareció en un mar negro, una matriz de recuerdos rotos. Allí estaba Evan, ya no como avatar, sino como niño, como adulto, como monstruo. Como dios.
—Tarde o temprano, sabías que llegarías aquí —dijo Evan con voz múltiple, resonante. —¿Sabes por qué hicimos todo esto? —le preguntó—. Porque el mundo nos usó. Porque cuando no encajas, cuando eres creado en laboratorios y alimentado con mentiras, el único camino es romper el tablero.
Editado: 20.06.2025