El sol se alzaba sobre el horizonte como si intentara purificar el mundo tras la tormenta. Después de varios días en carretera, recorriendo caminos secundarios, evadiendo controles y descansando moteles de paso, Elina, Mark, Amara y Owen finalmente llegaban a casa.
El viaje había sido largo, no solo en distancia, sino en silencio compartido, miradas que decían más que las palabras, y pensamientos que seguían rebotando en sus mentes como ecos de una pesadilla reciente. Ninguno se atrevía a decirlo, pero todos lo sabían: algo dentro de ellos había cambiado para siempre.
La ciudad donde Elina creció, aunque más tranquilo y ajeno al caos que ellos enfrentaron, no parecía igual. Las calles eran las mismas, pero el mundo había perdido algo… o quizá ellos ya no podían verlo del mismo modo.
Ese día, decidieron no hablar de nada. Solo vivir.
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Por fin, tenían un descanso merecido.
Elina pasó la mañana en su casa, recorriendo los pasillos donde solía escuchar la risa de Luca, o los pasos tranquilos de su padre cuando se levantaba temprano. Todo parecía más silencioso ahora, más pesado. Después del accidente había prometido llegar al fondo del misterio y lo hizo, pero sintió que había perdido el tiempo para llorar la muerte de su familia en su debido momento. En la cocina, encontró una taza olvidada, aún con la marca de café seco, y la sostuvo con ambas manos como si pudiera absorber la memoria de quien la usó por última vez.
Más tarde, junto con Mark, se dirigió al cementerio. Las flores eran frescas; alguien había visitado a su difunta familia recientemente.
—Pensé que estaría lista —susurró Elina, de pie frente a las lápidas—. Pero… duele igual.
Mark permanecía a su lado, en silencio. Las lápidas de su padre, su hermano Luca y Dalia estaban alineadas. Tres ausencias, cada una con su peso particular. Pero Dalia… Dalia era otra historia. Su lealtad, su traición, su intento de redención... Elina no sabía aún cómo definir lo que sentía.
—Mi padre me enseñó a confiar. Luca a proteger. Y Dalia a no ceder al miedo. No sé si eso fue suficiente, especialmente cuando ella fue una de las mentes maestras de todo lo que vivimos este tiempo, la arquitecta del proyecto, como dijo Lucía—dijo ella.
—Lo fue —dijo Mark, tomándole la mano—. Lo es.
Se quedaron ahí un rato. Luego, él la abrazó, y Elina permitió que sus lágrimas corrieran sin prisa. El viento soplaba con una suavidad casi deliberada, como si la montaña que colapsó con Leviatán exhalara por última vez.
Esa noche, Mark se quedó con Elina. No porque no quisiera ir a su propia casa, sino porque ninguno de los dos quería estar solo. En la sala, encendieron una vieja radio, se sentaron con mantas sobre el sofá, y compartieron silencio, miradas, sonrisas que intentaban florecer entre escombros emocionales.
—¿Te quedas? —preguntó ella al final del día.
Mark no respondió. Solo asintió, y al hacerlo, Elina lo besó. Fue un beso lento, sin urgencia. No como los besos que intentaban tener durante el caos. Fue un reconocimiento. No del deseo inmediato, sino del consuelo mutuo, del hecho de seguir vivos, juntos.
En otro lugar de la ciudad, Owen y Amara también compartían una noche distinta. Después de semanas de tensión, muerte y decisiones, estaban vivos. Y eso significaba algo.
—¿Sabes qué es raro? —dijo Owen, observando el cielo desde la terraza de la casa de Amara—. Sentir paz.
—No es raro. Solo... inusual para nosotros —respondió ella, apoyando su cabeza en su hombro.
—¿Crees que se acabó?
—Quiero creerlo. Pero no me gusta cuando la calma se siente así de perfecta. Es como un presagio.
Owen sonrió.
—Entonces quédate esta noche. Si vuelve el caos, al menos estaremos juntos.
Amara sonrió también. Y aceptó.
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Volviendo a la normalidad.
En los días que siguieron, cada uno volvió a sus rutinas:
Owen retomó su trabajo como analista de seguridad, ahora con un ojo mucho más agudo para las irregularidades ocultas entre redes y protocolos.
Amara volvió a la abogacía, y se encontraba nuevamente enseñando su antigua profesión de biotecnología con una renovada pasión que hace mucho tiempo había quedado atrás, aunque sin revelar jamás lo que realmente vió y vivió en los niveles más profundos de Leviatán.
Mark retornó a sus funciones en una agencia privada de investigación táctica, pero bajo condiciones mucho más selectivas.
Elina, dejando atrás su antigua profesión de abogacía, comenzó a colaborar temporalmente en un archivo universitario, buscando mantener la memoria viva de eventos que el mundo nunca debería repetir.
Ahora buscaba un nuevo propósito de vida.
Las semanas pasaron. El silencio de Leviatán se mantuvo.
Hasta que algo cambió.
Hubo una anomalía.
Una noche, a las 3:14 a.m., Owen recibió una alerta cifrada desde un canal que solo había sido usado una vez: cuando Dalia les había enviado el mensaje de emergencia que los metió de fondo en todo este infierno.
Editado: 20.06.2025