Sombras del pasado

♟ Capítulo uno ♟

Alejandro Stone.

Estaba sonando de nuevo.

Una melodía lenta, y luego rápida, y nuevamente lenta y rápida… y así hasta llegar al final de una tortuosa forma. En cuanto la melodía caía por el vacío, esperé que ésta llegara al suelo.

Y cuando lo hizo, desperté. Desperté exaltado, con el corazón acelerado y el cuerpo caliente y sudado. Mis ojos recorrieron el lugar donde me quedaba, una habitación con poca luz pero que si llegabas a prender la ya existente bombilla te dolerán los ojos por los colores de esta.

Una habitación fría y espaciosa que formaba parte del departamento donde solía vivir mi hermana.

Sonrío en medio de mi pesadilla no tan pesadilla. Ella era la única persona que podía hacer que sonriera en medio de una habitación oscura con sombras queriendo lanzarse sobre mí.

Tomé una larga respiración antes de llevar mis pies al suelo y salir del colchón, mismo que por más suave y oloroso que esté, no podía quitar de mi cuerpo el tiempo en el que había estado durmiendo en un colchón hediondo y tan duro como mis huesos.

Nada de la suavidad que me rodea podía cambiar la realidad, y es que venía de un lugar en donde debías dormir con un ojo abierto si no querías amanecer sin ver la luz del sol.

La realidad de la que no podía deshacerme a la hora de buscar un jodido empleo. Resulta que para algunas personas, tener un empleado ex convicto no es algo de buena fama.

Y sí, mierda, lo era. Era un ex convicto, era un maldito ladrón y también un jodido niño ingenuo que quería mantener a su hermana y a él seguros y a salvos.

¿Cómo terminó todo?

La voz irónica que se había desarrollado en mi cabeza durante esos meses en aquel lugar era una clara señal de que no sales bien de ahí. Al menos no del todo si terminas escuchando la voz.

Terminó bien, Michelle está casada y feliz con su esposo e hija. La familia de éste la adoptó como una hija más y tiene amigas, Alejandro. Ella tiene amigas.

La otra voz, esa que a veces no se presentaba en los momentos requeridos, esa era la que la mayoría del tiempo quería escuchar. Pero por alguna razón nunca era así.

Vuelvo a sonreír al recordar esas pequeñas vacaciones en Francia en la que obviamente estuve ahí por su esposo, mismo que me había contactado semanas antes para que fuera.

No se lo hiciste fácil.

Es cierto, viajar no es lo mío. Estar lejos de tierra por unas horas no era lo mío. Prefería mantener los pies plantados en ella para no volver a soñar en grande y que alguien más termine en la cárcel.

Cómo si pudieras hacer otra cosa que no sea mantenerte en tu calvario llamado realidad.

Inhalo, y dejo el aire salir después de cinco segundos manteniéndolo.

Arthur Müller no era lo que esperaba. Era frío y distante con todas las personas a su alrededor, pero en Francia había mostrado ser un hombre de casa amante a su familia e interesado en lo que le pasa a esta. Al menos eso creía, si no, no entendería su interés por tenerme allí.

Eres hermano de Michelle, quiere ganarte.

No creo que lo tenga que hacer, en el instante que noté el brillo en los ojos de Michelle supe que no podía interponerme. No podía meterme con la persona que le había devuelto esa ilusión a mi niña, la misma niña que tuve que dejar tirada cuando toda la mierda se vino abajo.

Nunca me lo perdonaré.

—Ella tampoco lo hará —murmuro.

Mis ojos divisaron las calles de Londres con aburrimiento y desinterés, las personas caminando deprisa y otras tan ensimismadas en sus mundos que no miran a su alrededor, este lugar, esta ciudad; me había quitado más que dado, nunca comprenderé cómo es que Michelle lo sentía su hogar y yo no.

¿Por qué yo sentía que había algo más? ¿Algo que nos falta?

Algo que te falta a ti. Ella lo tiene todo. Ella ya tiene una familia.

Es cierto, yo no tenía nada. Ni siquiera un lugar donde quedarme, porque hasta ahora seguía durmiendo en el departamento que solía compartir con ese chico Axel. Mismo que se había empeñado en que me quedara aquí cuánto me guste ya que él no usaría el lugar.

Tal vez ya era hora de buscar un nuevo destino lejos de Londres. Lejos de mi vida pasada. Y lejos de aquí.

Si no podía echar raíces donde me las habían cortado, era momento de moverme a un lugar donde sí.

Y ese lugar no era Londres. No es aquí.

(...)

He pedido trabajo en más de un local y no hay nada, un restaurante, en una cafetería, e incluso en un hospital como conserje o limpiador.

Supongo que las cosas seguirán en un “le avisaremos” hasta nuevo aviso.

—Jodida mierda.

Lo difícil no era entrar a la cárcel y adaptarte a ella, lo jodidamente difícil es cuando sales de esta y no sabes cómo adaptarte a qué eres libre de nuevo. A qué no necesitas tener a alguien custodiando hasta cuando vas al baño, a qué puedes dormir sin preocuparte y sin la necesidad de esconder una cuchilla debajo de la almohadilla.

A que puedes respirar aire fresco y libre.

Pero algunas cosas no cambian.

Y es cierto, algunas se quedaban contigo. Algunas se quedaron conmigo. Y las seguía haciendo por más que me repetía que no tenía que hacerlo.

No deberías hacerlo.

Supongo que se irán con el tiempo.

¿Y si nunca se irán?

La no respuesta de mi pregunta llegó como un golpe en la cara, una persona salió corriendo del lugar y chocó abruptamente conmigo sin disculparse. En cuanto miró a mi dirección tragó en seco y se alejó repitiendo una penosa excusa con el tono tembloroso.

Tal vez mi aspecto era el culpable de ese miedo repentino, o tal vez sea la dureza e incomodidad de mi rostro y cara. Porque desde el minuto que sentí el cuerpo de esa persona cerca del mío, no hice más que tensarme de pies a cabeza.

Inhalo nuevamente, y antes de soltar el aire me recuerdo que no estoy en la cárcel. Que puedo caminar libremente y que si alguien me toca no es porque quiera algo de mí o busca problemas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.