Alejandro Stone.
La sombra seguía aquí, deslizaba sus ojos oscuros por toda la sala pero al final siempre se encontraba con su objetivo. Yo.
Había conseguido el trabajo de tocar el piano por las noches en este bar que, luego de presentarme por una semana, había notado que es poco reconocible. Las personas entran y salen vestidas siempre de etiqueta, pareciera un lugar para fingir ser parte de la alta sociedad, porque nadie con buen estatus estaría metido en este lugar, considerando en donde se encontraba ubicado. Es decir, no estaba tan mal ubicado, pero había zonas con mejor ubicación con personas con mucho más dinero.
El apartamento de Michelle quedaba a dos calles de aquí, salía y llegaba caminando porque el dinero que conseguía tocando era buen sueldo, pero no era una persona de gastar el dinero en cosas que puedo hacer por mí mismo. Como transportarme con mis propios pies.
En cuanto termino la última nota, mis ojos se dirigen a la esquina donde siempre se encuentra la sombra y como es de esperarse, ya no está. Tenía la misma rutina, en el momento que me encuentro sentándome en el taburete ya sus ojos están clavados en mí, y para cuando estoy presionando la última tecla, ya no está.
A veces pedía una botella de agua y otras solo se dedicaba a observarme, era una mirada profunda e inquietante. Cada vez que estaba en su línea de visión, mi cuerpo se erizaba en señal. Pero mi desconcierto es el que me tiene preocupado, el desconcierto de no sentirme amenazado, de no sentirme en problemas por ser la atracción de alguien, el desconcierto de sentirme seguro cuando alguien que no conozco se encuentra observando cada paso que doy.
Seguramente ya sabe dónde vivo y yo no he hecho nada al respecto.
Me levanto, hago una pequeña reverencia y me dirijo hacia el pingüino quien solo asintió a mi dirección. Le devuelvo el gesto, él no había puesto el grito en el cielo cuando le conté que había salido de la cárcel meses atrás, no había visto una mirada juzgona y no hubo preguntas al respecto.
Me tranquilizó como también me inquietó que no cuestionara tanto al respecto, porque eso significa que si me aceptaba a mí, ¿podría aceptar a cualquiera?
Tal vez vio algo especial en ti.
Eso es mentira, las personas no ven nada especial en ti. Solo ven algo que pueden utilizar, explotar, algo de lo cual sacar provecho hasta que se cansen de hacerlo. Te utilizan y luego te dejaran en el suelo desangrándote en tu miseria, ya luego será tu decisión si decides levantarte y mostrarle que no pudieron contigo, o quedarte en el suelo y lamentarte por ser un estúpido.
Inhalo aire fresco en cuanto estoy afuera, trabaja de noche. Entraba a eso de las diez y luego estaba afuera en cuanto el reloj dictaba que son las cuatro de la madrugada, no me costó acostumbrarme porque por alguna razón, mi mente siempre se encontraba despierta en las noches y madrugada.
Tal vez siempre.
Estoy pensando en buscar otro trabajo en la tarde, el departamento es bonito pero es silencioso. No me gusta el silencio, cuando hay silencio significa problemas. De repente la alarma se enciende y estás rodeado en un charco de sangre que no es la tuya, pero de la cual recibes el castigo.
El silencio es jodido.
Frunzo las cejas deteniendo mis pasos, agudizo mis oídos buscando algo en el aire que me diga lo que pasará ahora. No encuentro nada, pero cuando retomo el camino mis pasos son lentos y pesados gracias a la sensación de ser observado de nuevo. Solo que esta vez es una mirada diferente, esta es más aterradora. Hace que el cabello en mi se enrosca entre sí y mi torrente sanguíneo ya se encuentra bombeando demasiado rápido.
Evita meterte en problemas.
La voz seria y amenazante de mi abogada retumba en mis oídos, pestañeo en cuanto puedo visualizarla como la primera vez que la vi. Estaba hecho un asco, golpeado y con el cabello largo y sin color. Desesperanzado de poder salir de aquel lugar cuando no lo había logrado en dieciocho meses, pero entonces el olor a frutas tropicales y un brillante color rojo me volvieron a dar eso.
Esperanza.
Y en cuanto las esposas fueron libres de mi muñeca, el rojo brillante y el olor a frutas fue más intenso. Fue como fuego corriendo por mis venas y luego se acentuaron en mi corazón, Frida Velázquez me había dado una esperanza de salir de ese lugar, una esperanza de ser libre.
Ella me había dado mi libertad, mi liberación.
Divisé el apartamento desde mi camino, era demasiado tarde y por aquí no concurren tantas personas. Solo era capaz de escuchar mis propios pasos contra el húmedo asfalto del suelo, otra cosa que odiaba era el clima de Londres. Llueve demasiado.
No me gusta la lluvia.
De mi boca sale un poco de vaho mientras me aferro al gran abrigo café que había comprado en una tienda de segunda mano, el abrigo era cálido y cómodo. No era de lujo, de hecho, estoy seguro que alguien más lo ha usado antes a juzgar por las costuras en este. Pero estaba a un precio asequible y el color me gustaba.
En cuanto tengo los pies en el apartamento, me quito las botas y las dejo a un lado de la puerta. Hago lo mismo con el abrigo, inhalo y exhalo. El departamento huele a pintura por más que limpie aquí, todas las semanas viene una chica a encargarse de la limpieza aquí. Axel Malik había dejado a la chica contratada y me había asegurado que no tenía que preocuparme por su sueldo, e incluso por los alimentos. Porque sí, también le decía a la chica que hiciera las compras.
Intenté darle dinero para las compras, pero en cuanto se lo extendí me dijo que el señor Axel se encargaba de darle lo suficiente para hacer su trabajo.
En pocas palabras, era un mantenido gracias a Axel.
Bufo, voy directo a la cocina y en el refrigerador busco una de las tantas cervezas que le había pedido a la chica que comprara. Mis ojos encuentran el aparato en la encimera, con un resoplido lo tomo en manos y lo enciendo, la luz molesta en mis ojos ya que ni siquiera había encendido las bombillas. Cosa que hago luego de darme cuenta, en cuanto tengo luz en toda la sala suelto otro gruñido bajo.
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Editado: 10.02.2025