Frida Velázquez.
Me consideraba Eva.
No porque disfrutara de la rebeldía o del caos que dejaba a mi paso, sino porque siempre me había atraído lo prohibido. Lo intocable. Lo que no podía tener.
Siempre estaba esa necesidad latente de desafiar los límites, de luchar contra lo establecido, de lanzarme de cabeza a la guerra y perderme en ella. Tal vez por eso me había ganado el apodo de "perra altanera" entre algunos "colegas" de Justice and Love.
Ser mujer en un mundo dominado por hombres significaba tener que abrirse camino con garras y dientes para ser tomada en serio. Ser estudiante de leyes tampoco fue fácil. Competencia desleal, egos frágiles y profesores misóginos eran el pan de cada día.
Y si a eso le sumamos ser extranjera en un país donde la tasa criminal sube con cada respiro, el cambio interior no era algo opcional. O te adaptabas o te consumía el sistema. Sucede sin previo aviso, desde adentro; como una enfermedad silenciosa y crónica y ruidoso como el tráfico en plena hora pico.
Nunca te das cuenta a tiempo hasta que ya has cambiado.
—Hora de irse.
Le tiré la ropa a la cara. Parpadeó confundido, removiéndose bajo las sábanas, la luz de la mañana iluminando su rostro desorientado.
No sé en qué estaba pensando anoche cuando acepté su invitación. Tal vez fue el alcohol. Tal vez la soledad. Tal vez solo necesitaba una distracción.
Lo cierto es que ahora lo único que quería era que se largara.
—¿Qué?
Su voz rasposa me sacó de mis pensamientos. Se incorporó en la cama, pasándose una mano por el cabello despeinado. Incluso sobria, no encontraba una razón para haber terminado con él.
No era feo. Al contrario, tenía buen cuerpo y rasgos atractivos. Pero era demasiado... limpio. Sin cicatrices. Sin rastros de haber peleado por algo en su vida. Seguramente era de los que salían corriendo al ver sangre.
Yo necesitaba a alguien que, en lugar de huir, supiera detener la hemorragia. Que no titubeara ante la violencia cuando fuera necesaria. Que no se asustara del caos cuando yo me convirtiera en él.
—Tienes cinco minutos.
Su expresión cambió rápido. De desconcierto a molestia.
—¡Maldita zorra! ¿Crees que porque fuiste buena en la cama puedes tratarme así?
Solté un suspiro hastiado y tomé el teléfono del hotel.
—Atente a las consecuencias.
Mientras esperaba que contestaran, sus insultos no cesaban. Solo cuando los guardias llegaron, su actitud cambió. Intentó disculparse, pero no me molesté en escucharlo.
—La próxima vez que intentes llevarte a la cama a una mujer, asegúrate de pagar el hotel y de hacerla venir.
Los guardias se lo llevaron sin resistencia. Me senté en el borde de la cama, cansada.
Definitivamente, la próxima vez que necesite liberar tensión, mejor me quedaré en casa.
Aunque la última vez que lo hice, terminé con un tatuaje que me recordaba esa mala decisión.
(...)
Mis tacones Miu Miu resonaron con autoridad en el suelo de mi apartamento. Me gustaba esa sensación. Me recordaba quién era ahora. Quién me había convertido.
Años atrás, la Frida indefensa nunca habría imaginado estar aquí. Ahora, era una de las abogadas más solicitadas, con el poder y los recursos que antes me parecían imposibles.
Y, sin embargo, había cosas que ni todo el dinero del mundo podía comprar.
Como estabilidad. Como el deseo de formar una familia.
Pero yo no quería hijos. Y tampoco tenía a alguien estable en mi vida. Afortunadamente, eso no me impedía disfrutar la felicidad de mis amigas.
Dejé las bolsas en el sofá y me sumergí en mi trabajo. Tenía un caso complejo entre manos: un hombre condenado a treinta años por matar a su hijo de dos. Algo no cuadraba. Su declaración, la de su esposa, la de los empleados... Demasiadas inconsistencias.
Y lo peor: después de dos años en prisión, él seguía proclamando su inocencia.
Yo le creía.
Y haría todo lo posible por demostrarlo.
(...)
El ejercicio se había convertido en mi vía de escape. No solo el gimnasio, sino también la defensa personal. Necesitaba sentir que podía protegerme. Que podía responder si alguien intentaba lastimarme otra vez.
La decisión de tomar clases de defensa personal no había sido mi idea, sino de alguien más. Sin embargo, termino agradeciendo aquello. No solo me ayudaba a mantenerme en forma, también a estar preparada a cualquier golpe. Ya sea físico o emocional. En mi mundo las personas como yo siempre seremos blancos fáciles, de tener que defender a personas que para otras no deberían de ser así
Las amenazas constantes solo por estar haciendo tu trabajo. El riesgo de tener personas culpandote por cosas que no controlas. Siempre estar con la necesidad de revisar a tu alrededor.
Mucho más luego de lo que pasó hace un tiempo.
—Bien hecho. Poco a poco mejoras tu fuerza. Pero tienes a tu favor que eres rápida, y tu tamaño también es un punto importante.
Asentí, respirando hondo. Jensen, mi entrenador, era de pocas palabras. Profesional. Discreto. Confiable. Siempre hemos sido demasiado profesionales como para tener una conversación más larga de ahí, sabía poco de él y él poco de mí, no obstante, sé que era de fiar. No por nada había sido recomendado.
Lo observé recogiendo sus cosas poco a poco, lo que más me agrada era lo flexible que puede ser. Podíamos tomar sesiones en su estudio pero luego de explicar que no me agradaba la idea de tener que salir de mi apartamento, se había tomado la molestia de darme las clases en el gimnasio que dispone el edificio, donde más me sentía cómoda y segura.
Además de que la idea de tener que salir con dos guardaespaldas no era atractiva en ningún sentido, muy útil pero igual seguiría siendo raro que entre a un gimnasio con dos hombres custodiando todo el tiempo y cada movimiento que haga.
Terminada la sesión, me duché y preparé algo ligero para comer. Mis pensamientos estaban en el caso que aún tenía que seguir trabajando, pronto me reuniría con una testigo de gran valor en el asunto.
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Editado: 04.04.2025