Alejandro.
Tocaba lo que el público pedía. Eran gustos distintos, pero agradables. Podía interpretar en una noche una de las obras de Beethoven como también tocar una de Taylor Swift. Esta noche, sin embargo, mis dedos se deslizaban sobre las teclas al ritmo de Dawn, del soundtrack de una película llamada Orgullo y Prejuicio. Se movían con una agilidad y delicadeza que hasta a mí me sorprendían.
Todavía me desconcierta lo natural que me resulta el piano. Nunca me visualicé sentado en un taburete, tocando un instrumento tan majestuoso, y sin embargo… aquí estoy. En un bar de una zona tranquila de Londres, tocando para personas que solo quieren escuchar algo menos ruidoso que sus pensamientos.
Era enternecedor verlos perderse en las melodías. Mis ojos solían permanecer en las partituras, pero mis oídos nunca dejaban de percibir. Y sus rostros al final… sus rostros siempre eran un poema. Claro. Entendible.
Supongo que es solo el ser humano siendo humano.
Hubo una ovación al terminar, una fila de aplausos y silbidos que me hicieron hacer una pequeña reverencia. Ciertamente, trabajar aquí iba cambiando algunas cosas en mí. Como la ropa. Habría sido bueno poder tocar vestido como siempre, pero tanta suerte en un solo mes no es algo que suela pasar.
Así que sí, me encontraba obligado a vestir como un maldito pingüino también.
Asentí a los clientes que cruzaban mi camino y respondían con cumplidos. Al llegar a la barra, pedí solo una botella de agua. Había terminado por hoy, y podía irme.
O eso creí, hasta que volvió esa sensación incómoda de ser observado. Me quedé tranquilo en mi lugar, mirando de reojo en busca del responsable. Como siempre, no se dejaba ver.
A estas alturas ya rozaba el acoso, pero ir a la policía no servía de nada. ¿Qué diría? ¿Que alguien me seguía y nunca lograba verlo? Lo primero que preguntarían sería si tenía alguna idea de quién podía ser… y sinceramente, no me creía lo suficientemente interesante como para que alguien gastara sus madrugadas en seguirme.
Ahora bien, si hablamos de enemigos… tenía muchos. Demasiados.
—Mierda…
¿Cómo carajos no lo pensé antes? Solté un bufido por mi propia estupidez. Me levanté del asiento y tomé mi chaqueta, caminando a paso rápido hacia mi casa. El viento helado me hizo temblar unos segundos, pero me obligué a seguir.
Solo tuve que doblar la siguiente esquina, esperar unos segundos… y luego, sujetar del cuello a quien me seguía. Recibí un golpe en las costillas que me dejó sin aire, pero tomé impulso y lo estampé contra la pared. Un vaho salió de su boca por el impacto. Le golpeé las piernas y cayó al suelo. Todavía sosteniéndolo, le quité la capucha y vi una mata de cabello castaño en un mullet que conocía demasiado bien.
Hice un puño con su capucha.
—¿Por qué carajo me estás siguiendo, Ric?
Roderic había sido un amigo alguna vez, pertenece a la pandilla de ladrones de la que fui engañado hasta que se comportó como un miserable hijo de puta al abandonarme. Igual que todos los demás.
Tenía una expresión enojada en el rostro por haber sido descubierto, una que luego dejó de fingir al notar que no planeaba soltarlo hasta tener las respuesta que quería. Bufó, el aliento a algún alcohol barato y cigarrillos prominente en el.
—¿No se puede visitar a un viejo amigo? Uno libre…
No hacía falta ser un genio para entender lo que quiso decir. Asentí con sarcasmo, chasqueando la lengua.
—Claro que sí, idiota.
Propiné un golpe en su mejilla que no dudó en devolverme, había aprendido a pelear en la cárcel y sabía dar un buen golpe. Pero lo que es la cárcel y ser de la calle, no había gran diferencia. Aprendes a sobrevivir con mañas de ambas.
Y Roderic tenía demasiadas. Me lo recordó al instante en el que jugó sucio luego de devolverme el golpe y empujarme al suelo, usó su cuerpo en un intento de detenerme pero estaba tan furioso con él que no dudé en darle un cabezazo, lo escuché maldecir luego de caer hacia atrás en su propio trasero. Su codo izquierdo apoyando en el pavimento mientras que con su mano derecha y dedos retiraba la sangre de su labio partido.
No perdí tiempo, tomé su misma posición y propiné más golpes en su rostro.
—¡No vengo a pelear, joder! —intentó decir en medio de mis puñetazos.
—¿Entonces por qué mierda me sigues? ¿Desde cuándo?
Sujeté su cuello con más fuerza de la que debería, sus uñas arañaron la piel en mis manos pero eso ni siquiera parecía detenerme.
—Solo quiero hablar…
Apenas podía hablar por falta de aire. Mis dedos presionaban con más fuerza. Sus ojos se abrieron, desesperados.
—¿Crees que te creo? ¡Fuiste parte de los que me metieron en la cárcel! ¡Confiaba en ti, carajo! ¡Eras mi maldito mejor amigo!
Negó, la súplica en sus ojos. Sentía arder los míos por los recuerdos del pasado. Me dejé tanto entrar en ellos que no anticipé el movimiento de Roderic, para cuando me di cuenta ya era demasiado tarde y él jodidamente había pasado la hoja de su cuchilla en mi mejilla.
Me alejé por inercia, sosteniendo la zona afectada y sangrienta. Maldije por el ardor a la par que lo escuchaba toser en el suelo, me acerqué a él golpeando su costado con mi pie hasta hacerlo caer nuevamente. Queriendo que permanezca en el suelo.
—Lo siento… —murmuró.
—Vete a la mierda.
Tomo la chaqueta usándola como recurso para detener el sangrado, a sabiendas de que la herida dejará una jodida cicatriz. Y una mentira que crear como explicación.
—De verdad, lo siento. Yo no quería… ¿Alejandro? ¡Alejandro!
No escuché sus llamados, trote con rapidez hacia el lugar donde vivía. Y mientras más el viento daba en mi rostro, más rápido comencé a caminar hasta que terminé corriendo. Queriendo alejar el inminente ataque de pánico que acechaba. El viento en mi cara me quemaba más que la herida. El pecho me dolía tanto que tuve que detenerme. Me llevé la mano al corazón. El ritmo era irregular.
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Editado: 09.05.2025