Sombras del pasado

?Capítulo ocho?

Frida.

Le di al botón repitiendo la grabación que tomé en aquel café y la que teníamos del juicio. Sus versiones coinciden en algunas partes, pero en otras no. Por ejemplo. la hora exacta en la que estaba fuera de casa.

Siento que algo se me escapa, algo tan pequeño que se está burlando de mí por no encontrarlo, pero a la vez tan grande que está enfrente de mi nariz y yo sin poder verlo.

Tal vez Harold tiene razón y debería de descansar algo, pero no podía. Mi cuerpo y mi mente no estaban de acuerdo, los episodios de insomnio son más severos y si no fuera por las pastillas para poder dormir, estaría completamente acabada.

Lamentablemente no las había tomado anoche, por lo que llevaba al menos doce horas o más sin dormir del todo bien. Era lo peor, pero algo que no podía simplemente controlar.

Podía controlar muchas cosas, pero eso no.

Necesitaba un respiro, y eso hice. Dejé todo en su lugar, tomé las llaves de mi llavero y me decido a dar una vuelta por el barrio, vivía en Primrose Hill la zona en perspectiva es tranquila, alejada a 20 veinte minutos de Mayfair justo donde está la firma. Cobraba bien pero no lo suficiente para vivir en una mansión, así que me costeaba uno de los barrios que pueda costear con normalidad y una seguridad más que buena. Además, vivir en una mansión sola no suena bastante cómodo.

Al salir no me olvido de colocar la clave en la alarma, contando en mi mente todas las cosas que pudieron haber pasado ese día mientras introducía los dígitos. Mi respiración golpeando mis labios con frenesí, el latido rápido en mi pecho y el sudor frío en mi cuerpo, recorriendo cada esquina de el.

Siento que cada paso que doy lejos de la puerta de mi apartamento es un homicidio imprudente contra mí misma, sin oportunidad de darle a mi cuerpo una señal para que reaccione, de que mi cerebro funcione y me haga ser consciente de lo que sucede, de lo que pronto va a suceder.

No tenía idea de qué era lo que sucedería, pero estaba aterrada.

—¿Señorita Frida?

El portero del lugar me detiene, su uniforme y rostro envejeciente recordando días de gloria en su juventud. Pese a mi paranoia, me obligo a sonreír.

Las personas no tenían la culpa de mi sentir.

—¿Si?

—Hay un regalo para usted, se lo había dado más temprano pero no he podido contactarla.

Eso es porque me estoy aislando voluntariamente, Denzel.

—No hay problema —le aseguro siguiendo sus pasos.

Cuando llegué a Londres era una chiquilla asustada por las personas y lo que le rodeaba, viniendo de un lugar donde tomar el bus era una guerra día a día, la organización de este lugar me desorientó.

Pero no tenía de otra más que avanzar hacia delante, no podía permitirme detenerme después de lo hice. Cosechas lo que siembras, suelen decir.

Pero yo digo que no puedes cosechar nada si no estás alrededor.

—Aquí tiene.

Me detuve en seco ante el enorme arreglo floral. No por el gesto, sino por el tipo de flores. Mi portero sonríe sin saber nada, mientras que yo sentía que me paralizaba en mi lugar. Respirar volviéndose en algo tan difícil.

Mi aliento caliente golpeó mis labios con fuerza, el pecho retumbó y mi corazón fue el culpable. Las manos me tiemblan mientras detallo involuntariamente el sorpresivo regalo, cada flor me da escalofríos.

—Dalias —susurro estupefacta.

—Así es. Son hermosas, ¿no crees?

Lo son, pero el significado detrás de ellas no lo era. Las dalias eran familiarizadas con elegancia, belleza y devoción. Pero también con traición, principalmente las de color morado oscuro o negro.

En este caso, negro. Y estoy segura que esas flores estaban ahí para lo primero. Y solo una persona las podría enviar.

—¿Tiene alguna carta?

Aunque la tuviera, no la leería. Denzel buscó por todo el ramo en busca de papel y negó. Me mantuve firme físicamente, pero por dentro gritaba del terror.

—No hay ninguna nota, señorita Frida.

—Deshazte de ellas, Denzel. No las quiero ver aquí cuando llegue —dictamino duramente.

Pero la firmeza en mi voz flaquea en cuanto se da la vuelta. Mis manos temblando y las rodillas apunto de fallarme, quise detener el temblor. Hacer algo por mí misma, pero mientras más intentaba calmarme más podría sentir mi corazón desbordarse. Me alejé a toda marcha, sin poder quedarme a escuchar su respuesta. Mientras más rápido corría, más sentía que me alcanzaba el pasado.

No servía de nada. No importaba cuántas veces te levantas y construyes, si tu pasado quiere arruinar tus cosas, lo hará.

Y el mío parece siempre estar en mis talones para hacerlo.

(...)

Bien podría seguir fingiendo que no ha pasado nada, que no sufrí un ataque de pánico en cuanto llegué a casa luego de esa caminata.

Bien podría fingir sobre el ramo, y bien podría ignorarlo a él. Solo que él no parece a punto de vomitar. Inhalo lentamente de manera suave, queriendo no demostrarle el punto de ebullición al que estaba entrado.

—¿Supongo que el caso va viento en popa?

—Sí, tan bien que el capitán está apunto de saltar de su barco.

El caso era... algo demasiado enredado para lo que pensaba, no obstante, tenía la certeza de que algo estaba mal. Y pronto lo descubriré. Solo necesitaba balancear las cosas nuevamente, soltar lo que me está atajando. Deteniendo.

Antes de que finalmente me encuentre.

—Te ves enferma.

—Estoy perfecta.

Sus ojos verdes me analizaron en silencio, con una intensidad juzgona. La primera vez que vi a Harold quedé sin palabras, no solo por lo guapo que era, sino por lo fácil que pudo ver tras de mí.

No le doy tanto crédito porque en ese entonces apenas podía controlarme, ocultar todo lo que soy y lo que estaba a punto de convertirme; pero ahora sé que se lo pongo difícil.

Se tardaba más para descubrir por sí mismo qué tengo cuando antes solo tenía que mirarme y ya lo sabía. Por una parte me alegro, pero por otra parte me molesta tanto tener que esforzarme en... dejar de ser quien soy.




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