Sombras del pasado

♟Capítulo nueve♟

Alejandro.

—¿Dónde carajo encontraste eso?

Sus ojos no se apartaron de la pantalla, los dedos largos de sus manos se movían frenéticamente en un control que usa para mover los pequeños personajes en la gran pantalla de la sala.

—Los encontré en una habitación, tienes muchas habitaciones, incluida una de bebé. No sabía que planeabas casarte y tener hijos.

La solo idea de mí con hijos es extraña, no porque no pudiera, sino porque no me logro visualizar con alguien y mucho menos teniendo una familia. Quizás mi destino es terminar solo. Presenciar a todos a mi alrededor moverse y ser felices, mientras yo sigo en el mismo lugar.

—No lo hago —termino respondiendo.

Dirijo mis pasos a la cocina, queriendo preparar algo de comer. La comida que usualmente Michelle suele traerme comienza a escasear, lo que me hace recordar que probablemente pase por aquí.

Tendré que avisar a Ric, no necesito que mi hermana se reencuentre con él a esta altura de la vida. No cuando ella se encuentra fuera de todo la mierda que fue nuestro pasado.

—¿Y la habitación de bebé entonces de quién es?

—No te importa.

Refunfuño, no planeo contarle respecto a mi sobrina. En realidad, no planeo nada. Cómo por cuánto tiempo se aloja aquí.

Era peligroso tenerlo afuera porque si lo encuentran me encontraran a mí, pero también era peligroso tenerlo aquí. Me encuentro con una pared mire adonde mire.

—Creía que íbamos progresando.

Alzo la mirada encontrándome con la suya en seguida, sus dedos ya no se mueven desesperados y la mueca de concentración ha desaparecido por completo, dejando una línea recta de confusión en su entrecejo. Ya limpio y con ropa decente, nadie nunca pensaría que Roderic es un ladroncillo de las calles de Londres.

—No necesitamos progresar nada. Recuerda que estás aquí porque tu trasero está en peligro, y por lo tanto el mío y mi familia.

Aprieta la mandíbula, sin embargo, no replica nada al respecto a sabiendas que es más que cierto. Suspiro, volviendo a buscar algo qué comer en la alacena.

—¿No quieres jugar un poco?

—Ni siquiera sé cómo se usa esa cosa.

Apenas y comenzaba a acostumbrarme a usar esos celulares, mucho menos lo haré con esa cosa.

—Es un vídeojuego.

Mis ojos no pierden su sonrisa divertida y el brillo infantil en sus ojos, a veces olvido que Roderic también era un niño asustado y solo que no sabía qué hacer. Hago una mueca, tomando dos cervezas camino hacia él. Extiendo una, y paso los siguientes diez minutos escuchándolo hablar sobre el vídeojuego y cómo jugarlo.

Los otros minutos pasan entre risas sueltas, palabrotas y quejas de ambos al perder una mano.

(...)

El silencio hizo eco y el fantasma de la melodía de las teclas lo acompañó.

Era una de esas noches donde el ambiente estaba lleno de una clase de nostalgia y soledad. La sutileza de mis dedos y la facilidad con la que resbalan en las teclas está hipnotizando a cada cliente del pequeño bar.

Cuando la melodía cesó, los aplausos comenzaron.

Mi corazón retumbó ante la atención de todos, me levanté e incliné en una breve despedida. Era todo por esta noche.

Mejor dicho, madrugada.

—Hey, Alejandro.

Roman era el hombre que me había propuesto tocar el piano, al que había confundido con un pingüino desde el inicio. Hice una leve señal de saludo antes de tomar el dinero e irme.

Era tan simple como eso. Toco algo, cobro y me voy. Solo vuelvo hasta el siguiente día.

Apenas son unas horas pero es algo en lo que mantenerte ocupado, deberé de conseguir un empleo real dentro de poco. En el que dedique al menos 8 horas de mi tiempo.

El vaho al exhalar me recuerda el frío de esta madrugada, me aferro a mi abrigo comenzando a caminar hacia la calle principal. Mis pasos son lentos y mis zapatos hacen ruido contra el asfalto, estoy a punto de doblar a la esquina cuando se escucharon unos murmullos.

Me detengo, mis ojos visualizando a dos figuras en medio de la noche y cerca de un coche aparcado, uno de ellos con las manos arriba mientras que el otro lo sujeta del pecho.

No se necesita mucho para saber lo que pasa. Un asalto.

Algo en mente me dice que me aleje, que no puedo meterme en problemas. No obstante, la voz se calla al momento que veo al tipo golpear al hombre en el estómago.

Él cae en sus rodillas y yo ya me encuentro caminando hacia la escena. La sangre hirviendo en mis venas y la respiración agitada haciendo ruido en mi cabeza, mis puños se forman solos al ver al imbécil abusar de esa manera contra alguien que ni siquiera podía defenderse solo.

—Maldito anciano.

Lo escucho decir mientras rebusca entre su ropa. Suelto un resoplido liberando mis puños y, sin previo aviso, paso mi brazo por su cuello. Haciendo una maniobra para cortar el oxígeno, tomándolo por sorpresa.

Sus pies y manos se agitan en varias direcciones e incluso en una intenta acuchillar mi hombro con la navaja que tiene en mano, misma que le arrebato y clavo en el muslo. Grita unos segundos mientras hago más presión, y luego solo tengo un cuerpo inerte que hago a un lado.

El hombre delante de mí me observa en silencio, y la sorpresa en sus ojos es la misma que tengo yo ahora mismo.

—¿Señor Stone?

Asiente, sin dejar de mirar al tipo inconsciente a sus pies. Me acerco a él extendiendo mi mano, parece dudar unos segundos pero luego la toma.

La extrañeza en su contacto con mi piel sigue igual. Inexplicable.

—¿Cómo es que puedes hacer eso?

Ignoro la pregunta, tomando las llaves de su auto entre mis dedos que habían caído de la mano del tipo. El dije redondo reluce con una S en grande en el medio, supongo enseguida que es por su apellido. Mi pulgar se desliza con lentitud en él, una mezcla de nostalgia y calidez me envuelve.

—¿No está un poco lejos de su mansión?




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