Sombras del pasado

?Capítulo diez?

Frida.

Había golpes en su rostro que no eran recientes pero sí notables.

Conrad Hendrick estaba en su peor momento, no obstante, la fortaleza en él era tan satisfactoria de ver que no pude evitar esbozar una sonrisa.

—Veo que lo está pasando muy bien.

Hay una sonrisa pequeña en su rostro, no había rastro de cuidado en su piel como se mostraba en sus fotos. Era un hombre apuesto con la desgracia de tener una mala esposa.

No me gusta hacer conjeturas en voz alta, por lo que me reservaba lo que pensaba respecto a su esposa y lo que encontré recientemente. Me había costado, ella era astuta para esconder sus trapos sucios.

Pero no era buena a la hora de mentir.

—De maravilla, abogada Velazquez.

Aún me resultaba extraño y gracioso escuchar a los americanos o ingleses intentar pronunciar mi nombre o apellido, siempre es divertido de escuchar y verlos esforzarse al hacerlo.

—Lamento todo eso, pediré más seguridad para usted —negó con la cabeza.

—No necesito que trabaje en mi seguridad, necesito que me saque de aquí.

Aclaro mi garganta acercándome a él, sus ojos azulados brillando con interés.

—Estoy trabajando en ello, solo que no pensé que se complicaría tanto.

Sus ojos se abrieron en señal de aceptación, y luego suspiró. Como si el secreto del Estado hubiera sido descubierto y él no supiera qué más hacer para fingir o cuidarlo más.

Si, bueno, eso es lo que pasa con los secretos. Mientras más los escondes, más visibles se vuelven. Es como el polvo debajo de la alfombra, mientras más personas pisan sobre ella; el polvo subirá hasta llegar a sus narices.

Y luego no podrás ocultar el sucio que tienes en tu propia casa.

—Ya lo sabe.

Sonrío.

—Esto funciona así, Conrad. Usted me dice la verdad cuando le pregunto por la verdad, y yo trabajo con usted con confianza. Si le pregunto si mató a su hijo, usted me dice la verdad y yo me las arreglo para hacer que salga de aquí.

—Mire, no es que…

—¿Qué cree usted que pasaría si yo me subiera al estrado a defenderlo sin saber nada sobre lo que hace su esposa y usted sí? ¿Cree que tendría las de ganar cuando no tengo todo para defenderlo? Si su confianza no está en mí como su abogada, entonces le sugiero que busque a alguien en quien pueda confiar.

Apretó la mandíbula ante mis palabras, sus muñecas libres y sus manos hechas puños golpearon la mesa con suavidad.

—Ese es el puto problema, no tengo en quién confiar.

Aprieto los labios entre sí, aún con signos de gripe en mi sistema pero lo suficientemente fuerte para no descontrolarme en un momento como este. Podría entenderlo, también he estado en esa situación donde nadie parece ser de confianza. Ni siquiera tú misma.

Pero ocultarme ese hecho lo habría cambiado todo desde un principio.

—Sabe que si me hubiera dicho esto, hace tiempo habría buscando la forma de sacarlo de aquí.

—¿Y encerrarla ella?

Me di cuenta entonces de qué se trataba esto.

—¿La sigue amando? —no hubo respuesta, pero tampoco la necesitaba—. Necesito que se pregunte algo a usted mismo, y es si quiere salir de aquí o no.

Frunció las cejas, como si mi pregunta fuera la más estúpida que haya escuchado.

—Por supuesto que quiero salir de aquí.

—Entonces tenga en cuenta que si quiere que yo le ayude, salvar a su infiel esposa no está en mis planes. Mi cliente es usted, no ella. Y si tengo que arrastrarla hasta ese tribunal, créame, lo haré.

Vi su debate interno, y casi sentí lástima. Eso es lo que pasa con el amor, te ciega a tal punto que te olvidas de ti mismo. Este hombre pagaba encerrado por los errores de su mujer mientras ella se daba la gran vida con su amante.

—¿Usted cree que ella lo hizo?

No respondo, no tenía pruebas aún. Pero algo tenía que ver ella en esto.

—No estoy segura, pero necesito que me dé una respuesta. ¿Quiere que lo defienda? Si acepta, no hay marcha atrás. Su esposa y todo aquel involucrado, quien sea que sea el culpable de este crimen, va a caer. Si piensa que no está listo para ver a la persona que ama caer luego de abandonarlo, en caso de que sea culpable, entonces dígame ahora y nos ahorramos tiempo.

Bajó la cabeza, pensando. Le di sus minutos sin problema, mostrando una amabilidad que no tuvieron conmigo en su momento cuando tuve que tomar una decisión que afectó mi vida completa.

—Hágalo.

(...)

Esperé pacientemente que la puerta se abriera. Lo primero que se escuchó fue un ladrido y luego los pasos suave de alguien.

Christine me abre la puerta con su enorme panza a punto de estallar. Una sonrisa se forma en mis labios mientras que ella prácticamente chilla de la emoción antes de abrazarme.

Los abrazos no eran algo de mi día a día, pero desde que conozco a estas chicas es algo que he tenido con lo que lidiar.

—Dios mío, estás enorme. De buena manera —aclaro al decirlo.

Sus brazos siguen rodeando mi cintura mientras yo solo acaricio su hombro.

—Gracias a Dios vienes a verme. ¡Me estoy volviendo loca!

Me hace pasar empujandome literalmente. Un husky con ojos color hielo me mira desde su sofá, alzo una ceja.

¿Un gato y también un perro? Cómo van las cosas, pronto tendrá un zoológico aquí.

—No tienes que agradecer nada —susurro sin dejar de mirar el perro como si tuviera tres cabezas—. Veo que solo cambiaron… algunas cosas.

Señalo el perro al igual que su panza más grande. Luego de compartir la noticia de que son trillizos, encuentro más lógica la razón por el tamaño de su barriga.

Mientras la observo aún con ojeras y cansancio, no puede ocultar su felicidad. Y supongo que así luce una maternidad deseada.

Algo que quizás nunca experimente porque, en lo que a mí concierne, no quiero hijos.

No están en mis planes de vida.

—Ay, Frida. Estas tan hermosa —dice volviendo a abrazarme.




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