Alejandro.
No sabía cual de los estaba más nervioso, tal vez ella físicamente.
No dejaba de juguetear con sus manos y morder sus labios hasta hacerlos sangrar, mientras que yo estaba a punto de vomitar en cualquier momento. Si no fuera lo suficientemente valiente, me habría ido desde el minuto que llegue.
Ni hablar, no habría ni siquiera salido de la cama. Pero con Roderic en mi apartamento, no hay manera alguna que dejara a Michelle subir estando él ahí. Y ella era tan puntual cuando quiere, que llegó minutos antes de lo esperado queriendo sacar mi trasero de la cama.
Para que ambos terminemos aquí, con respiraciones forzadas y el estómago revuelto esperando por una llamada de una psicóloga que aún sigo pensando que no servirá de nada.
—¿Estás segura de esto?
—¿Cómo tú no puedes estarlo? ¿En serio quieres vivir bajo la pregunta de quién eres y quién fuiste por el resto de tu vida, Alejandro?
Un suspiro involuntario sale de mí. Michelle era mi hermana, y como mi hermana la amo de una manera imposible de expresar.
Pero ella era demasiado terca por su propio bien, y sí, a veces me pregunto de quien lo habría heredado. Sin embargo, mis preguntas respecto a mis supuestos padres no son tan importantes para mí.
La diferencia aquí es que Michelle quiere saber todo lo ocurrido en nuestra vida pasada porque necesita respuestas. Quiere cerrar ese capítulo que nunca se inició. Quiere saber quiénes somos, quiénes fuimos antes de todo esto.
Peor aún, quiere saber porque nos dejaron.
En cambio, yo no siento que sea necesario. ¿Qué tal si nos dejaron porque no nos quieren? Nos dejaron a la suerte, nos vendieron con alguien. Qué sé yo.
Lo que sé es que no sé nada, y prefiero mil veces no saber nada a saber algo que no es lo que esperaba.
Pero mi dulce Michelle no lo entiende y creo que nunca lo hará porque al final del día, ella solo quiere a sus padres.
—Yo solo quiero que tú estés bien, Elle —sus ojos se abren en sorpresa tras mi tono tan suave—. Yo sufrimos lo suficiente por algo que no sabemos, no quiero que sigas sufriendo luego de saberlo todo.
Sus ojos se suavizaron, todavía conteniendo las lágrimas que quiere soltar. Ella deja caer su frente en mi pecho, buscando una clase de abrazo que le concedo. Mis manos tiemblan mientras la atraigo a mí.
La sensación de incertidumbre y el momento me recuerda a esos días bajo algún techo de cualquier local de mala muerte donde la dejaba abrazarse a mí en busca de calor cuando estábamos hambrientos y muriendo de un frío que helaba nuestra sangre.
Trago el nudo en mi garganta, queriendo alejar las inminentes ganas de llorar.
—Hablas como si tú no hubieras pasado por lo mismo, como si tú no eras solo un chico de quince años pasando por todo eso solo.
—Te tenía a ti.
—Si, pero estabas solo. Porque mientras yo te tenía a ti para llorar, abrazar y refugiarme. Tú no tenías a nadie. Nunca te vi apoyarte en mí como yo lo hice contigo.
Cerré los ojos, como si con eso pudiera evitar escuchar y sentir todo el dolor que sus palabras me provocan. Como si pudiera borrar todos estos años de abandono y soledad, como si pudiera quitarle todo el dolor que tiene para hacerlo solo mío.
Ojalá pudiera hacerlo.
—Está bien.
Mi susurro muere entre sus cabellos con olor a café, mis brazos se vuelven un poco más fuertes cuando ella decide aferrarse un poco más a mi abrazo. Casi quiero que permanezcamos de esa manera. Solo nosotros.
Pero sería una ilusión en la que ella no quiere estar. Porque es su idea de explorar los recuerdos perdidos lo que la inquieta, pero también siente esa atracción que necesita entender. La necesidad de entender qué sucedió, del por qué no podemos recordar a nuestros padres, nos empuja hacia este momento.
Y, por un lado, la entiendo. Pero por otro lado me aterra.
Y creo que es desde mi cobardía, desde mi falta de confianza, que no puedo ni quiero entender nada de lo que ocurrió.
—Solo intentemoslo, por favor.
Miro sus ojos, brillando con una esperanza que no podía arrebatarle ni quería hacerlo. Sonrío, pasando mis dedos por sus mejillas húmedas. Pese a que el tiempo ha transcurrido, yo solo veía entre mis brazos a mi pequeña hermanita de once años conmigo.
La que me buscaba en sueños, la que me abrazaba con miedos. La que me pedía ayuda con todo y la que intentaba defenderme de personas mas grandes pese a ser la más pequeña entre todos.
Mi pequeña Elle.
—Te quiero, Elle.
—Yo también, Ale.
Fue mientras la abrazaba y esperando nuestro llamado que entendí que no podía dejarla sola nunca más.
(...)
Bien podrían torturarme y sería la misma mierda de ahora. Pese a que la habitación tiene aire acondicionado y un sonido suave, yo no paraba de sudar lo cual era desagradable. Dejo salir un suspiro por quinta o sexta vez, la doctora había decidido hacer la sesión individual, algo que me aliviaba como me martirizaba.
No quería que Michelle sepa todo lo que he pasado, ella solo conoce la superficie de lo que me pasó. No tenía que saber todo lo demás.
Eso solo terminaría de destruirla.
Pasaron más de treinta minutos allí dentro, pero cuando la puerta de su consultorio se abre estoy en mis pies sin pensarlo. Michelle sale con los ojos rojos, la nariz por igual. Ella literalmente corre a mis brazos abrazándome como si quisiera dejar de sentir todo a su alrededor.
Trago el nudo en mi garganta, intentando protegerla de algo que no sé.
—¿Qué pasó? ¿Te hizo algo?
Negó con su cabeza, sin darme una mirada al menos. Ojeo a la mujer de unos treinta años, sus ojos fijos en mi rostro con una mirada suave que me desarme por completo. Sus ojos cafés brillan con empatía, pero no me dejo engañar fácilmente.
—Ve, te espero aquí.
—No te voy a dejar en este estado, Elle —refunfuño, ella sorbe su nariz y se aleja.
#3417 en Novela romántica
#1131 en Otros
pasados dolorosos, drama amistad, romance reencuentro reconcilacion
Editado: 22.12.2025