Capítulo 1: El regreso

La carretera hacia Hollow Creek parecía no terminar nunca.

A los lados, los pinos se alzaban como centinelas cubiertos de niebla, y el cielo gris se estiraba sobre ellos con un peso silencioso. Elara Whitmore bajó el volumen de la radio. Solo quería escuchar el sonido de los neumáticos sobre el asfalto, el murmullo del viento que se colaba por las rendijas del auto.

Llevaba once años sin volver.

El pueblo quedaba escondido entre montañas, demasiado pequeño para aparecer en la mayoría de los mapas. Allí había crecido, entre rumores y susurros de un bosque que —según decían los ancianos— respiraba cuando nadie lo miraba.

Su madre había muerto hacía tres semanas.

Elara regresaba únicamente para vender la vieja casa familiar. O al menos, eso se repetía a sí misma cada hora, cada curva del camino. Pero una parte de ella sabía que Hollow Creek no era un lugar del que se pudiera escapar tan fácilmente.

Cuando cruzó el letrero oxidado que decía “Bienvenido a Hollow Creek”, un escalofrío le recorrió los brazos.

No hacía frío. Era la sensación de que el bosque acababa de despertar.