Sombras del Valle de Hollow Creek

Capítulo 6: Sombras y susurros

La noche cayó sobre Hollow Creek como un manto vivo.

Las nubes ocultaban la luna, y el bosque parecía retener la respiración. Desde la ventana de su habitación, Elara observaba las sombras moverse entre los árboles, con la sensación de que algo —alguien— la observaba desde el otro lado del cristal.

Había pasado todo el día leyendo el diario de su madre. Cada palabra era un eco de advertencias veladas, de secretos que parecían hablar de otro mundo.

“Los guardianes no envejecen. No duermen. Solo esperan.”

“Si escuchas tu nombre en el viento, no respondas.”

“Si sientes que el bosque te llama, corre.”

Pero Elara no quería correr.

Había algo en esa oscuridad que la atraía con una fuerza imposible de resistir, una curiosidad que dolía en los huesos.

Tomó el colgante de luna y lo sostuvo contra el pecho. El metal palpitó como si tuviera un corazón propio, y una oleada de calor le recorrió el cuerpo.

Entonces oyó un golpe suave en la ventana.

Elara se giró de golpe. Afuera, entre la bruma, una figura. La reconoció al instante.

—Aiden…

La ventana se abrió sola, sin viento, y él cruzó el umbral como si la casa lo recibiera. Las llamas de las velas titilaban y luego se estabilizaron, iluminando su rostro.

Tenía la piel pálida, casi luminosa, los ojos oscuros como el fondo del río y el cabello húmedo por la niebla.

—No deberías haber venido —dijo ella, aunque su voz carecía de convicción.

—No podía quedarme lejos.

Aiden avanzó un paso, y la distancia entre ellos se volvió insoportable. Elara sintió que el aire se comprimía, que su respiración se mezclaba con la de él, como si compartieran el mismo pulso.

—El bosque me habló —dijo ella—. Me mostró imágenes, recuerdos…

—No eran recuerdos —replicó Aiden—. Eran advertencias.

—Vi tu rostro en ellos. Desde hace siglos.

Aiden cerró los ojos un momento, con el gesto de quien carga un peso demasiado antiguo.
—Porque mi condena empezó con tu familia.

Elara retrocedió apenas, pero sus ojos no se apartaron de él.
—Explícame.

Aiden extendió una mano hacia el fuego de la chimenea. La llama pareció inclinarse hacia él, obedecerle.
—Hace siglos, los Whitmore sellaron un pacto con las sombras para proteger este valle de algo que dormía bajo la tierra. Yo fui el sacrificio.

—¿Sacrificio?

—Mi alma fue ofrecida a cambio del poder de contener lo que se escondía aquí. Pero la oscuridad no acepta pactos sin precio. Me convirtió en su guardián. Ni vivo, ni muerto. Atado al bosque.

—Y mi familia…

—Tu sangre mantiene el equilibrio. Sin ti, el bosque se corrompe. Pero cada generación la maldición elige a una Whitmore. Siempre la misma historia, siempre el mismo final.

—¿Y yo?

Aiden la miró con una mezcla de miedo y deseo.
—Tú eres la última.

El silencio que siguió fue espeso, cargado de algo invisible. Elara sintió el colgante arder contra su piel. Una corriente eléctrica la envolvió, y por un instante, la habitación desapareció.

Vio destellos —imágenes fugaces, como memorias ajenas—: un ritual bajo la luna, un hombre de rodillas entre círculos de fuego, una mujer con su mismo rostro llorando, llamándolo por su nombre.

Aiden.

Cuando volvió en sí, estaba temblando.
—Lo vi —dijo, con voz entrecortada—. Vi a una mujer… que se parecía a mí.

—Era tu antepasada, Althea Whitmore —respondió él—. Fue la primera en romper el sello. Y la primera a la que amé.

—Y murió por ti.

—Sí. —Su voz fue apenas un suspiro—. Como lo harás tú si no detenemos esto.

Elara sintió las lágrimas subirle a los ojos, pero no eran de miedo. Eran de una comprensión antigua, visceral, como si su alma hubiera estado esperando esta conversación por siglos.
—Entonces enséñame —dijo—. Enséñame a romper la maldición.

Aiden negó lentamente.
—Romperla significaría romperme a mí contigo.

—No me importa.

Él sonrió apenas, con una tristeza insondable.
—Eso es lo que dijiste la primera vez.

De pronto, un estruendo sacudió la casa. El suelo vibró, las paredes se agrietaron. La llama de la chimenea se tornó azul.

—Ya lo sabe —dijo Aiden, con la voz tensa.
—¿Qué sabe quién?
—El bosque. Que el vínculo ha despertado.

Afuera, los árboles se movían como si el viento los poseyera. Entre las ramas, miles de ojos plateados comenzaron a abrirse. No eran animales. Eran sombras conscientes, los ecos de los guardianes antiguos que dormían bajo la tierra.

Aiden tomó la mano de Elara.
—No temas. Si quiere reclamarte, tendrá que pasar sobre mí.

—Pero no puedes enfrentarte a lo que eres.

—Tal vez no. Pero puedo elegir qué proteger.

La casa entera se estremeció. Un rugido emergió de las raíces, profundo y resonante.

Elara lo miró, y en ese instante supo que amarlo era un error condenado… y la única verdad que había sentido en toda su vida.

—Aiden…

Él levantó su rostro hacia ella. Por un momento, el tiempo se detuvo.

—No digas mi nombre —susurró—. Las sombras escuchan.

Afuera, la luna rompió las nubes. La luz cayó sobre ambos, y por un segundo, la oscuridad retrocedió.

En esa tregua de silencio y luz, Elara comprendió lo que su madre nunca se atrevió a escribir:

El amor de un guardián no es salvación. Es sentencia.



#1220 en Fantasía

En el texto hay: fantasia oscura, ficcion

Editado: 22.12.2025

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