La noche envolvía el mar de Alborán con un manto de sombras inquietantes. Álvaro y Lucía se ocultaban tras las rocas, el aliento entrecortado y el pulso acelerado. Los hombres de Said el-Jattari patrullaban la costa, sus linternas barriendo el terreno como depredadores buscando a su presa.
—¿Tienes el móvil? —susurró Álvaro.
Lucía asintió y marcó un número.
—Guardia Civil —dijo ella con voz temblorosa—. Hay una operación de narcotráfico en la piscifactoría abandonada, cerca de la cala del Sable. Vengan rápido.
Álvaro asomó la cabeza. Los hombres se acercaban. Uno de ellos, alto y musculoso, levantó su linterna y apuntó directamente a su escondite.
—¡Allí! —gritó.
—¡Corre! —ordenó Álvaro.
Se lanzaron hacia la espesura, sorteando las rocas y la maleza. Detrás, el eco de las balas rompía la calma nocturna. Lucía tropezó, pero Álvaro la levantó de un tirón.
Lograron llegar a una antigua cabaña de pescadores. Álvaro atrancó la puerta y sacó su pistola.
—Tenemos que aguantar hasta que lleguen —dijo.
Afuera, los pasos se acercaban.
—No saldrán vivos —amenazó una voz.
Álvaro respiró hondo. La batalla acababa de comenzar.
Editado: 19.02.2025