La noche cayó sobre el mar de Alborán, oscureciendo las aguas que rodeaban la misteriosa Cala del Diablo. Álvaro Ríos y Lucía se encontraban ocultos entre las rocas, con la mirada fija en el horizonte. El sonido de las olas rompiendo contra la costa era su única compañía.
—¿Seguro que aparecerán? —susurró Lucía, ajustando el visor nocturno de su rifle.
—Si el informante no mintió, no tardarán en llegar —respondió Álvaro.
El tiempo transcurría lentamente. La tensión en el aire era palpable. De repente, una lancha apareció en el horizonte. Avanzaba sin luces, deslizándose como una sombra sobre el agua.
—Ahí están —murmuró Álvaro.
Lucía activó el comunicador.
—Aquí equipo uno. Blanco a la vista, aproximándose a la cala.
Desde una posición cercana, la Guardia Civil confirmó la señal y comenzó a rodear el área. La lancha atracó en la playa y varios hombres descargaron bultos que reconocieron como fardos de hachís.
Álvaro hizo una seña a Lucía y se deslizaron hacia adelante. Cada paso era calculado, cada respiración controlada. Estaban a solo metros de la operación cuando una rama crujió bajo el pie de Lucía.
—¡Alto ahí! —gritó uno de los traficantes, apuntando en su dirección.
—¡Guardia Civil! ¡Tiren las armas! —exclamó Álvaro, abriendo fuego contra el aire.
El caos estalló. Los narcotraficantes respondieron con ráfagas de disparos. Álvaro se cubrió tras una roca, devolviendo el fuego. Lucía se arrastró a su lado.
—¡Nos tienen rodeados! —dijo ella.
—No por mucho tiempo —replicó él.
Con una granada de humo, Álvaro cegó a sus enemigos y se lanzó hacia la lancha. Abatió a uno de los hombres y tomó el control de la embarcación.
—¡Lucía, sube! —gritó.
Ella corrió hacia la lancha y saltó a bordo. Con el motor a toda potencia, se alejaron de la cala mientras las patrullas de la Guardia Civil detenían al resto de los traficantes en tierra.
—¿Y Hassan El-Yazid? —preguntó Lucía.
Álvaro apretó el timón con fuerza.
—No estaba aquí. Pero lo encontraremos. Cueste lo que cueste.
Editado: 19.02.2025