El amanecer llegó como una promesa rota. El sol apenas se asomaba sobre Hollow Creek, y su luz grisácea hacía que las sombras del pueblo parecieran más largas, como si algo oscuro se estirara desde las profundidades mismas de la tierra.
Elizabeth despertó con una sensación de agotamiento que no podía explicar. Apenas había dormido, y las pocas horas en que lo había logrado, se vio envuelta en sueños perturbadores. En su mente aún resonaba el eco de una risa, apagada, distante, pero inconfundiblemente humana. Esa risa… ¿era real o un fragmento de su sueño?
El día avanzaba, pero el malestar en su estómago no desaparecía. Durante la mañana, decidió que necesitaba salir de casa, caminar un poco, respirar el aire frío del otoño. Tal vez eso despejaría la niebla de miedo que se había apoderado de su mente. El pueblo, como siempre, estaba tranquilo, pero había algo en el aire que no podía ignorar. La gente caminaba rápidamente, con las cabezas gachas, evitando el contacto visual. Nadie hablaba de los asesinatos, al menos no en público, pero todos sabían que algo oscuro estaba devorando Hollow Creek desde el interior.
Elizabeth se dirigió al café local, el único lugar donde, incluso en tiempos oscuros, siempre había una especie de normalidad. Mientras pedía su café, escuchó fragmentos de una conversación en la mesa de al lado.
—…no pueden encontrar ninguna pista. —Era la voz grave de un hombre mayor, seguramente algún habitante veterano del pueblo—. Dicen que no hay huellas, nada. Como si el asesino fuera un fantasma.
Un fantasma. Elizabeth sintió un escalofrío recorrer su columna. No creía en fantasmas, ni en lo sobrenatural. Sin embargo, algo en los asesinatos desafiaba cualquier lógica. ¿Cómo era posible que el asesino no dejara ningún rastro? No había testigos, no había signos de lucha. Era como si las víctimas hubieran sido reclamadas por una sombra silenciosa, una que no seguía las reglas del mundo que ella conocía.
Decidió no quedarse más tiempo en el café. El aire se sentía más pesado, casi como si algo invisible estuviera oprimiendo su pecho. Mientras caminaba hacia la biblioteca para comenzar su jornada, un pensamiento cruzó su mente, uno que había estado evitando desde la noche anterior: ¿Y si alguien cercano sabía más de lo que decía?
Entró a la biblioteca, donde su compañera de trabajo, Margaret, ya estaba acomodando los libros. Margaret era una mujer callada, mayor que Elizabeth por varios años, pero con una presencia calmante. Sin embargo, hoy, hasta ella parecía estar tensa.
—¿Estás bien? —preguntó Elizabeth, tratando de sonar despreocupada.
Margaret levantó la vista, con los ojos hundidos y oscuros. Parecía que tampoco había dormido bien.
—¿Tú no lo sientes? —preguntó en voz baja.
Elizabeth frunció el ceño. ¿Sentir qué?
—Hay algo aquí… algo en el aire. —Margaret bajó la voz aún más, como si temiera ser escuchada—. Desde que comenzaron los asesinatos, el aire se siente diferente, más pesado. Es como si el mal estuviera flotando en el pueblo.
Elizabeth se sintió inquieta. ¿Ella también lo sentía? Era como si Hollow Creek estuviera atrapado bajo una sombra permanente, una oscuridad que se arrastraba en silencio por las calles, pasando desapercibida.
Las horas pasaron lentamente en la biblioteca. Mientras Elizabeth revisaba los libros, algo llamó su atención. Un tomo polvoriento que parecía fuera de lugar, metido entre dos enciclopedias. Lo sacó con cuidado, sintiendo que su corazón se aceleraba sin razón aparente.
El libro no tenía título en la portada, solo una textura de cuero viejo y desgastado. Lo abrió lentamente, y lo que vio hizo que se le helara la sangre. En la primera página, escrito a mano con una letra pequeña y temblorosa, había un mensaje:
“No es la primera vez que el pueblo cae. Esto ha pasado antes. Y volverá a pasar.”
Elizabeth cerró el libro de golpe, como si quemara sus manos. La sensación de ser observada volvió, y esta vez, era más intensa. Miró a su alrededor, pero la biblioteca estaba vacía, solo ella y el eco de su respiración acelerada.
Con el libro aún en sus manos, su mente comenzó a revolver ideas inquietantes. ¿Qué quería decir aquel mensaje? Las palabras sugerían que lo que estaba ocurriendo ahora ya había sucedido antes. Pero Hollow Creek nunca había tenido una historia de asesinatos en serie. Al menos, no una conocida.
Decidió llevarse el libro a casa. Esa tarde, mientras terminaba su jornada, se despidió de Margaret sin mencionar lo que había encontrado. Al llegar a casa, se sentó en su sala, con el libro sobre sus rodillas. El sol se estaba poniendo, y la oscuridad comenzaba a apoderarse del pueblo una vez más.
Abrió el libro de nuevo. Las siguientes páginas estaban llenas de descripciones crípticas sobre un ciclo de maldad que asolaba pueblos pequeños. Historias de asesinatos, desapariciones y extrañas muertes, siempre sin explicación, siempre con la sensación de que algo invisible acechaba.
El viento afuera comenzó a soplar más fuerte, y entonces lo oyó de nuevo. Ese golpe seco en la ventana.
Su corazón se detuvo por un segundo. ¿Otra vez? Levantó la vista y vio la cortina moverse ligeramente, como si algo o alguien estuviera detrás de ella.
Se levantó lentamente, sin hacer ruido, y caminó hacia la ventana. Agarró la cortina con una mano temblorosa y, conteniendo el aliento, la corrió de un tirón.
No había nadie allí. Solo la oscuridad del exterior.
Suspiró, aliviada, pero entonces, justo cuando estaba por cerrar la cortina, lo vio. Reflejado en el vidrio, una silueta oscura se movía por la calle, deslizándose entre las sombras. Era tan rápida que casi pensó que lo había imaginado.
Pero no. No era su imaginación.
Algo estaba acechando Hollow Creek. Algo que sabía moverse sin ser visto.
Y no se detendría hasta reclamar más vidas.
Editado: 03.11.2024