Las noches en Hollow Creek comenzaron a tomar un aire distinto después de lo ocurrido en la biblioteca. Elizabeth sentía que el pueblo ya no era solo un escenario de incertidumbre, sino un lugar maldito donde el mal acechaba a la vuelta de cada esquina.
Durante los siguientes días, Elizabeth no pudo quitarse de la cabeza la imagen de la silueta en la ventana, y más inquietante aún, el libro que había encontrado. Esa misma noche, después de haber visto la figura deslizándose por la calle, había pasado horas hojeando el volumen, buscando algún indicio, alguna explicación. Sin embargo, el contenido solo hacía que su mente se hundiera más en el abismo de la confusión.
Las historias que relataba parecían fragmentos de pesadillas, escritas por alguien consumido por la locura. Desapariciones, asesinatos brutales, pueblos enteros borrados del mapa sin dejar rastro. El patrón siempre era el mismo: todo comenzaba con una muerte sin explicación, luego otras le seguían, cada vez más violentas. Al final, el caos se apoderaba de la gente, y lo único que quedaba era el silencio. Un silencio tan profundo que parecía tragarse la historia misma del lugar.
Cada vez que intentaba dormir, el sonido de la lluvia golpeando su ventana o el crujido de la madera de su casa le recordaban que estaba sola. Sola, pero no segura. Algo la vigilaba, siempre. Era esa sensación incesante, como si cada sombra en su hogar se hubiera convertido en un ojo invisible que la seguía de cerca.
Decidió que tenía que saber más, aunque el miedo la carcomiera por dentro.
Al día siguiente, Elizabeth fue al único lugar donde sabía que podría encontrar respuestas: la vieja casa de Edith Williams. Edith había vivido en Hollow Creek toda su vida, y aunque los demás la consideraban una anciana excéntrica, Elizabeth siempre había sentido una extraña conexión con ella. Edith tenía algo en su mirada que revelaba que había visto más de lo que decía.
Cuando llegó a la casa de Edith, el jardín estaba cubierto de maleza, como si hacía meses nadie se hubiera molestado en mantenerlo. La puerta de la entrada se abrió lentamente tras el segundo golpe de Elizabeth, revelando a Edith, que la miró con sus ojos hundidos y llenos de una sabiduría inquietante.
—Sabía que vendrías, querida —dijo la anciana con una voz suave pero cargada de solemnidad—. El mal siempre se repite. Solo las mentes sensibles pueden verlo.
Elizabeth tragó saliva, nerviosa. ¿Cómo podía saberlo? Edith la invitó a pasar y la guió hasta una pequeña sala, donde las paredes estaban cubiertas de cuadros y fotografías antiguas. El aire dentro de la casa estaba cargado de un extraño olor a humedad y algo más… algo que Elizabeth no podía identificar.
—¿Qué es lo que está ocurriendo, Edith? —preguntó Elizabeth mientras se sentaba en una silla desvencijada, tratando de mantener la calma—. ¿Qué es esa cosa que anda suelta en Hollow Creek?
Edith la miró durante unos segundos, con una expresión sombría, antes de responder.
—No es una “cosa” —respondió con voz apenas audible—. Es una maldición. Una sombra que ha estado aquí desde antes de que Hollow Creek fuera Hollow Creek. Cada cierto tiempo, se despierta. Reclama vidas… y luego desaparece, hasta que vuelve a tener hambre.
Elizabeth sintió que el aire le faltaba. ¿Una maldición? Todo parecía demasiado irreal, pero las palabras de Edith resonaban con una verdad inquietante.
—¿Cómo lo sabes? —insistió Elizabeth.
La anciana sonrió tristemente y sacó un pequeño cuaderno de cuero del cajón de una mesa. Lo abrió con cuidado y lo colocó frente a Elizabeth. Las páginas amarillentas contenían nombres, fechas, y extrañas marcas.
—Esto ha pasado antes. Una y otra vez. —Edith señaló varios nombres con el dedo—. En 1878… en 1923… en 1969. Cada vez, un ciclo de muertes inexplicables. Y cada vez, la gente del pueblo olvida. La historia se borra, se repite, como si fuera un eco que nunca termina.
Elizabeth hojeó el cuaderno, y su corazón se aceleró al ver un patrón claro. Cada cincuenta años. Cada medio siglo, las muertes comenzaban de nuevo. Y ahora, estaba sucediendo otra vez.
—¿Cómo puedo detenerlo? —preguntó, su voz temblando ligeramente.
Edith la miró con tristeza.
—No puedes detenerlo, querida. No tú sola. Pero hay una forma… una forma de ralentizarlo, de saciar su hambre antes de que consuma todo el pueblo.
Elizabeth se inclinó hacia adelante, ansiosa.
—¿Cómo? ¿Qué debo hacer?
Edith la observó con una mirada penetrante.
—Debe haber un sacrificio —dijo la anciana, bajando la voz a un susurro—. Algo o alguien debe ofrecerse. Si no se hace… la sombra tomará lo que quiera. Y será peor. Siempre es peor cuando se deja sin control.
Elizabeth se sintió invadida por una mezcla de terror y desesperación. ¿Un sacrificio? ¿Cómo era posible que algo tan antiguo, tan malévolo, pudiera exigir algo tan bárbaro?
Edith se levantó lentamente y caminó hacia la ventana, mirando hacia las calles vacías de Hollow Creek.
—El asesino que todos buscan no es una persona —continuó—. Es la sombra misma. Se alimenta del miedo, del caos, pero necesita carne y sangre para completar su ciclo. Si no obtiene lo que quiere, lo tomará de todas formas.
Elizabeth se quedó en silencio, intentando procesar lo que Edith había dicho. La sombra… el asesino… No era humano, sino algo mucho peor. Y estaba hambriento.
La lluvia comenzó a caer de nuevo, golpeando el tejado con una furia inusitada. Elizabeth sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. El tiempo se agotaba. Si Edith tenía razón, entonces Hollow Creek estaba en peligro, y nadie lo sabía. O peor aún, nadie lo recordaría.
Editado: 03.11.2024