El descubrimiento de la marca en la muñeca de la víctima no solo había sacudido a Elizabeth, sino que también confirmó sus peores temores: la sombra elegía a sus víctimas con precisión. El mal que habitaba en Hollow Creek no era un cazador indiscriminado; había un propósito detrás de cada muerte. Elizabeth, con el corazón acelerado, sabía que si no hacía algo, ella podría ser la siguiente.
Las palabras de Edith resonaban en su mente: “Debe haber un sacrificio.” Pero, ¿quién sería? ¿Cómo se podía elegir quién viviría y quién moriría? La sola idea de decidir algo tan abominable la hacía estremecer. Nadie tenía derecho a decidir eso. Sin embargo, las sombras no esperaban a que los humanos se pusieran de acuerdo. El mal no tendría piedad.
Esa misma noche, Elizabeth regresó a su casa, pero el sueño se le escapaba como el aire en un cuarto sofocante. En su mente, las imágenes de los cuerpos muertos, con esas pequeñas marcas oscuras, la atormentaban. ¿Cuántos más morirían antes de que ella pudiera hacer algo al respecto?
De repente, un ruido en la ventana la hizo sobresaltarse. El sonido de la lluvia había regresado, pero eso no era lo que la había alarmado. Era una presencia, algo tangible. Algo que estaba allí, esperando.
Se levantó lentamente de la cama, caminando hacia la ventana. Al principio, no vio nada. Pero entonces, en la oscuridad, distinguió una figura. Era Edith, empapada bajo la lluvia, mirándola fijamente desde la calle.
—¡Elizabeth! —gritó con una voz desesperada—. ¡El tiempo se acaba!
Elizabeth corrió hacia la puerta, abriéndola de par en par. La figura de Edith se acercaba, con los brazos extendidos como si intentara advertirle de algo. Elizabeth sintió el frío de la noche invadir su casa, pero antes de que pudiera preguntar qué estaba pasando, Edith la agarró de los brazos con una fuerza que no parecía natural para una anciana de su edad.
—No queda más tiempo —susurró Edith, su rostro lleno de terror—. La sombra ha elegido. Está cerca, Elizabeth. Está más cerca de lo que crees.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Elizabeth, el pánico apoderándose de ella—. ¿Qué ha elegido?
Edith la miró con unos ojos que parecían vacíos, como si la esperanza hubiera abandonado su alma.
—Tú, Elizabeth. Te ha elegido a ti.
Elizabeth sintió que el mundo se desmoronaba bajo sus pies. ¿Ella? ¿Por qué la sombra la habría elegido? ¿Qué había hecho para merecer ese destino?
Edith la miraba con una expresión de pena y resignación, como si ya supiera que no había nada que hacer. Pero Elizabeth no estaba dispuesta a rendirse tan fácilmente. Había una forma de detenerlo. Tenía que haberla.
—Debe haber otra opción —insistió Elizabeth, liberándose del agarre de Edith—. Dijiste que el sacrificio podría detenerla.
Edith asintió lentamente, pero su mirada permanecía sombría.
—Sí, pero no puedes ofrecerte a ti misma. La sombra ya ha tomado una decisión. Si intentas sacrificarte, solo empeorarás las cosas. El sacrificio debe ser alguien que no haya sido elegido.
Elizabeth retrocedió, aterrorizada por lo que Edith estaba insinuando.
—No puedo hacer eso… No puedo pedirle a alguien que muera por mí.
—No es una elección fácil —admitió Edith, su voz más suave, casi triste—. Pero si no lo haces, Hollow Creek será consumido por la sombra. Cada uno de nosotros será tomado, uno por uno, hasta que no quede nada más que silencio y olvido.
La idea de tener que sacrificar a alguien más la destrozaba por dentro. No quería ser esa persona, alguien capaz de ofrecer a otro ser humano en nombre de una maldición
antigua y brutal. Pero, al mismo tiempo, sabía que si no hacía algo, todos estarían condenados.
—¿Cómo se elige a alguien? —preguntó finalmente, su voz temblorosa, casi quebrada.
Edith no respondió de inmediato. En lugar de eso, sacó de su bolsillo una pequeña caja de madera, desgastada por el tiempo. La abrió lentamente, revelando en su interior un cuchillo antiguo, con un mango tallado en forma de serpiente.
—Este es el instrumento que usaron nuestros antepasados —dijo Edith—. El sacrificio debe ser hecho bajo la luna llena, en el corazón del bosque. Solo así la sombra será apaciguada. Debe ser alguien… alguien que tú elijas.
Elizabeth sintió que el horror se apoderaba de su cuerpo. ¿Cómo podía siquiera considerar tal cosa?
—No puedo hacerlo —murmuró, negando con la cabeza.
Edith suspiró y volvió a guardar el cuchillo en la caja.
—Si no lo haces, la sombra lo hará por ti. Y será mucho peor. No elegirá a uno… los tomará a todos.
Elizabeth no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo podía un mal tan antiguo tener tanto poder sobre sus vidas? Sin embargo, en su corazón, sabía que Edith tenía razón. El mal no se detendría. No hasta que hubiera sido alimentado.
Esa noche, mientras Elizabeth intentaba conciliar el sueño, el cuchillo de Edith no salía de su mente. El peso de la decisión que tenía que tomar la aplastaba. ¿A quién podría sacrificar? No había una respuesta fácil, y el tiempo se estaba acabando. Cada minuto que pasaba, la sombra se acercaba más.
Finalmente, se levantó de la cama, incapaz de soportar la oscuridad y el silencio de su casa. Salió a la calle, caminando sin rumbo por el pueblo. Cada paso que daba la acercaba al bosque, el lugar donde Edith le había dicho que debía hacerse el sacrificio.
Cuando llegó al borde de los árboles, se detuvo, mirando hacia las profundidades del bosque que se extendía ante ella. Sabía lo que debía hacer. La sombra no la dejaría en paz hasta que alguien más la tomara.Con el corazón pesado, dio un paso hacia adelante, hacia la oscuridad. No había vuelta atrás.
Editado: 03.11.2024