Sombras En el Bosque

Capítulo 8: El Reflejo de la Sombra

La mañana llegó con una claridad inquietante, un contraste absoluto con la oscura revelación de la noche anterior. Elizabeth no podía sacarse de la mente la aparición de Aaron. No estaba terminado, esas palabras resonaban en su cabeza una y otra vez, como un eco inquebrantable. Sabía que no podía ignorar lo que había sucedido. Si la sombra seguía presente, debía haber algún error, algo que no entendía.
Después de desayunar en silencio, Elizabeth decidió que no podía quedarse de brazos cruzados. Tenía que saber por qué Aaron seguía apareciéndose, por qué el sacrificio no había sido suficiente. Edith había mencionado que el mal nunca desaparecía completamente, pero la forma en que Aaron había vuelto, tan tangible, tan real, implicaba que algo más oscuro estaba en juego.
Caminó hacia la casa de Edith, sintiendo las miradas de los aldeanos sobre ella, susurros inaudibles que sabían más de lo que dejaban ver. Aunque todos habían sentido la aparente calma en el pueblo, el miedo aún rondaba como una sombra, pegajosa e inevitable.
Edith la estaba esperando, como siempre, en el pequeño jardín trasero, rodeada de hierbas y frascos con líquidos de colores oscuros. Su mirada, llena de una sabiduría que siempre parecía un paso por delante de los demás, la recibió con una expresión grave.
—Sabía que vendrías —dijo sin rodeos—. Algo no ha salido bien, ¿verdad?
Elizabeth asintió, todavía con el miedo marcado en sus ojos.
—Aaron… se apareció anoche —comenzó, incapaz de contener la urgencia en su voz—. No sé qué significa, pero dijo que esto no ha terminado.
Edith no se sorprendió. En cambio, asintió con lentitud, como si todo esto formara parte de una profecía que solo ella conocía.
—Lo sabía —murmuró—. A veces, un sacrificio no es suficiente. A veces, el alma de quien muere queda atrapada entre dos mundos.
Las palabras de Edith golpearon a Elizabeth como un mazazo. Había creído que todo terminaría con la muerte de Aaron, que su sacrificio apaciguaría a la sombra. Pero ahora se daba cuenta de que algo mucho más oscuro estaba en juego.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó Elizabeth, la desesperación comenzando a tomar el control—. No puedo vivir con esto. No puedo seguir viendo su rostro.
Edith la miró fijamente, como si sopesara sus palabras con cuidado antes de responder.
—Si Aaron ha regresado, es porque su espíritu está ligado a este lugar por algo más que el sacrificio. La sombra lo reclama, pero también lo retiene. Debes descubrir lo que lo mantiene aquí.
Elizabeth sintió un escalofrío recorrerle la columna. Si el sacrificio no había liberado a Aaron, significaba que debía haber algún otro vínculo que lo mantenía atado al pueblo, y a ella.
—¿Cómo descubro eso? —preguntó en voz baja, temiendo la respuesta.
Edith se levantó de su silla y fue hasta una estantería donde guardaba libros antiguos y polvorientos. Sacó uno, cuyas páginas amarillentas crujieron al ser abiertas. El aire se llenó del olor a moho y a secretos olvidados.
—Hay un ritual —dijo Edith, hojeando el libro—. Un espejo ritual que revela el lazo que mantiene a las almas atrapadas en este mundo. Pero no es un simple reflejo. Lo que verás en ese espejo será algo mucho más profundo, algo que quizás no estés lista para enfrentar.
Elizabeth asintió, sabiendo que no tenía otra opción. Había llegado demasiado lejos como para detenerse ahora. Debía encontrar la forma de liberar a Aaron, aunque eso significara enfrentarse a la sombra una vez más.
—Hazlo —dijo con determinación—. Haré lo que sea necesario.
Edith cerró el libro con un golpe sordo y la miró directamente a los ojos.
—Ven esta noche —dijo—. Prepárate para ver lo que nunca quisiste ver.
La noche cayó rápidamente, como si el mismo tiempo se apresurara para llevar a Elizabeth de nuevo al borde de lo desconocido. Llegó a la casa de Edith con el
corazón latiendo en su pecho, sus pensamientos girando en torno al ritual. El espejo ritual, pensaba. ¿Qué verá reflejado?
Edith había preparado todo en una habitación oscura, donde solo había un espejo grande, antiguo, con bordes de madera tallada en formas serpenteantes. Las velas parpadeaban a su alrededor, proyectando sombras inquietantes en las paredes.
—Ponte frente al espejo —dijo Edith con voz baja, como si no quisiera perturbar el ambiente cargado de energía.
Elizabeth respiró profundamente y se colocó ante el espejo. La luz de las velas apenas iluminaba su rostro, pero la oscuridad que rodeaba el espejo parecía moverse, como si fuera una extensión de la sombra misma. El reflejo de Elizabeth la miraba con ojos vacíos, llenos de miedo y culpa.
Edith comenzó a murmurar palabras en una lengua antigua, y el aire en la habitación pareció espesarse. El espejo comenzó a cambiar. Elizabeth observaba cómo su reflejo se distorsionaba, como si la imagen en el espejo estuviera viva, retorciéndose, deformándose. La habitación a su alrededor se desvaneció, y pronto solo quedó ella y el espejo, reflejando algo más profundo, algo más oscuro.
Y entonces lo vio.
Aaron estaba en el reflejo, pero no era él mismo. Su rostro estaba distorsionado por el sufrimiento, su cuerpo encorvado, como si una fuerza invisible lo arrastrara hacia el abismo. Pero lo peor no era cómo se veía; lo peor era lo que sostenía en sus manos.
Elizabeth gritó en silencio cuando se dio cuenta de que en las manos de Aaron estaba el mismo cuchillo que había usado para matarlo. La serpiente tallada en el mango parecía moverse, retorciéndose en sus dedos, viva de una manera aterradora.
—¡No! —gritó Elizabeth, retrocediendo—. ¡No puede ser!
El reflejo de Aaron no la miraba. Solo observaba el cuchillo, como si fuera lo único que importara. Como si fuera el vínculo que lo mantenía atrapado.
Edith detuvo el ritual abruptamente, y el espejo volvió a mostrar solo el rostro pálido y aterrorizado de Elizabeth.
—El cuchillo —murmuró Edith, con la voz cargada de una verdad siniestra—. Ese cuchillo está maldito, Elizabeth. Es el vínculo que mantiene su espíritu atrapado.
Elizabeth sintió que el mundo se le venía encima. El cuchillo, el mismo que había usado para el sacrificio, era lo que mantenía a Aaron atrapado en este mundo.
—¿Cómo lo libero? —preguntó Elizabeth con un hilo de voz, sus ojos fijos en Edith.
La anciana la miró con seriedad.
—Debes destruirlo. Pero te advierto, Elizabeth: el cuchillo no se irá sin pelear.




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