Sombras En el Bosque

Capítulo 9: La Maldición del Cuchillo

El aire en Hollow Creek parecía más pesado de lo normal mientras Elizabeth caminaba de regreso a su casa después del ritual. El cuchillo. Esa palabra resonaba en su mente con un eco siniestro. Nunca había imaginado que el objeto que usó para el sacrificio fuera el verdadero vínculo que mantenía a Aaron atrapado entre los mundos. Pero ahora lo sabía. Y debía destruirlo.
La idea de enfrentarse a la maldición del cuchillo la aterrorizaba, pero no podía detenerse. Aaron seguía ahí, atrapado, y la sombra acechaba a ambos, esperando el momento oportuno para regresar. Cada paso que daba hacia su casa la acercaba al inevitable enfrentamiento.
Esa noche, el cielo estaba nublado, y la luna apenas era visible entre las densas capas de neblina que cubrían el pueblo. Elizabeth entró en su casa, encendiendo solo las luces necesarias. El silencio la envolvía, como si la casa misma supiera lo que estaba a punto de ocurrir. Se dirigió al pequeño armario donde había guardado el cuchillo desde la noche del sacrificio.
Cuando lo sacó, un escalofrío recorrió todo su cuerpo. El mango, tallado con aquella serpiente retorcida, parecía pulsar bajo su mano, como si tuviera vida propia. Sabía que debía destruirlo, pero la sola idea de hacerlo la llenaba de un miedo indescriptible. ¿Qué sucedería si intentaba romperlo? Edith había advertido que el cuchillo no se iría sin luchar.
Se sentó en la mesa de la cocina, colocando el cuchillo frente a ella, bajo la tenue luz de la lámpara. El objeto era tan pequeño, tan inofensivo a simple vista, pero Elizabeth sabía que guardaba un poder oscuro. Lo había sentido cuando lo usó para el sacrificio. Y ahora, el mismo poder la estaba observando, esperando el siguiente movimiento.
Con las manos temblorosas, tomó un martillo de la caja de herramientas que tenía en el cuarto de al lado. Su respiración se aceleraba mientras regresaba a la cocina. Era el momento de destruirlo, y no había vuelta atrás.
El primer golpe fue ensordecedor.
El martillo impactó con el cuchillo, pero en lugar de romperse, la cuchilla soltó un agudo chirrido, como un grito lejano que resonaba por toda la casa. Elizabeth retrocedió, sorprendida, pero no se detuvo. Sabía que no podía ceder al miedo.
El segundo golpe fue más fuerte, pero el cuchillo seguía intacto. Algo estaba mal. El aire en la cocina parecía espesarse, y una oscura sombra comenzó a formarse en la pared, justo donde la luz de la lámpara no llegaba. La sombra.
—¡No! —gritó Elizabeth, levantando el martillo una vez más, esta vez con toda la fuerza que pudo reunir.
El tercer golpe fue el más devastador. El cuchillo se partió en dos, pero en ese instante, la sombra que había comenzado a formarse en la pared se extendió rápidamente, inundando toda la habitación con una oscuridad palpable. Elizabeth cayó al suelo, sintiendo que algo la envolvía, como si manos invisibles la estuvieran arrastrando hacia la penumbra.
La oscuridad era densa, sofocante. No podía moverse, no podía respirar. Era como si la sombra misma intentara consumirla, arrastrándola al mismo lugar donde Aaron estaba atrapado. Intentó gritar, pero ningún sonido salió de su garganta. El cuchillo, aunque roto, seguía ejerciendo su maldición.
Justo cuando sintió que todo estaba perdido, una luz brillante irrumpió en la habitación. Elizabeth entreabrió los ojos, cegada por el resplandor, pero en el centro de esa luz vio una figura. Aaron. No el espectro distorsionado que había visto antes, sino el verdadero Aaron, tal como lo recordaba. Su rostro estaba tranquilo, y en sus ojos ya no había rencor.
—Elizabeth —dijo, su voz suave, como un susurro que atravesaba la oscuridad—. Ya es suficiente.
Elizabeth sintió que las sombras que la envolvían comenzaban a retroceder. La presión sobre su cuerpo se alivió, y pudo respirar de nuevo. Aaron la estaba liberando. Pero entonces entendió. No solo la estaba liberando a ella. Él mismo se estaba despidiendo.
—Lo siento —dijo Elizabeth, las lágrimas surcando su rostro—. Nunca quise esto.
Aaron sonrió con tristeza, sacudiendo la cabeza.
—No fue tu culpa. Era lo que debía suceder. Ahora estoy libre.
Y con esas palabras, Aaron desapareció, disolviéndose en la luz. La sombra en la habitación se desvaneció por completo, y el aire volvió a ser claro. Elizabeth, aún temblando, se quedó allí, en el suelo de la cocina, con los restos del cuchillo roto frente a ella.
El sacrificio finalmente había terminado.
Al día siguiente, Elizabeth fue a ver a Edith, sintiéndose agotada pero, al mismo tiempo, liberada. El pueblo seguía tranquilo, pero esta vez, el silencio no estaba cargado de temor, sino de paz. La sombra había sido derrotada.
Cuando llegó, Edith la recibió con una mirada que lo decía todo. Sabía lo que había ocurrido, aunque no necesitaba decir nada.
—¿Está realmente terminado? —preguntó Elizabeth, temiendo que quedara algún resquicio de la maldición.
Edith asintió lentamente.
—Por ahora, sí. La sombra ha sido erradicada de este lugar. Pero siempre estará al acecho, esperando una oportunidad para regresar. Tú rompiste el ciclo.
Elizabeth asintió, sintiendo el peso de esas palabras. Había liberado a Aaron y había enfrentado a la oscuridad. Sabía que nunca olvidaría lo que había ocurrido, pero también sabía que Hollow Creek estaba en paz, al menos por un tiempo.
—¿Y ahora qué? —preguntó Elizabeth, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, tenía un futuro por delante.
Edith sonrió con suavidad.
—Ahora vives. Pero nunca olvides lo que has visto. Las sombras siempre estarán allí, acechando, y cuando lleguen otra vez, tú estarás lista.




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