Sombras en El Encanto

Capítulo 4: El Primer Asesinato

El amanecer en El Encanto trajo consigo una niebla espesa que envolvía al pueblo en un silencio sepulcral. Los habitantes se despertaron como cualquier otro día, ajenos a la tragedia que estaba a punto de sacudir su tranquila existencia. Pero cuando el sol apenas comenzaba a filtrarse a través de la niebla, un grito desgarrador rompió la quietud matutina, extendiéndose por las estrechas calles y haciendo eco en los corazones de todos.

Mariana, que estaba terminando de vestirse, se detuvo en seco al escuchar el grito. Su corazón dio un vuelco, y una sensación de temor la invadió de inmediato. Se asomó por la ventana de su cabaña, intentando discernir de dónde provenía el sonido. No pasó mucho tiempo antes de que viera a los vecinos corriendo hacia la plaza del pueblo, sus rostros pálidos y llenos de horror.

Sin dudarlo, Mariana salió de su casa y se unió a la multitud que se estaba formando. Había una sensación de pánico en el aire, un miedo colectivo que se hacía palpable en cada susurro y mirada de los aldeanos. Cuando llegó a la plaza, vio un círculo de personas reunidas alrededor de algo en el suelo. A medida que se acercaba, su estómago se contrajo ante la posibilidad de lo que podría encontrar.

El cuerpo yacía en el centro de la plaza, cubierto por una manta. Mariana reconoció de inmediato las botas de cuero marrón que sobresalían de la tela; eran inconfundibles, pues pertenecían a Don Ernesto, el panadero del pueblo, un hombre querido por todos. Mariana sintió que un nudo se formaba en su garganta mientras las lágrimas amenazaban con brotar. Don Ernesto era una de las personas más bondadosas que había conocido, siempre tenía una sonrisa en el rostro y una palabra amable para todos.

—¿Qué sucedió? —preguntó Mariana, con la voz temblorosa, a una de las mujeres que estaba cerca.

—Lo encontraron esta mañana —respondió la mujer, apenas capaz de articular las palabras—. Dicen que alguien lo mató.

Mariana sintió que el suelo se movía bajo sus pies. ¿Asesinado? La idea de que un asesinato pudiera ocurrir en un lugar tan pequeño y unido como El Encanto era inconcebible. Pero ahí estaba el cuerpo de Don Ernesto, una prueba irrefutable de que la paz que habían conocido durante tanto tiempo se había roto.

Las personas comenzaron a hablar entre ellas, lanzando teorías y especulaciones. Algunos murmuraban sobre la posibilidad de un ataque de un animal salvaje, pero otros no tardaron en señalar con el dedo a los Velasco, aunque sin pruebas concretas. La tensión que había estado creciendo desde su llegada al pueblo ahora se concentraba en ellos. Pero, aunque las sospechas eran fuertes, no había ninguna evidencia que los vinculara directamente con la muerte de Don Ernesto.

El alcalde del pueblo, un hombre de avanzada edad y de carácter solemne, llegó a la plaza acompañado por varios hombres armados con escopetas y hoces, armas improvisadas para defenderse de cualquier amenaza. Su rostro estaba marcado por la preocupación, pero también por la necesidad de mantener el control en medio del caos.

—Escuchen todos —dijo el alcalde, alzando la voz para hacerse oír por encima del murmullo de la multitud—. Lo que ha ocurrido aquí es una tragedia que nunca habíamos enfrentado en El Encanto. Don Ernesto era un pilar de nuestra comunidad, y no descansaremos hasta encontrar a quien sea responsable de esta atrocidad.

La gente asintió en silencio, pero Mariana podía sentir que las palabras del alcalde no lograban disipar el miedo que se había instalado en los corazones de los habitantes. Aunque se organizaron patrullas para vigilar el pueblo, la sensación de seguridad que antes habían dado por sentada se había evaporado.

Mariana, sin embargo, no podía quedarse de brazos cruzados. Algo en su interior, una mezcla de tristeza, miedo y rabia, la impulsaba a investigar lo ocurrido. Sentía que debía encontrar la verdad, no solo para honrar la memoria de Don Ernesto, sino también para proteger a su pueblo de un peligro que parecía estar acechando en las sombras.

Esa misma tarde, mientras el sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas, Mariana se dirigió al lugar donde había encontrado el cuerpo. A pesar de las advertencias de los vecinos para que no se acercara, su determinación la llevó a la plaza desierta. Los hombres del pueblo habían trasladado el cuerpo de Don Ernesto, pero el lugar donde fue encontrado estaba aún marcado por la tragedia. La tierra estaba revuelta y había manchas oscuras en el suelo que Mariana evitó mirar demasiado de cerca.

Caminó alrededor del área, buscando cualquier pista que pudiera haber pasado desapercibida en el tumulto de la mañana. Sus ojos examinaron cada rincón, cada piedra, con la esperanza de encontrar algo que arrojara luz sobre el misterio. Sin embargo, lo único que encontró fue un extraño amuleto de metal en forma de luna creciente, semienterrado en el suelo.

Lo levantó, examinándolo con detenimiento. El amuleto era viejo y estaba desgastado, pero había algo inquietante en su diseño, algo que la hizo sentir un escalofrío.

Guardó el amuleto en su bolsillo y continuó buscando, pero no encontró nada más que pudiera ser útil. A medida que la oscuridad se apoderaba del cielo, Mariana decidió regresar a su casa, pero no podía quitarse de la cabeza la sensación de que alguien la estaba observando. Miró a su alrededor varias veces, pero no vio nada fuera de lo común. Aun así, esa sensación no la abandonó, incluso cuando llegó a la seguridad de su hogar.

Esa noche, Mariana se sentó a la mesa de su pequeña cocina, observando el amuleto que había encontrado. Había algo en él que la inquietaba profundamente, como si guardara un secreto antiguo y oscuro. Se preguntó si podía estar relacionado con los Velasco, pero no tenía manera de saberlo con certeza. Lo único que sabía era que no podía ignorar la creciente sensación de que el pueblo estaba bajo la influencia de fuerzas que no comprendían.



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En el texto hay: misterio, suspenso, mentiras dolor

Editado: 04.02.2025

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