Las noches en El Encanto se habían vuelto inquietantes para Mariana. El tranquilo campo de sueños que una vez disfrutó había sido reemplazado por una serie de pesadillas que la dejaban exhausta y aterrorizada. Cada vez que cerraba los ojos, se encontraba sumida en un mundo oscuro y opresivo, donde la realidad y el temor se entrelazaban de manera inescapable.
Esa noche, al igual que muchas otras, Mariana se desplomó en la cama agotada, su mente todavía abrumada por las imágenes de su última investigación. Había pasado el día buscando pistas en la biblioteca y en el bosque con Gabriel, y aunque había aprendido mucho, no había encontrado respuestas definitivas. El amuleto, ahora guardado en una caja bajo su cama, parecía tener un poder inquietante que la atormentaba aun cuando no lo estaba mirando.
Cuando Mariana cerró los ojos, el sueño la arrastró rápidamente a una realidad alterna. Se encontró en un bosque similar al que había explorado durante el día, pero todo estaba envuelto en una niebla espesa que hacía que la visibilidad fuera casi nula. El aire estaba cargado de una humedad fría, y el suelo estaba cubierto de hojas secas que crujían bajo sus pies.
De repente, comenzó a escuchar un susurro bajo y siniestro que parecía provenir de todas partes a la vez. Las voces eran indistinguibles, pero el tono era claro: se burlaban y susurraban amenazas que no podía entender completamente. Mariana intentó caminar, pero cada paso parecía ralentizarse como si estuviera atrapada en un lodazal invisible.
Entre la niebla, comenzó a distinguir figuras oscuras que se movían a la distancia. Aunque no podía ver claramente sus formas, las sombras eran inconfundibles, y parecía que estaban observándola con una intensidad perturbadora. Mariana sintió un nudo en el estómago, una mezcla de terror y desesperación. Sabía que no debía acercarse a ellas, pero una fuerza invisible la empujaba hacia adelante.
En el centro del bosque, las sombras se hicieron más definidas, y pudo distinguir a los hijos de los Velasco: Gabriel, Lucía, Javier y Sofía. Pero no estaban como los conocía; en cambio, eran meras sombras que se movían lentamente y se mantenían a una distancia segura. Sus ojos brillaban con una intensidad sobrenatural, y aunque no podían hablar, sus miradas estaban llenas de una mezcla de desprecio y curiosidad.
Mariana intentó gritarles, pero su voz se ahogó en la niebla, incapaz de atravesar el espeso velo de terror que la rodeaba. Las sombras comenzaron a acercarse lentamente, y Mariana sintió que el pánico la invadía cada vez más. La presión en su pecho se volvía casi insoportable, y cada respiración se hacía más difícil.
De repente, uno de los hijos de los Velasco, Gabriel, dio un paso adelante, y aunque su rostro estaba oculto en la oscuridad, Mariana podía sentir su presencia de manera tangible. La sombra de Gabriel se acercó a ella, y el aire se volvió aún más frío y opresivo. Ella intentó apartarse, pero sus movimientos estaban bloqueados por una fuerza invisible.
—¿Por qué...? —empezó a preguntar, pero la niebla absorbió sus palabras antes de que pudiera completarlas.
La sombra de Gabriel se inclinó hacia ella, y en lugar de una respuesta, lo único que recibió fue un susurro escalofriante que decía: "No puedes escapar de lo que está dentro de ti". Las palabras resonaron en su mente como un eco constante, llenándola de una desesperación aún mayor.
El suelo debajo de ella comenzó a temblar, y las sombras se agitaron como si estuvieran vivas. Mariana sintió que todo a su alrededor estaba girando, y la niebla se volvió más densa, envolviéndola en una oscuridad casi tangible. El pánico la abrumó, y se dio cuenta de que no podía despertar.
De repente, se encontró de nuevo en su habitación, empapada en sudor y con el corazón latiendo desbocado. La sensación de terror aún permanecía, y la luz de la luna que se filtraba a través de la ventana parecía demasiado suave en comparación con la oscuridad que había experimentado en su sueño. Se levantó de la cama temblorosa, con la mente aún nublada por el horror de la pesadilla.
Mariana se acercó a la ventana, buscando consuelo en la calma de la noche. Las estrellas brillaban en el cielo, y el viento susurraba suavemente entre los árboles. Sin embargo, la tranquilidad del exterior no logró calmar la agitación que sentía en su interior. Sabía que las pesadillas no eran simples productos de su mente; había algo en ellas que la conectaba con la realidad de manera perturbadora.
Se dirigió a la cocina y se sirvió un vaso de agua, tratando de calmarse. Mientras lo hacía, recordó el amuleto que había encontrado en el bosque. Había algo en él que la atraía y la perturbaba a la vez. Pensó que tal vez las respuestas que buscaba estaban vinculadas a ese objeto, y que sus pesadillas podrían ser una manifestación de su propio subconsciente luchando con la verdad.
Con una determinación renovada, Mariana decidió que debía enfrentar sus miedos y buscar respuestas, incluso si eso significaba enfrentarse a las sombras de sus sueños. Sabía que no podía permitir que el miedo la paralizara; si quería proteger a su pueblo y desentrañar el misterio que rodeaba a los Velasco, tenía que enfrentar las sombras que la acosaban.
Esa noche, mientras el reloj marcaba las horas y la luna iluminaba su habitación, Mariana hizo un juramento silencioso. No dejaría que sus pesadillas la vencieran. En lugar de eso, usaría el miedo como una fuente de fortaleza para continuar su búsqueda. Las sombras podían estar observándola desde la distancia, pero ella no se dejaría intimidar. Estaba decidida a enfrentar lo que fuera necesario para descubrir la verdad.
Con el amuleto en su mano, Mariana volvió a la cama, intentando relajarse. Sabía que las pesadillas seguirían, pero estaba lista para enfrentarlas. A medida que cerraba los ojos, una mezcla de ansiedad y resolución la acompañó. En el borde del sueño y la vigilia, Mariana se preparaba para lo que estaba por venir, dispuesta a desentrañar los secretos que se escondían en la oscuridad.