La vida en El Encanto seguía adelante, aunque la sombra del asesinato de Don Ernesto y los inquietantes sucesos en el bosque seguían pesando sobre Mariana. La búsqueda de respuestas continuaba, pero a medida que pasaban los días, su atención también comenzaba a ser capturada por algo inesperado.
Javier Velasco, el hermano más joven y carismático de la familia, había comenzado a mostrar un interés particular en ella. Su encanto natural y su sonrisa desarmante parecían iluminar el ambiente a su alrededor. Aunque Mariana intentaba mantenerse enfocada en su investigación, no podía evitar sentirse atraída por su energía vibrante y su actitud desenfadada.
Un día, mientras Mariana revisaba algunos documentos en la biblioteca del pueblo, Javier se acercó con una actitud relajada y una sonrisa juguetona en el rostro. La biblioteca estaba casi vacía, y el silencio que reinaba solo se veía interrumpido por el suave murmullo de las páginas que pasaban.
—Hola, Mariana —saludó Javier, su voz llena de calidez—. ¿Cómo va la búsqueda de pistas?
Mariana levantó la vista de su libro, sorprendida de ver a Javier allí. Aunque había estado pensando en él, no esperaba que él se acercara tan directamente.
—Hola, Javier —respondió, intentando ocultar su sorpresa—. Bueno, ya sabes, en la medida de lo posible. Aún no he encontrado mucho.
Javier se inclinó ligeramente hacia ella, su mirada fija en la suya con una intensidad que la hizo sentir un cosquilleo en la piel.
—¿Te gustaría tomar un descanso? —preguntó con una sonrisa persuasiva—. Hay un pequeño café en el borde del bosque que me encantaría mostrarte. La vista es increíble, y creo que podría ser una buena manera de despejarte un poco.
Mariana lo miró con cautela. Aceptar su invitación significaba alejarse de la seguridad de su hogar y de la investigación, pero también sentía que el tiempo con Javier podría ser una oportunidad para conocerlo mejor y, tal vez, entender mejor a su familia.
—No estoy segura —dijo, frunciendo el ceño—. Tengo mucho trabajo por hacer.
Javier dio un paso más cerca y dejó escapar una risa suave.
—Venga, Mariana. Un poco de aire fresco no te hará daño. Además, creo que una pausa podría ayudarte a ver las cosas desde una nueva perspectiva. A veces, es bueno alejarse de todo por un rato.
Mariana sintió un tirón en su interior, una mezcla de deseo y dudas. Finalmente, la promesa de una distracción agradable y la posibilidad de conocer mejor a Javier la convencieron. Asintió, levantándose de su silla con una sonrisa tímida.
—Está bien, Javier. Acepto tu invitación.
Javier parecía genuinamente encantado por su respuesta y la condujo fuera de la biblioteca con un aire de entusiasmo contagioso. A medida que caminaban hacia el café, Mariana notó cómo los aldeanos los miraban con curiosidad. La presencia de Javier y su familia en el pueblo siempre había sido un tema de conversación, y la pareja de los dos estaba atrayendo más atención de la habitual.
El café al borde del bosque era un lugar pintoresco, con mesas al aire libre rodeadas por una exuberante vegetación. La vista desde el café era verdaderamente impresionante: el bosque se extendía hasta donde alcanzaba la vista, sus árboles altos y majestuosos creaban un horizonte verde que parecía interminable.
—Aquí estamos —dijo Javier, señalando una mesa cerca de la barandilla que daba al bosque—. ¿Qué te parece?
Mariana se dejó llevar por el ambiente relajado del lugar y se sentó en la mesa. Javier se sentó frente a ella, y un camarero se acercó para tomar sus pedidos. Mariana pidió un café y una pieza de pastel, mientras que Javier optó por algo más ligero.
Mientras esperaban, Javier comenzó a hablar con facilidad, relatando historias sobre su vida en la ciudad y su familia. Sus palabras eran encantadoras, y Mariana no pudo evitar reírse y disfrutar de su compañía. Javier tenía una habilidad especial para hacerla sentir a gusto, y su presencia era un refrescante cambio del estrés que había estado sintiendo últimamente.
—Siempre quise conocer un lugar como este —dijo Mariana, mirando alrededor con una sonrisa—. Es hermoso.
—Me alegra que te guste —respondió Javier, con una sonrisa que parecía iluminar su rostro—. A veces, lo más simple puede ser lo más hermoso. Es parte de lo que me encanta de este lugar.
A medida que la conversación fluía, Mariana sintió que se estaba abriendo a Javier de una manera que no había anticipado. Su encanto y su manera de escuchar la hacían sentir especial, y la conexión que estaba sintiendo era inesperadamente fuerte. Sin embargo, a pesar de su creciente atracción, había algo en la mirada de Javier que la inquietaba. Sus ojos, aunque cálidos y amistosos, parecían esconder una profundidad que no podía entender completamente.
—Javier, ¿por qué decidiste venir a El Encanto? —preguntó Mariana, inclinándose hacia adelante con curiosidad—. ¿Qué les atrajo a ti y a tu familia a este pueblo tan apartado?
Javier se quedó en silencio por un momento, como si estuviera considerando cuidadosamente su respuesta. Finalmente, su sonrisa se desvaneció ligeramente, y su tono se volvió más serio.
—A veces, es difícil explicar por qué uno se siente atraído por ciertos lugares —dijo, mirando hacia el bosque con una expresión pensativa—. Hay algo en El Encanto que me llama, algo que siento que necesito entender. Mi familia y yo... tenemos nuestras razones, pero son personales.
Mariana notó el cambio en su tono y la seriedad en sus palabras. Aunque su curiosidad estaba picada, decidió no insistir demasiado. A veces, las personas necesitaban tiempo para abrirse, y no quería presionar a Javier.
—Entiendo —dijo, asintiendo—. Todos tenemos nuestras razones para estar donde estamos.
La conversación continuó en un tono más ligero, pero la pregunta de Mariana y la respuesta de Javier habían dejado una marca en su mente. La atracción que sentía por él era real, pero también había una sensación persistente de que no todo era lo que parecía. La conexión que estaban formando estaba llena de promesas y posibilidades, pero también de misterios y secretos que Mariana no podía ignorar.