El Encanto, que solía ser un lugar de tranquilidad y misterio, ahora se encontraba sumido en un caos palpable. La noticia del cuarto asesinato había recorrido el pueblo como un incendio, dejando a los habitantes aterrorizados y desesperados. Las calles, que anteriormente estaban llenas de vida, estaban ahora desiertas, con ventanas cerradas y puertas atrancadas. La gente, en un acto de pánico colectivo, comenzaba a abandonar el pueblo, buscando seguridad en lugares más lejanos.
Mariana, observando el desmoronamiento de su hogar, sintió una mezcla de tristeza y determinación. Mientras los carruajes y carretas se alejaban con el peso de los bienes y las familias que huían, ella sabía que no podía seguir el ejemplo de los demás. Tenía que descubrir la verdad, no solo para proteger a los pocos que quedaban, sino también para poner fin a la serie de asesinatos que habían arrasado con la paz de El Encanto.
Se dirigió a la plaza principal, donde el caos era más evidente. Los pocos residentes que quedaban se movían apresuradamente, hablando en murmullos de miedo y desesperación. Mariana notó que el ambiente estaba cargado de una tensión palpable, y muchos miraban con desconfianza a los pocos que aún permanecían.
Entre las sombras, los murmullos se mezclaban con rumores acerca de la familia Velasco. Se decía que eran responsables de los asesinatos, que habían invocado fuerzas oscuras, y que el pueblo estaba condenado. Mariana sintió el peso de esas acusaciones y comprendió que, para resolver el misterio, debía enfrentarse a sus miedos y a las verdades ocultas.
Mientras caminaba, se encontró con Don Miguel, el alcalde del pueblo, que parecía estar al borde del colapso. Su rostro estaba pálido, y sus ojos reflejaban el agotamiento y la preocupación.
—Mariana —dijo Don Miguel, acercándose con una expresión grave—. ¿No ves que es peligroso quedarse aquí? La gente está huyendo por su seguridad. ¿Qué estás haciendo aquí?
Mariana lo miró con determinación, sintiendo el peso de su responsabilidad.
—No puedo irme —dijo—. Tengo que descubrir qué está pasando. Hay algo más en esta historia, algo que necesita ser revelado. No puedo abandonar a quienes todavía están aquí.
Don Miguel la miró con tristeza, pero asintió lentamente. Sabía que Mariana tenía razón y que alguien tenía que enfrentarse a la verdad. Sin embargo, la preocupación en sus ojos no desapareció.
—Ten cuidado, Mariana —advirtió—. El peligro no es solo el asesino. La desesperación y el miedo han cambiado a la gente. Pueden volverse peligrosos también.
Mariana agradeció el consejo y se dirigió hacia el bosque, el lugar donde había hecho muchos de sus descubrimientos anteriores. La conexión entre los asesinatos y los rituales oscuros era cada vez más evidente, y sentía que el bosque guardaba las respuestas que necesitaba.
Mientras se adentraba en el bosque, Mariana notó que las cosas se sentían diferentes. La atmósfera estaba cargada de una energía inquietante, y los sonidos del bosque parecían distorsionados. La oscuridad se hizo más profunda a medida que avanzaba, y el sendero familiar ahora parecía desconocido y amenazante.
Mariana llegó a un claro que conocía bien, el mismo lugar donde había visto a Sofía realizar el ritual. La escena que encontró la hizo detenerse en seco. El claro estaba cubierto de símbolos antiguos, y en el centro había un altar improvisado con velas encendidas y objetos rituales esparcidos alrededor.
Se acercó con cautela, sintiendo que la tensión en el aire estaba a punto de alcanzar su punto máximo. Mientras examinaba el altar, notó una figura oculta entre los árboles. Era difícil distinguir, pero la figura parecía estar observando desde la penumbra.
Mariana se preparó para enfrentarse a lo que fuera que estuviera allí, cuando de repente, la figura emergió de las sombras. Era Lucía, con una expresión que combinaba desdén y desesperación.
—Mariana —dijo Lucía, su voz fría—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿No ves que es peligroso?
Mariana la miró, sintiendo una mezcla de alivio y frustración.
—Tengo que detener esto —dijo—. Los asesinatos, los rituales... todo está conectado. Necesito saber la verdad para proteger a las personas que aún están aquí.
Lucía la observó con una expresión que parecía estar a punto de romperse. Su mirada se suavizó, y por un momento, Mariana vio un destello de la angustia que había detrás de su fachada fría.
—No entiendes lo que está en juego —dijo Lucía, su voz temblando—. Mi familia está atrapada en un ciclo que no podemos romper. Los rituales son necesarios, pero no siempre tenemos control sobre lo que sucede. Hay fuerzas que están más allá de nuestra comprensión.
Mariana sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. La revelación de Lucía solo complicaba más la situación. Los sacrificios y los rituales no eran simplemente actos de maldad, sino parte de un sistema de control que había salido de las manos de quienes lo llevaban a cabo.
—¿Cómo puedo detener todo esto? —preguntó Mariana, con una mezcla de desesperación y determinación—. ¿Cómo puedo salvar a El Encanto y a las personas que aún están aquí?
Lucía la miró con una tristeza profunda y asintió lentamente.
—Hay algo que debes encontrar, algo que puede romper el ciclo. Un objeto central en todo esto. Si lo encuentras y lo destruyes, podrías tener una oportunidad de poner fin a esto. Pero no será fácil.
Mariana asintió, sintiendo una nueva ola de esperanza y desafío. Sabía que su camino estaba lleno de peligros y que las respuestas estaban aún por descubrir, pero estaba decidida a enfrentar lo que viniera.
Con la promesa de Lucía resonando en su mente, Mariana se preparó para continuar su búsqueda. La verdad estaba al alcance de la mano, pero aún tenía que enfrentarse a los horrores y las fuerzas oscuras que amenazaban con consumir El Encanto.
Con un último vistazo a Lucía y al altar, se adentró aún más en el bosque, dispuesta a descubrir lo que quedaba oculto en la oscuridad.